martes, 7 de enero de 2025

¿Y si el cristianismo no existe todavía?

 ¿Y si el cristianismo no existe todavía? 

Decían de aquel humorista que yendo a Roma de vacaciones, y estando delante de la Basílica de San Pedro, en Roma, exclamaba con sorpresa aquello de “y todo comenzó en un pesebre”. 

Decía Usted hoy (15 de septiembre de 2024: https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2024/documents/20240915-angelus.html) en el rezo del Ángelus: “Hermanos y hermanas el teólogo y pastor luterano Bonhoeffer, víctima del nazismo, escribió así: «El problema que no me deja nunca tranquilo es el de saber qué es realmente para nosotros hoy el cristianismo o quién es Cristo» (Resistenza e Resa. Lettere e scritti dal carcere, Cinisello Balsamo 1996, 348) (Resistencia y sumisión: cartas y apuntes desde el cautiverio)”. 

Tal vez haya alguna razón cuando se dice que el cristianismo no existe todavía. Tomamos esto como un deseo y una indicación de un camino, como si dijéramos que, quien quiera vivir, experimentar la propuesta cristiana, debe ir en la dirección opuesta a la indicada en cierto cristianismo, sin nostalgia del pasado, pero mirando hacia adelante con confianza. Sin una mirada nostálgica al tiempo que fue y ya no es, a lo mejor se trata de esbozar algunas líneas de desarrollo en el futuro post-cristiano. 

El fin de la metafísica no significa el fin de la religión, sino el fin de aquella forma religiosa que se ha servido de la metafísica para sistematizar su pensamiento. Por tanto, más que el fin de la metafísica, el fin de la religión abre el camino a nuevas e interesantes innovaciones. No soy quien para realizar un estudio más profundo, pero sí quisiera ofrecer una contribución al debate sobre el futuro del cristianismo. Intento, por tanto, indicar algunas vías de desarrollo que, en mi opinión, ya están en marcha. 

La primera de ellas es la posibilidad de un cristianismo no institucional. Se podría pensar que cierto protestantismo ya ha recorrido este camino y que, por consiguiente, no hay nada nuevo en la propuesta. En realidad, sabemos que las cosas no son exactamente así. Si, en efecto, es cierto que en sus orígenes el protestantismo se distanció de las formas institucionales de la religión, su desarrollo histórico lo ha situado en el marco de la institucionalización. No es fácil pensar y estructurar una nueva intuición. De hecho, la intuición no es suficiente, también se necesita un contexto que permita su realización. Cuando Lutero inició su Reforma, la cultura moderna se estaba arraigando en el camino trazado por el humanismo e influía en todos los sectores de la sociedad, incluida la religión. Para mantener un diálogo con el mundo cultural circundante, la teología moderna tomó como punto de referencia el método científico. ¿Qué significa, entonces, un enfoque no institucional del cristianismo? ¿Cómo debería configurarse? 

Significaría una vuelta a los orígenes o, como mínimo, retomar un camino dejado sin acabar. El post-cristianismo abre la posibilidad no de restaurar el cristianismo sino de retomar el camino interrumpido por el propio cristianismo, no para reproducirlo, sino para inspirarse en los orígenes. Abandonar los lugares de culto institucionalizados, cada vez más vacíos, para encontrarnos leyendo la Palabra de Dios en pequeñas comunidades domésticas, en un movimiento que se desarrolla desde abajo, sin necesidad de una referencia institucional, que a menudo se convierte en la causa de la lentitud del camino de las comunidades: éste podría ser un primer avance. 

Es posible crear comunidades en las que el principio de igualdad no sea una utopía, sino el clima natural del camino. Si la institución controla el contenido y las modalidades del camino, la libertad en un camino de base no institucionalizado sentaría las bases de una experiencia comunitaria en la que los miembros tienen los mismos derechos y deberes, incluida la presidencia de la celebración. Al fin y al cabo, el control de las relaciones en una cultura patriarcal se vuelve opresivo y excluyente como forma de controlar el poder. El cristianismo se ha dejado moldear por la cultura patriarcal porque, desde sus inicios, ha tenido pretensiones de poder. En cambio, en una comunidad que no está interesada en ningún poder, sino única y exclusivamente en el bienestar de las personas, la igualdad de los miembros se convierte en una exigencia implícita. En esta perspectiva, la comunidad cristiana venidera será como un punto de referencia seguro en el que todos podrán sentirse parte, sin ningún tipo de exclusión. Comunidades de este tipo, modeladas al estilo evangélico, podrán convertirse en caminos constantes de humanización, lugares de acogida, fraternidad y sororidad. 

La comunidad que se estructura en la era post-cristiana, precisamente porque no es una institución, no necesita líderes, guías. Todos pueden celebrar y todos pueden dirigir la comunidad, porque la perspectiva ya no es piramidal, sino circular. Es toda la comunidad la que se convierte en celebrante, también porque el número de miembros será pequeño y no habrá necesidad de un líder establecido. Serán los miembros de la comunidad los que decidan cómo distribuir las tareas para el funcionamiento de la vida comunitaria. Relaciones igualitarias, que también generan la necesidad de que no existan desigualdades sociales entre los miembros. De este modo, se entiende bien que el estilo del Evangelio exige un camino en el que las relaciones estén guiadas por la búsqueda constante de la igualdad entre los miembros, sin ningún tipo de discriminación cultural o social. El Reino de Dios anunciado por Jesús encuentra en el nuevo contexto cultural post-cristiano una mayor posibilidad de realización, también porque el post-cristianismo nació sobre los escombros del enfoque moderno del cristianismo. El estilo coercitivo típico de la modernidad deja paso necesariamente a un estilo más dialógico y de estilo más democrático. 

Un rasgo que ha marcado no positivamente y sí profundamente al cristianismo occidental ha sido su enredo con el poder político y económico, que a menudo se ha convertido en motivo de escándalo. La Iglesia como potencia mundial ha alejado de sus espacios a quienes deberían haber sido acogidos. Las clases más pobres de la sociedad no sólo no se han sentido siempre acogidas por la Iglesia, salvo en ciertas experiencias a menudo obstaculizadas por la misma institución eclesiástica, sino que han sido objeto de persecución, penalizadas con impuestos al límite de la tolerancia.  No sólo eso, sino que la rigidez de sus dogmas ha creado en consecuencia un importante número de personas excluidas de la comunidad. Divorciados, separados, homosexuales, lesbianas, transexuales,…: hay todo un mundo que se siente rechazado por la institución que debía expresar el signo tangible de la humanidad acogedora de Jesús. En la era post-cristiana que empezamos a vivir, podría existir la posibilidad de constituir comunidades que se inspiren en el Evangelio y que sean capaces de proponerse como una verdadera sociedad alternativa a la lógica del dinero y a todas las lógicas de opresión. 

Otra característica del camino eclesial post-cristiano es que sea permeable, contaminable. Si las estructuras rígidas, los sistemas omnicomprensivos que tenían la pretensión y, sobre todo, la presunción de explicarlo todo, de dar razón de todos los aspectos de la realidad, estaban entre las características más significativas de la modernidad y del cristianismo moderno, en la era post-cristiana que está dando sus primeros pasos, la cultura es fluida y, por tanto, permeable, contaminable. Mientras que la característica de una estructura rígida es protegerse de posibles contaminaciones que puedan poner en peligro el sistema, en una cultura posmoderna que es, al mismo tiempo, post-sistémica, la fluidez permite y exige la posibilidad de contaminaciones cognitivas. 

Llevar estas intuiciones al campo teológico significa reconocer la presencia del Espíritu Santo en todas las culturas y reconocer que el Espíritu ya está presente en todo. Ya en la época moderna existía el conocimiento de este hecho teológico, pero no podía experimentarse plenamente debido a la rigidez de la mentalidad sistémica. La contaminación en eclesiología es un aspecto de la inculturación, que implica una actitud de escucha de la otra cultura. Las comunidades que se desarrollarán en el post-cristianismo estarán contaminadas porque ya no tendrán el problema de defenderse, de proteger una ortodoxia. Además, se contaminarán porque verán los contenidos del exterior como una posibilidad de enriquecimiento, intercambio y, en consecuencia, crecimiento, y no como una amenaza. 

El cambio no se producirá de la noche a la mañana: llevará su tiempo. En cualquier caso, lo cierto es que el cambio se está produciendo y que la estructura moderna de la cultura occidental forma ya parte del pasado. Estamos, pues, en una especie de zona intermedia, donde no hay puntos de referencia y este estado genera inquietud, inseguridad, deseo de aferrarse a los recuerdos del pasado. Tener la mirada vuelta hacia el futuro, donde se encuentra Cristo victorioso sobre la muerte, significa confiar en Él, en su Palabra, en su Evangelio, en lo que está obrando entre nosotros. Nunca como en esta época de transición al post-cristianismo, el mundo necesita comunidades alternativas que experimenten cada día la bondad de la propuesta del Señor resucitado. 

Si el Espíritu nos conducirá a toda la verdad, hacia la verdad plena (cf. Juan 16, 13), a lo mejor hay que mirar más fijamente a lo que está por delante y que nos precede en el camino. Y la verdad por delante seguramente no está en ciertas fijaciones del pasado por más qué éstas nos hayan dado confianza y hasta seguridad. 

Y, para finalizar, vuelvo al comienzo después de esta digresión y al hilo de su afirmación ‘El problema que no me deja nunca tranquilo es el de saber qué es realmente para nosotros hoy el cristianismo o quién es Cristo’: tal vez haya alguna razón cuando se dice que el cristianismo no existe todavía. Porque, recuerde hermano mayor Papa Francisco, si el Reino de Dios fue el deseo, la ilusión, el sueño de Jesús, llamado el Cristo, ese “Reino de Dios” está ausente en nuestro Credo… por más que se hable de su reino (en el credo niceno). Una ausencia, un silencio, por lo menos, elocuentes. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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