martes, 7 de enero de 2025

Y el Verbo se hizo carne (II).

Y el Verbo se hizo carne (II) 

¿Somos indignos de la Eucaristía quizás porque tenemos pecados? ¿Quizás porque somos responsables de las faltas en las que caemos cada día y en las que seguimos cayendo? “Caemos y nos levantamos, caemos y nos levantamos”, como dice ese dicho tradicional atribuido a los padres del desierto. No, no somos indignos. Porque la Eucaristía es un sacramento para los enfermos, es una mesa ofrecida por los pecadores, no es algo que sea para los justos; posiblemente sean los hombres de la Iglesia quienes transforman la Eucaristía en un banquete para los justos, pero Jesús lo quiso para los pecadores. 

Cuando vamos a la Eucaristía somos como mendigos. Por eso cuando vamos a la Eucaristía, incluso con el cuerpo, antes de recibir el pan y el vino nos inclinamos, inclinamos el cuerpo y luego abrimos la mano. Es el gesto del mendigo: el mendigo que te pide limosna se inclina ante ti y te tiende la mano, y lo mismo hacemos nosotros con el Señor. Y no es casualidad que la sabiduría de la liturgia latina nos haga decir: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, no soy digno de acogerte en mi casa que es mi cuerpo, que es todo mi ser pero confío en una palabra, en tu palabra, Señor, y entonces seré digno”. Tú me haces digno. Entonces – verás – esta indignidad no es la indignidad de nuestros pecados. 

¿Cuál es entonces esta indignidad en la que uno come y bebe su propia condena? Pablo lo explica inmediatamente después: es no discernir, no entender, no reconocer el cuerpo y la sangre del Señor (cf. 1 Cor. 11,29). Ésta es verdaderamente la indignidad. Y entonces comprendemos por qué existe esta preocupación por comprender, por saber. Por supuesto, Pablo quiere decir que no reconocer que ese pan es el cuerpo de Cristo, que esa copa es la copa de la sangre de Cristo, es sin duda despreciar al mismo Señor y no acoger su palabra, porque es su palabra la que dice, la que nos dice que ese pan que se nos da y ese vino que se nos ofrece son su cuerpo y su sangre. Pero Pablo también quiere decir algo más: no reconocer el cuerpo de Cristo que es el mendigo. 

¡Hacerse cargo samaritanamente de la vida del mendigo es interesarse en el cuerpo del Señor! Debemos preguntarnos seriamente, porque es fácil pensar que vamos a la Eucaristía en orden, como mucho si nos hemos confesado antes, reduciendo nuestro pecado simplemente a pecados cotidianos, incluso cosa de poca monta. No, se trata de un discernimiento del Cuerpo del Señor: el cuerpo y la sangre del Señor no es sólo el pan y el vino, sino que es el sacramento del Señor: los pobres. El mendigo es el cuerpo del Señor. 

Debemos preguntarnos si somos capaces de discernir el cuerpo del que formamos parte, el cuerpo de la humanidad, el cuerpo de quienes viven a nuestro lado, el cuerpo de los más pequeños, de los necesitados, de los pobres. Ciertamente repetimos la Eucaristía, la celebramos con atención y cuidado, practicamos el necesario ‘ars celebrandi’, pero luego no vemos el cuerpo real de Cristo: los hambrientos, los presos, los desnudos, los enfermos, los extranjeros, los perseguidos, los olvidados (cf. Mt 25, 31-46). En definitiva, pecadores –no lo olvidemos– pecadores, siempre necesitados de un modo diferente. 

Si Jesús dijo -lo hemos oído- mientras repartía el pan: “Mi cuerpo es para vosotros (hypér hymôn)” (1 Cor. 11,24), nosotros deberíamos poder decir lo mismo: “Mi cuerpo, toda mi existencia es para vosotros”. “Dadles vosotros de comer” nos dice Jesús. Debemos decirle al hermano: “Mi cuerpo, mi existencia es para ti, porque mi cuerpo es mi vida para que tú tengas vida y vida abundante”. He aquí, el cuerpo es el camino de Dios, no hay otros caminos ni para que nosotros vayamos a Dios, ni para que Dios venga a nosotros. Y cuando digo que el cuerpo es el camino de Dios, me refiero a mi cuerpo, el cuerpo del otro, el cuerpo que es el pobre: toda esta realidad, necesitada y mendicante, es el cuerpo de Cristo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las discapacidades en las guerras.

Las discapacidades en las guerras   La discapacidad, en un contexto de guerra, no es algo imprevisto. Es uno de los resultados más reconocib...