martes, 22 de julio de 2025

Hablando del suicidio.

Hablando del suicidio 

Sí, tenemos que hablar. En las últimas semanas, me he visto conmovido por la muerte de Don Matteo Balzano, un sacerdote de treinta y cinco años que se quitó la vida. Le estoy dando algunas vueltas. He escrito también una reflexión a ese respecto y que compartí en mi blog personal: https://kristaualternatiba.blogspot.com/2025/07/la-herida-sorda-y-el-grito-mudo-de-un.html 

Hace unos años escribí una reflexión sobre el suicidio de una persona, a la que no conocía directamente, y que era un ser querido, su padre para ser más exactos, de una compañera y amiga del trabajo. 

Hablo como ser humano y como presbítero católico. No tengo ninguna experiencia pastoral en la materia. No soy un profesional de la salud mental, ni pretendo serlo, ya que haría más daño que bien. Pero somos seres complejos y todos los aspectos de nuestra vida están íntimamente relacionados, y en ningún lugar más que en nuestro bienestar mental, psicológico y espiritual. No pretendo ofrecer ningún tipo de análisis sobre el tema, ni abordar cuestiones específicas relacionadas con la salud mental en general, la salud mental de los hombres en particular, y menos aún cuestiones relacionadas con la salud mental entre el clero. Hay otras personas mucho más competentes que yo en la materia. 

Pero siento que debo compartir tres cosas que he aprendido y que quizá también puedan ayudar. 

Primero. No juzgar.

 

Si quieres ser de alguna utilidad para las personas que tienen pensamientos suicidas (o han intentado suicidarse), si quieres ser de alguna utilidad para quienes están de luto por familiares y amigos que se han quitado la vida: no juzgues. Repito. No juzgues.

 

Suena fácil, pero no lo es. Es más fácil evitar los juicios rotundos. Sin embargo, a veces lo que puede parecer un consejo sensato - y puede que lo sea, si se da de la manera adecuada, en el momento adecuado y en el contexto adecuado de un proceso - puede ser sutilmente —y poderosamente— crítico.

 

A los seres humanos nos encanta tener respuestas, ansiamos tener control. Preferimos culparnos a nosotros mismos y llenarnos de culpa: ¿qué podría haber hecho, qué podría haber dicho (esto es especialmente cierto en el caso de las personas cercanas)? Preferimos culparnos a nosotros mismos antes que admitir que a veces no tenemos ningún control sobre la situación.

 

Quizás una de las tragedias más profundas del suicidio es que puede ocurrir a pesar de que las personas estén rodeadas de seres queridos. A pesar de contar con toda una red de apoyo. A pesar de recibir la atención de salud mental adecuada. Sí, aún así puede ocurrir. No, no hay nada que pudieras haber hecho. No es culpa tuya.

 

¿Significa eso que no hay nada que hacer? No. Hay mucho que puedes hacer y que debes hacer. Por supuesto, las personas pueden brindar apoyo, y ese apoyo es real y poderoso. Pero también hay que ser conscientes de que no se trata de una simple relación de causa y efecto. No existe una fórmula mágica. Los seres humanos no somos dispositivos mecánicos, sino mucho más complejos.

 

Entonces, ¿qué podemos hacer? 

Segundo. Estar ahí.

 

Estar ahí. Estar ahí y aprender a callar y escuchar. Esto ha sido cierto para mí como ser humano, como amigo, como presbítero. Estar ahí. Acompañar a las personas en su camino por el infierno, por el infierno del dolor, por la oscuridad total de su experiencia. No puedo ocupar el lugar de la persona, pero puedo estar ahí asegurándome de que no atraviese el infierno sola. No para dar respuestas, sino para cogerle la mano (metafóricamente, a veces incluso físicamente).

 

Y, por favor, asegúrate de que también cuenta con el apoyo necesario de profesionales sanitarios. Tanto si acompañas a un amigo o a un ser querido, como si lo haces como presbítero, asegúrate de que busca y recibe el apoyo adecuado. Como presbítero, soy muy consciente de que el aspecto espiritual puede ser una parte importante del itinerario, pero junto con el apoyo psicológico y psiquiátrico adecuado, y no en sustitución de este. ¡Somos aliados, no competidores!

 

También he aprendido que atravesar el infierno con otros significa que yo también tengo que ser lo suficientemente humilde como para dejarme ayudar. Es una de las experiencias más poderosas como presbítero, pero también una en la que no debo jugar a ser un superhéroe. La oración es importante, pero no es una herramienta mágica. Yo también necesito el apoyo adecuado, el soporte conveniente de otros profesionales cuando es necesario, apoyo en la dirección espiritual, en la psicoterapia, para recorrer este camino con otros. Por cierto, considero que estas herramientas también son un don de Dios: Gratia supponit naturam et eam perficit. 

Tercero. Está bien estar enfadado con Dios.

 

Ahora hablo como presbítero católico. Está bien estar enfadado con Dios. Está bien querer decirle a Dios… Se puede insertar aquí el improperio o la palabrota a gusto… Si queremos que nuestra fe sirva para algo, debemos deshacernos de esa forma edulcorada con la que a menudo crecemos. Debemos superar la infantilización de nuestra fe.

 

Está bien estar totalmente enfadado con Dios. Dios puede soportarlo. Me explico, o lo intento, con una analogía. Como educador (y estoy bastante seguro de que otros lo han experimentado como educadores y/o padres), me ha pasado que un chico de catorce o quince años se me ha acercado enfadado, y tal vez incluso agresivo. Si instintivamente quisiera responderle en el mismo tono, como adulto me doy cuenta de que ese joven no está enfadado conmigo, sino que está enfadado (a menudo consigo mismo, con una situación, con el mundo en general). Irónicamente, puede que se desquite conmigo no porque yo sea el objetivo, sino porque soy un espacio seguro. Lo que ese joven necesita es que se le escuche, que se le tome en serio, que se le haga comprender que su ira es legítima y que necesita expresarla, quizá regularla, pero no reprimirla.

 

Ahora bien, creo sinceramente que mi Dios es, como mínimo, mejor que yo (¡es lo mínimo que puedo esperar!). En realidad, no le falta mucho… para ser mejor que yo. Imagino que nuestra relación con Él es como la de ese adolescente de mi analogía. ¿Por qué debería pensar que mi Dios no puede manejarlo? Y, por cierto, la Biblia está repleta de ejemplos.

 

Y, por el amor de Dios, evitemos las sutilezas que son blasfemas en momentos en los que las personas están llorando a sus seres queridos, sobre que Dios los ha elegido para sí mismo o que están en buenas manos. Tales frases traicionan la imagen del Dios del Evangelio. Mi Dios está llorando allí a mi lado, y a tu lado, mientras lloramos a nuestros seres queridos. Y sí, mi Dios abraza con amor, sin juzgar, a aquellos que se han quitado la vida. No puedo imaginar a Dios de otra manera. Lo cual no significa que no tenga muchas preguntas que hacerle al Señor Dios cuando, algún día, sea llamado a reunirme con mi Creador. Pero mientras tanto, he aprendido a aceptar que no entiendo los misterios del universo. 

Por último, trata de ser un espacio seguro. 

Por fin, reúno estos tres puntos. No, no tengo respuestas. Y haría daño si dijera lo contrario. De hecho, en algunos casos, no hay respuestas. Y hasta me imagino que está bien que no las haya. 

Sin embargo, hay una cosa que puedo hacer. Ser un espacio seguro. Ser un espacio donde las personas se sientan acogidas, bienvenidas, abrazadas, sin juicios. Donde los demás puedan sentir que está bien ser ellos mismos: sentirse acogidos, bienvenidos, amados, tal y como son. Sangrando. Magullados. Heridos. En la oscuridad. Justo cuando ni siquiera pueden aceptarse y acogerse a sí mismos. Justo cuando sienten que son una carga para sí mismos y para los demás. Justo cuando la llama vacilante de la fe parece completamente extinguida. Ahí es donde debo estar. No tengo respuestas. Pero aquí estás a salvo. 

No, no eres una carga. Ni para mí. Ni para tus seres queridos. Eres un regalo. Así que, por favor, al igual que yo me alegraría de compartir tus alegrías y esperanzas, siéntete aún más libre de llamar a mi puerta cuando la vida te abrume, cuando sientas que estás atravesando un infierno. No puedo atravesar el infierno por ti, pero puedes estar seguro de que no te soltaré la mano mientras lo haces.

 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vacío por lleno - San Lucas 18, 9-14 -.

Vacío por lleno - San Lucas 18, 9-14 -   No se puede rezar a Dios y despreciar al hermano.   No se puede acudir a Él y juzgar al pecador. ...