jueves, 27 de marzo de 2025

Delante de la cruz.

Delante de la cruz 

La respuesta al amor y a la pasión de Dios no es del todo obvia ni unívoca. El evangelista San Juan, más que nadie, habla de un seguimiento masculino y femenino de Jesús en la Pasión. 

El varón, aunque experimenta un entusiasmo inicial por el Maestro, pronto registra un grado considerable de cerrazón y fijeza en su manera de entender las cosas. Se muestra incapaz de liberarse de la estrechez del cálculo, es incapaz de amar gratuitamente. Casi hay que obligarlo a aceptar que los roles están invertidos. 

La mujer, por el contrario, es para San Juan el modo en que el discipulado se expresa en la forma más verdadera. En particular, va más allá de toda convención y de todo cálculo, se dispone a los proyectos del amado, consiente en ser amada como Jesús eligió hacerlo, permanece en silencio al pie de la cruz y tenaz en la búsqueda después de la muerte de su Señor. 

Pedro, o la religión del poder. Contigo, Señor…estoy listo… 

Ahora bien, cuando Pedro habla de muerte, se refiere a una muerte heroica, a la muerte de un mártir, a una muerte gloriosa: morir blandiendo la espada. La muerte del heroísmo: la muerte de alguien que en su último grito da testimonio de la verdad resplandeciente de Dios, así como de la injusticia y de la vergüenza de quienes han decidido oponérsele. Ésta es la muerte que Pedro querría morir: no acepta morir humillado, en silencio, objeto del escarnio público. Quiere morir mártir pero es incapaz de hacer lo único que le pide su Señor: velar con Él. No, Pedro se deja vencer por el sueño que expresa el disgusto psicológico de una situación inaceptable como la de Jesús en el huerto. Este sueño expresa el escándalo frente a un hombre que tiene miedo. De ahí la confusión y la falta de voluntad para pensar en ello. 

Judas, o la religión reducida a espectáculo y mercado… 

Es un hombre que combina la mezquindad y la nostalgia por la grandeza. Un hombre decepcionado de Jesús pero también de sí mismo: por eso se deja atraer por un espejismo de venganza, de resentimiento, que en un cierto momento lo invade. “Amigo, ¡por eso estás aquí!” Mira quién eres, mira lo que haces. Si quieres hazlo, pero ten cuidado con la imagen que da de ti mismo aquello que estás a punto de hacer. Dios concede al hombre la libertad contra sí mismo, en Jesús, y se ofrece por esta libertad equivocada. 

Pilato o el hombre reducido a un papel… 

Él es el burócrata pegado a la silla. Lo más importante para él es no perder su trabajo y el poder anejo a la función. Atrapado como está entre dos fuegos -de un lado las órdenes que vienen de arriba y del otro el descontento de la multitud-, el suyo es un esfuerzo desigual: no para desagradar a su conciencia, pero tampoco al emperador ni al pueblo con el que debe vivir. Quiere salvarlo todo y para ello busca excusas. Busca todas las salidas menos la verdadera, es decir, hacer uso de su libertad, de su dignidad. 

El discípulo a quien Jesús amaba… 

El discípulo a quien Jesús amaba vive una relación singular con Jesús. Él es el contrapeso de Judas: frente al traidor es él quien vive sólo para dar. Su identidad le viene dada por su relación con Jesús. En el Evangelio de San Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, junto con la Madre del Señor, nunca es mencionado por su propio nombre. Lo que caracteriza tanto a la Madre del Señor como al discípulo a quien Jesús amaba no es su historia individual sino la relación que Jesús tiene con ellos. Su identidad está dada por la relación: después de todo, ¿qué podría hacerme descubrir mi yo sino el tú del otro? 

María de Betania… 

Ella realiza un pequeño gesto en Jesús: unge sus pies (y no su cabeza) con un aceite perfumado muy precioso y abundante. En este sentido, María expresa la actitud de absoluta generosidad del amor hacia el amado, de la esposa hacia el esposo. Permite al amado completar su historia de vida y muerte. 

María es capaz de comprender en ese Jesús el exceso de Dios, el derroche de Dios. Ella tiene un jarrón de perfume precioso y lo ofrece, sin pensar demasiado en si es útil, si sirve para algo, si creará algo nuevo en la historia más allá de una casa llena de perfume. Ciertamente ella hace algo que va más allá de la Ley: María inventa un gesto, como lo hace Dios. La inventiva y la creatividad son típicas del amor. E inventa un gesto que el mismo Jesús aprende: lo repetirá, de hecho, dentro de algunos días, cuando Él, el Señor y el Maestro, se arrodillará a los pies de sus discípulos. 

El suyo es un sí abierto a la forma que el amor de Jesús querrá tomar en beneficio de los suyos. A diferencia de Pedro y Judas que quieren conocer, determinar, conservar, vender, comprar, María de Betania representa “el puro no-impedimento” de la voluntad de obediencia del amado. Ella simplemente se somete a Él, como Él mismo se somete a los planes del Padre. 

María Magdalena… 

María Magdalena es la mujer sanada, de la que habían salido siete demonios (Lucas 8,2). Ella ya no puede prescindir de Jesús, a quien debe una vida completamente nueva y libre. Por lo tanto, lo que experimenta en la cima del Gólgota es indescriptible. El libertador, horriblemente clavado y atormentado hasta la muerte, y ella, la liberada, incapaz de hacer lo más mínimo por su liberación. En ese preciso momento, María Magdalena comprende que la ofrenda de su amor no sirve de nada para iluminar la noche oscura en la que lo sumerge su abandono por parte de Dios. En la cruz Jesús está solo y ella debe dejarlo permanecer así. El suyo es un seguimiento impotente en este momento. 

La Madre del Señor… 

La Madre de Jesús, que está al pie de la Cruz, constituye el centro más profundo entre las otras dos Marías. María de Betania había realizado un gesto en Jesús: la unción. María Magdalena había hablado con el Maestro. María la Madre no hace nada ni dice nada. Ella está sola allí, en silencio en el Calvario. 

Jesús, el Hijo, moribundo, dispone de Ella, la Madre. Le da otro hijo y la confía al discípulo como a su Madre. Cristo la tiene a su disposición, pero no le pide nada. Jesús, el Hijo, espera que la Madre esté de acuerdo. Al fin y al cabo, llegar a un acuerdo con Ella siempre ha sido un requisito previo. 

¿Y María? María Madre, deja que todo suceda. Ella permite que todo suceda en relación con Dios. María permite que Jesús no sólo sea envuelto por la muerte física, sino sobre todo sea abandonado por su Padre. Lo deja donde toda comunión, toda forma de ayuda se interrumpe y se hace imposible. Y este dejar a su Hijo no es decisión propia de María. Ella tiene que abandonarlo porque el Hijo simplemente se retira, porque la abandona, casi la arroja a un lado. El Hijo coloca a su Madre en otro lugar. 

Para sanarnos de nuestra incapacidad de ser hermanos, el Crucificado y Resucitado nos dona un vientre nuevo. María acoge en sus brazos a su hijo muerto y a quienes lo mataron, Caín y Abel. En el mismo momento en que muere su Hijo, Ella se convierte en Madre de todos los hombres. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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