martes, 7 de enero de 2025

Autorreferencialidad, sacralidad, sacerdotalización,…, clericalismo.

Autorreferencialidad, sacralidad, sacerdotalización,…, clericalismo 

Hay algunos, ¿bastantes?, sectores de la doctrina tradicional de la Iglesia que parecen autorreferenciales. Por ejemplo, la doctrina relativa al sacerdocio llamado "ordenado" y a toda la ministerialidad eclesial no fue desarrollada y definida con la contribución de todo el Pueblo de Dios, sino que es obra de un componente de la Iglesia, el componente clerical. Es el clero quien ha establecido qué es el clero, cuáles son sus poderes y cómo acceder al estatus clerical. Éste, en mi opinión, es el significado de autorreferencial. 

Esta operación de autorreferencialidad no ocurrió repentinamente en un período histórico específico, sino que se desarrolló a través de un largo proceso llamado sacerdotalización de la Iglesia o incluso clericalismo. A partir del siglo III/IV -como afirman los estudios exegéticos y teológicos modernos- se formó dentro de las comunidades un estado de vida exclusivo y excluyente que se autodenominaba estado clerical. La palabra "clero" significa "porción apartada" e indica la condición de separación sacra que el clero se ha atribuido a sí mismo. Por lo tanto, a partir de ese lejano período histórico -gracias al famoso punto de inflexión Constantiniano- el clero rompe la comunión eclesial separando, es decir, sacralizando a las personas, sacralizando los lugares, sacralizando los objetos y ritos, sacralizando los tiempos litúrgicos, sacralizándolo todo. 

Lo que había sido superado en los primeros siglos, es decir, toda condición de separación que existía entre Dios y la comunidad -dado que en las primeras comunidades estaba vigente la igual dignidad sacerdotal, real y profética, en el sentido de que todo el pueblo participaba igualmente en Cristo Rey, Sacerdote y Profeta-, lo que había distinguido la gran novedad cristiana con la superación de las antiguas concepciones sacerdotales del pueblo judío, el gran punto de inflexión en el modo de entender la vida de fe como una fe secular y libre de vínculos religiosos instituciones y "códigos de separación ritual, social, sexual y étnica", bueno, todo esto fue abolido y el sacerdocio sacro fue gradualmente restablecido como un papel mediador entre Dios y la humanidad. 

El término “sacerdote” nunca había sido utilizado en las primeras comunidades cristianas para indicar un carisma-ministerio específico. Ningún cargo ministerial se llamaba “hiereus” o sacerdote. Sólo Cristo era el Sumo Sacerdote o era todo el pueblo designado como real sacerdocio -Basileion Hiretauma-, pero nunca un solo individuo. Ni siquiera en los momentos de culto se hacía referencia con la palabra ‘sacerdote’ a la persona que presidía la asamblea -que también podía ser el señor o señora de la casa-. A partir del siglo III encontramos por primera vez al obispo llamado sacerdote. 

Fue el inicio del proceso del sacerdocio o el inicio del clericalismo. Desde entonces, el naciente clero -precisamente los que se autodenominaban presbíteros y obispos- llevó a cabo una progresiva sacralización del poder que podemos distinguir en tres elementos distintos y contemporáneos. Uno: la separación del clero de la comunidad y el inicio del sistema de separación sacra. Dos: la elevación del clero por encima de la comunidad con la formación progresiva de la pirámide jerárquica. Tres: la monopolización de los carismas-ministerios en manos del clero y la consiguiente exclusión-discriminación de los laicos, especialmente de las mujeres, de todos los roles ministeriales. 

Desde que la Iglesia comienza a clericalizarse, toda actividad pasa a ser influenciada y determinada por el clero: la teología pasa a ser prerrogativa del clero, el derecho pasa a ser responsabilidad del clero, la liturgia y las estructuras eclesiales se modelan según las necesidades del clero… Así, en los siglos siguientes se desarrolló la doctrina del sacerdocio ordenado, se estableció su carácter indeleble y se establecieron las formas y reglas de la ordenación. El concepto de poder lo domina todo. La ‘potestas ordinis’ está asociada con la ‘potestas jurisdiccional’. El clero se convierte en custodio del poder de consagrar y del poder de perdonar los pecados. Los pasajes escriturales son interpretados de tal manera que dan legitimidad al sistema de poder -claramente ajeno al Evangelio y su espíritu- que se estaba erigiendo. 

De aquí a la ‘plenitudo potestatis’ del Papa hay un paso corto. Del Papa, Vicario de Cristo, descenderán todos los poderes de la Iglesia. El Papa juzga a todos y no es juzgado por nadie. Y el obispo hace lo mismo a nivel local, hasta el punto de que aún hoy en el Código de Derecho Canónico los fieles diocesanos son llamados "súbditos" del obispo. En la Iglesia Local el obispo decide todo para todos y no hay participación de los laicos en el gobierno de la diócesis. Lo mismo, a nivel inferior, ocurre con el párroco de la parroquia: aún hoy no hay participación de los laicos, salvo como colaboración ocasional si el párroco lo necesita. Incluso a nivel magisterial, no hay participación del Pueblo de Dios en la definición de la doctrina: sólo el magisterio jerárquico, compuesto únicamente por clérigos, establece y dicta los artículos del catecismo y las normas jurídicas, sin la participación de ningún laico, ningún hombre o mujer posee autoridad magisterial, se descuida el ‘sensus fidei’. 

Aquí el triple ‘munus bautismal’ (todos los bautizados son rey, sacerdote y profeta) queda anulado y absorbido por las prerrogativas del clero. Sólo el clero realiza la función real (es decir, sólo el clero decide y ordena, los laicos sólo tienen que obedecer), sólo el clero realiza la función sacerdotal (es decir, sólo el clero administra los sacramentos y los laicos tienen que ayudar pasivamente en los ritos litúrgicos ) y sólo el clero desempeña la función profética (es decir, sólo el clero enseña y establece la doctrina, sólo el clero es el magisterio y los laicos reciben obedientemente esta enseñanza sin posibilidad alguna de contribuir a definirla). Ésta es la doctrina tradicional de la Iglesia tal como fue elaborada por el clericalismo. Éste es el significado y desarrollo de la autorreferencialidad eclesial. 

Resulta que la Iglesia es por naturaleza una sociedad desigual, es decir, una sociedad compuesta por dos categorías de personas: los Pastores y el Rebaño, los que ocupan un rango entre los de la jerarquía, y la multitud de fieles. Y estas categorías son tan claramente distintas entre sí que sólo en el cuerpo pastoral residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia fines sociales; y que la multitud no tiene otro deber que dejarse guiar y seguir a sus Pastores como un rebaño dócil". Las palabras de San Pío X en la encíclica ‘Vehementer nos’ de 1906 pueden resumir la imagen del clericalismo tal como ha ido tomando forma a lo largo de los siglos. 

Una situación así, tan alejada de la práctica de las primeras comunidades, sólo podía suscitar movimientos de reforma. Estos siempre han estado ahí y han provocado dos tipos de reacciones por parte de la Iglesia. O bien los adoptó en su seno (muchos movimientos de renovación comenzaron en las órdenes religiosas y pronto fueron asumidos, ¿neutralizados?, por la institución) o los expulsó y los declaró herejes (solo por nombrar dos: Valdo y Lutero). Sin embargo, en el siglo pasado la renovación llegó a influir en la Iglesia hasta en sus líderes y, gracias al Concilio Vaticano II, se inició una obra de reforma. 

Hoy el término ‘clericalismo’ ha sido aclarado por el Papa Francisco y el "espíritu del concilio" ha recobrado fuerza. La des-clericalización de la Iglesia, aunque entre luces y sombras, ha comenzado a avanzar. Evidentemente el proceso es largo y muy agotador porque siglos y siglos de poder clerical no pueden borrarse en el espacio de unos pocos años. Como dijo Karl Rahner, el Concilio fue "el comienzo de un comienzo". Se ha trazado el camino, se ha puesto en marcha un dinamismo hacia una Iglesia-comunión formada por hombres y mujeres que viven conscientemente su bautismo y participan dignamente del triple oficio de Cristo (todos somos reyes, sacerdotes y profetas). Finalmente la jerarquía se dio cuenta de que algo grave había sucedido y que era necesario reformular la doctrina, revisar el Código de Derecho Canónico, reformar la liturgia,… 

Como escribía el Papa Francisco en su “Carta al Pueblo de Dios” del 20 de agosto de 2018: “hemos construido comunidades, programas, opciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva sin vida. Esto se manifiesta claramente en una forma anómala de entender la autoridad en la Iglesia -muy común en numerosas comunidades en las que se han producido conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia- como el clericalismo, esa actitud que no sólo anula la personalidad de los cristianos, pero también tiende a menospreciar y subestimar la gracia bautismal que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de nuestro pueblo. El clericalismo, favorecido tanto por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que fomenta y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos". 

Se ha establecido un horizonte y un camino sinodales que fomenten también en los ministros ordenados, particularmente obispos y presbíteros, la conciencia de ser instrumentos dóciles del Espíritu para reconstruir una dimensión del secularismo eclesial que a lo largo de los siglos el clericalismo ha mortificado... hasta prácticamente anularlo Es necesario devolverle al Pueblo de Dios la personalidad, esa personalidad que el clericalismo ha anulado. Es necesario redescubrir y valorizar el sacerdocio bautismal, y para ello es necesario erradicar el clericalismo que ha menospreciado y subestimado "la gracia bautismal que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de nuestro pueblo". 

El Papa Francisco, en su mencionada ‘Carta al Pueblo de Dios’, planteó el tema del clericalismo. Yo sospecho que toda reforma eclesial encuentra en su camino el obstáculo del clericalismo y por tanto no puede desplegar sus efectos debido al obstruccionismo y al boicot que -incluso de buena fe y en nombre de la fe, de la doctrina,…- se llevan a cabo en un ambiente imbuido de mentalidad clericalista. A la postre, el clericalismo es un sistema de poder arraigado dentro de la Iglesia desde hace varios siglos. La cuestión gira en torno a la palabra: “poder”. 

Mi profesor de Eclesiología comenzaba con ironía socarrona su curso preguntando que todo el tratado eclesiológico se resolvía en una cuestión: “¿quién manda aquí?” Qué es la ‘potestas’ en la iglesia. ¿Es un poder sagrado? ¿Es uno o hay dos potestades: la potestas ordinis y la potestas jurisdiccional? ¿Tiene un origen divino o es producto de la historia? ¿Divide a la Iglesia en dos estados, el clerical y el laico? ¿Existen potestades "delegadas" del clero a los laicos? ¿O los laicos, en cuanto bautizados, participan en el triple ‘munera’ cristológico y por tanto no necesitan "concesiones"? ¿Existen entonces: una ‘potestas’ que deriva del sacramento del orden y una incluso más fundamental y radical asociada al sacramento bautismo? ¿Un poder clerical y un poder laico? ¿Dos poderes diferentes no sólo en grado y función, sino también diferentes en esencia (LG 10)? ¿Y qué clase de poder sería un poder que no puede ejercerse porque está limitado por un poder superior? ¿Cuántos derechos, en efecto, se niegan en nuestras comunidades a los laicos y a las mujeres en particular? 

El Papa llega incluso a sostener, como he citado antes, que ‘el clericalismo no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que también tiende a menospreciar y subestimar la gracia bautismal que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de nuestro pueblo’. En resumen, una serie de cuestiones surgen del poder. ‘Potestas’ es una categoría problemática. Recuerda demasiado a la “societas inaequalis” de San Pío X que he mencionado anteriormente. ¿Se puede ir a la raíz evangélica y preguntar: la participación en la exousia de Cristo por parte de toda la Iglesia debe coincidir única (y por tanto exclusivamente) con la participación de algunos (el clero en una sacralidad) y posición superior en detrimento de otros (laicos en posición subordinada)? ¿O hay otra organización eclesial disponible evangélicamente que pueda abolir la separación entre clérigos y laicos, supere el clericalismo y abra el camino a las reformas? 

Y en esas seguimos estando… incluso a las puertas de la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad, Dios mediante, desde finales de septiembre de este mismo año en Roma. Dios quiera que el discernimiento sinodal, que nace del sacramento radical del bautismo, sea un paso más en la mayoría de edad efectiva y real del Pueblo de Dios. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Las discapacidades en las guerras.

Las discapacidades en las guerras   La discapacidad, en un contexto de guerra, no es algo imprevisto. Es uno de los resultados más reconocib...