“Yo te acojo a ti”: apuntes de una espiritualidad matrimonial
No es bueno que el hombre esté solo
El plan de Dios para la humanidad es un plan contra la soledad. ¡Qué esclarecedora es la palabra que encontramos al comienzo de la historia de la humanidad: «No es bueno que el hombre esté solo»! A Dios le importa que nadie se sienta asfixiado por la soledad. Y el libro del Génesis nos dice que la soledad no puede ser llenada por cosas o animales. Adán busca y no encuentra, nos dice el Génesis.
Puede parecer paradójico pero la soledad del hombre no la llena ni siquiera Dios. Adán no estaba solo: tenía a Dios. Dios descendió para caminar con él al anochecer, en la brisa del atardecer. ¡Pero ni siquiera Dios es suficiente! Ni el Edén ni Dios pueden llenar lo profundo del corazón de Adán.
Por eso Dios está en contra de la soledad. Dios pidió al hombre que no tuviera otros dioses delante de él, pero nunca le pidió al hombre que no tuviera otro amor delante de Él. Porque sin amor hasta el paraíso pierde su atractivo y se convierte en un letargo perpetuo.
Me gustaría señalar que la expresión: “Quiero darle ayuda que sea similar a él” se traduciría mejor como: “Quiero darle ayuda frente a él”. Como si dijera que el otro es de ayuda, pero sigue siendo el otro, con su individualidad, con su irreductible diversidad. No se puede homologar.
Desde siempre yo te acojo
¿Qué es un matrimonio? Es la experiencia del exceso. El amor y el matrimonio son una auténtica salida, un éxtasis. Y la palabra se refiere a estar afuera. Fuera de sí mismos.
¿De dónde surgió la decisión de casarse y, por tanto, de prepararse para esta cita?
La respuesta podría ser obvia: porque nos amamos. Esto es ciertamente cierto, pero esta respuesta todavía no es la más verdadera.
De hecho, en el origen de vuestro encuentro, incluso antes de vuestro deseo de compartir la vida de pareja, está la iniciativa de Dios, una verdadera vocación: es Dios quien os llama a dejar cada uno la propia casa para convertirse en uno.
El encuentro entre vosotros dos no es fruto de la casualidad. Por supuesto, las circunstancias en las que os conocisteis fueron las más variadas para cada uno de vosotros, pero a través de ellas desarrollasteis la conciencia de estar hechos el uno para el otro. Además, al decidir casarse por la Iglesia, seréis uno a través del regalo que seréis y os daréis el uno al otro.
Es cierto que habéis descubierto que os amáis pero, en realidad, hay otro Amor que os precedió, os llamó y os hizo capaces de manifestaros amor el uno al otro a través de una experiencia que tiene todas las características de la totalidad.
Os vais a casar porque Dios Padre siempre ha pensado en vosotros como una pareja que pudiera expresar en el mundo en que vivís el amor que Él tiene por cada hombre. ¡Qué tarea! ¡Qué honor! Dios os confía la tarea de ser signo –sacramento- de cómo Él se pone delante de cada hombre.
El día de vuestra boda os repetiréis el uno al otro: “Yo te acojo…”. Tú eres el regalo de Dios para ella y ella es el regalo de Dios para ti.
Cuando, llevados por la emoción y el sentimiento, decidisteis uniros porque estabais enamorados el uno del otro, todo funcionó en la medida en que el otro llenó y satisfizo su soledad.
Luego, cuando os fuisteis conociendo, tomasteis la verdadera decisión de casaros.
¿En qué momento de nuestra vida pasasteis del enamoramiento al amor? “Cuando la felicidad, la seguridad y el desarrollo de otra persona se vuelven tan importantes como tu propia felicidad, seguridad y desarrollo, entonces hay amor”. Si esto no sucede, nunca podré decirle verdaderamente a otra persona: “Te amo”.
Es posible decidir casarse cuando se tiene la capacidad de estar tan cómodo solo que se puede prescindir del otro y, sin embargo, por querer entregarse a otra persona, se decide permanecer juntos.
¡Cuidado con la media manzana! El otro no es alguien que llena mi necesidad sino alguien a quien yo decido entregarme. La perspectiva es muy diferente.
Nos preocupamos por la felicidad de los demás cuando:
– se apoya
materialmente, emocionalmente, psicológicamente,
– se cura en esas
heridas que cada uno de nosotros lleva consigo,
– estar juntos tiene como objetivo el desarrollo mutuo.
Esto sucede cuando algunos aspectos son comunes dentro de la relación:
– aceptación del otro
como diferente de mí,
– atención a su
necesidad de ser reconocido,
– el respeto debido
al hecho de que el otro es un sujeto y no un objeto,
– tolerancia a las
imperfecciones,
– paciencia ante la
falibilidad mutua,
– el espíritu de
sacrificio según el modelo de la cruz,
–
compartir-colaboración,
– la capacidad de ser verdadero.
Con la gracia de Cristo…
¿Cómo es esto posible?
Humanamente hablando, es una tarea demasiado grande. Por eso os casáis en la Iglesia, para tomar del sí de Jesús al Padre -el gesto supremo de amor y de obediencia- la fuerza para decir el propio sí. Y tu sí está modelado según el de ella. Y sabemos hasta dónde llegó el sí de Jesús: hasta la cruz.
En la cruz de una Iglesia estaba escrito así: “Charitas sine modo”, es decir, un amor sin moderación, sin medida, sin límites. Dos esposos que deciden celebrar un matrimonio cristiano no hacen otra cosa que manifestar su voluntad de entregarse el uno al otro hasta la donación total.
Con la gracia de Cristo…
Si bien el "para siempre" es atractivo, también es cierto que es aterrador. Lo que estáis a punto de realizar no es un compromiso que podáis llevar a cabo solos. Sólo la gracia de Cristo, la fuerza que viene de su presencia en vuestra vida, hace que vuestro amor no sea un amor de conveniencia, ni sea temporal ni se limite a vuestros gustos y expectativas.
No basta con decidir acogernos unos a otros. Esta motivación es necesaria: con la gracia de Cristo.
Lo que motiva esta elección es el amor. Y el amor no es ciego. No es cierto que el amor sea ciego, porque el amor puede ver donde el interés y el egoísmo no pueden ver nada.
Este tipo de amor tiene una sola medida: la necesidad del amado. ¿Qué quiere decir esto? Esto significa que, al prometeros el don de la fidelidad recíproca, os hacéis disponibles para vivir y afrontar juntos no sólo los momentos en los que todo va bien y en los que quizá incluso es bonito estar juntos, sino que también os hacéis disponibles para afrontar y superar juntos los momentos de prueba.
El compromiso que se adquiere en el matrimonio es tan
grande que no hay vuelta atrás. Es un compromiso hecho para siempre, porque
desde siempre y para siempre es el amor el que nos ha llamado a permanecer en
Él.
Para siempre
O bien el amor lleva consigo el carácter de definitividad, de eternidad, o bien no es amor.
Precisamente porque es libre, el amor entre un hombre y una mujer también será “fiel”. No está limitado en el tiempo ni a determinadas condiciones, sino que tiene planes para el “siempre” y el “sin embargo”, «en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad» (Rito del Sacramento del Matrimonio).
Una pareja, una familia son imagen de la comunión trinitaria cuando, en ella, cada persona se siente comprometida a no retirar su afecto y su cuidado incluso cuando el otro se equivoca, traiciona o hace daño. La lealtad se demuestra:
– en el perdón más
fuerte que la ofensa,
– en el bien más
fuerte que el mal,
– en un amor verdaderamente más vital que todo lo que mortifica, a imagen del amor de Cristo, que murió por nosotros «siendo todavía pecadores» (Rm 5,8).
Amarte y honrarte todos los días de mi vida
Significa: Prometo amarte y honrarte no si tú también lo haces, no si me da la gana y si tengo tiempo, no mientras yo pueda, no mientras tú estés aquí (dice: todos los días de mi vida, no de la tuya). Esto sólo es posible si la motivación del amor viene de arriba, viene de Dios.
Para ello es necesario asistir cada día a la escuela de la ternura, que es signo de flexibilidad y apertura del corazón. Se transmite:
– con tus manos (un
abrazo, una caricia),
– con la mirada
(expresando admiración y benevolencia),
– con la palabra
(animando, apoyando, felicitando),
– escuchando
(prestando atención e interés),
– con cuidado y atención (recordando aniversarios, conociendo los gustos del otro, sin dejar nunca de sorprenderle).
Sólo hay un camino para superar los desiertos repentinos de sentimientos y la aridez feroz que a veces bloquea el fluir tranquilo de la existencia. Es la vida espiritual. Es dejarse transformar por el Sol que es Dios y ser llevado por el Viento del Espíritu. Pero es un riesgo que pocos están dispuestos a correr.
El éxito de vuestro matrimonio está en vuestra fe, en hacer vuestro propio estilo de vida proclamado por el Señor Jesús en el Evangelio.
Ser fiel también significa sentirse comprometido a cultivar el amor y educarlo, no sólo para que sea fuerte en las dificultades, sino para que, a medida que crece, madure una vida más plena en cada uno de los dos.
El matrimonio, en este sentido, no es la “tumba del
amor”, como repite cierto cinismo superficial. Al contrario, es la cuna de un
amor que quiere crecer; la promesa de que estaré siempre a tu lado porque tú y
yo juntos podremos recurrir de vez en cuando a un nuevo recurso de nuestro
amor, que hoy es el amor de los esposos, mañana será el amor de los padres,
luego el de los abuelos, siempre el de los amigos.
“Comenzó a faltar el vino”
La vida de cada uno de nosotros conoce la amarga realidad de una alegría de vivir que falta. Nuestra alegría está siempre en riesgo, es frágil, inestable. Lo que más alegría trae al corazón de un hombre puede agotarse en medio de la celebración.
A menudo conocemos la tristeza de una celebración imposible y el miedo y la frustración resultantes. De hecho, el vino, es decir, todo lo que redime un ritmo demasiado ordinario y banal, todo lo que testimonia y exalta la belleza de la vida, puede faltar sin que nadie lo note, ni siquiera por parte de quien tendría inmediatamente esa tarea.
El vino es el ingrediente esencial para que una fiesta sea una fiesta: casi parece que siempre se acaba antes de que la fiesta haya llegado a su punto culminante. Y así, la comunión de vida que habíamos acordado compartir deja de parecer alegre y tranquilizadora como probablemente la habíamos pretendido al principio.
Todo entra en la categoría de la “normalidad”, es decir, en la categoría sin asombro y sin alegría. Y acabamos resignándonos a que no puede ser de otra manera: reducidos a llevar una vida bajo mínimos y bajo apariencias. Ya casi no nos damos cuenta.
El mayordomo lo atestigua ingenuamente: todos sirven el buen vino al principio… es decir: es normal que al principio todo sea diferente. Pero luego los primeros días acaban dando paso al desencanto y nos acostumbramos a vivir la vida sin dimensión de fiesta y de alegría, sin esperanza de una posible redención, sin sobresaltos. Todo sigue adelante, sin expectativas, resignado.
Caná asegura que no hay proyecto de felicidad que pueda garantizarse sólo contando con los víveres de la bodega familiar. Lo que tenemos como seres humanos no es suficiente. La historia de Caná cuenta cómo no hay experiencia humana que esté exenta de tener que pasar, de una forma u otra, por la fase en la que el vino de la casa se acaba. El problema es cómo afrontar este acontecimiento.
Caná nos habla entonces de un Dios que se solidariza con nosotros en nuestra necesidad y se hace cercano a nosotros precisamente en la experiencia de nuestra impotencia para atenderla.
Habla de un Dios que fue invitado: Jesús también fue invitado a la boda. ¡Ojalá tuviéramos por un lado el coraje y por otro la humildad de invitarlo un poco más a menudo a nuestras vidas! De hecho, será Él quien marque la diferencia en esa fiesta.
Él es el valor añadido de muchas de nuestras existencias que, de otro modo, correrían el riesgo de quedar demasiado envueltas en una sucesión de acontecimientos cuyo sentido y significado no siempre seríamos capaces de captar.
Caná nos habla de un Dios atento a los detalles, a esos que –si no estuvieran– a menudo pondrían en peligro muchas de nuestras relaciones. De hecho, es precisamente la redención de estos detalles lo que constituye la sustancia de la vida eterna. ¿Qué son una capa o un vaso de agua sino un detalle? Aun así, hacen una diferencia para la eternidad. Atención a los detalles.
“Haced aquello que os dirá”
¿Qué pide María a los sirvientes? Nos pide que no dejemos de confiar en la Palabra del Evangelio: todo lo que Él os pida, hacedlo.
María sabe personalmente lo que escuchar y creer en la Palabra de Dios puede lograr: lo imposible sucede.
Creo que si algo nuevo no sucede en nuestras historias, en nuestras relaciones, es porque seguimos escuchando sólo nuestras palabras que resultan ser un sonido vacío, que no tiene el poder de lograr lo que expresa.
No os conforméis con una mutua o recíproca confrontación del uno con el otro; aprendes a introducir en vuestra relación la confrontación con lo que el Señor os pide de vez en cuando en los diversos pasos de la vida. Cuando esto suceda, conservaréis el buen vino hasta el final. No hay situación incómoda que, vivida invitando a Jesús, no pueda transformarse en una celebración prolongada.
Jesús nos pide que llevemos agua, es decir, nos pide que estemos disponibles a poner en sus manos aquello de lo que cada uno de nosotros es capaz. Cuando esto sucede, existe el material necesario para que Él cumpla nuestros deseos y esperanzas.
Caná muestra lo que marca la diferencia en la vida de un hombre: Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta el final. Tú en cambio… Caná atestigua que es posible no resignarse a un destino que quisiera que nuestros días no conocieran ninguna alegría exultante.
La primera que no se resigna a dejarse arrastrar por la vida es María, que entiende lo que está en juego en la resignación que emerge en esa fiesta. María sabe que también el tiempo de la fragilidad es un tiempo tocado por Dios: nunca es un tiempo pobre si aceptas darle el agua de tus cántaros para que Él haga vino para la fiesta de todos.
Haced lo que Él os diga. Confíad en Él.
Para un proyecto de vida en pareja
– Identificar algo
que os recuerde el encuentro (una especie de memorial: puede ser un lugar, una
circunstancia, una palabra…).
– Hacer un calendario
de vuestra historia.
– ¿Cuáles son las
palabras claves en vuestra vida? ¿Cuál es vuestro estilo de estar juntos?
– Quedarse dormidos
pidiéndonos perdón: no dejéis que el sol se ponga sobre vuestro enojo.
– ¿Cómo vivir y
expresar la fe? ¿Qué momentos de oración?
– ¿Los niños?
– Relación con el
trabajo.
– Relación con el
dinero.
– Relación con las
redes sociales.
– ¿Qué actitud
debemos adoptar hacia nuestros parientes mutuos?
– ¿Y qué pasa con las
vacaciones, los hobbies y los pasatiempos? ¿Se deben mantener los hábitos de
cada uno o es mejor acordar nuevos en pareja?
– ¿Compromisos
sociales?
– ¿Estamos
disponibles, como pareja, a dar nuestro consentimiento a todas aquellas
elecciones excepcionales que Dios pueda pedirnos? ¿Aunque nos cueste
sacrificio? ¿Hemos pensado alguna vez en esta eventualidad?
– …
Quisiera concluir con una exhortación y un deseo siempre necesarios: no perder nunca la fe, pase lo que pase. Todo lo que experimentáis nunca es la última palabra sobre vuestra existencia personal y de pareja, es sólo la penúltima porque la última palabra pertenece al Señor y es siempre palabra de vida, de esperanza, de amor.
¡Gastad el amor generosamente!
El amor es el único tesoro
que se multiplica por división.
Es el único regalo que aumenta cuanto más quitas.
Es el único negocio donde cuanto más gastas más ganas.
Regaladlo, distribuidlo, vaciad vuestros bolsillos y mañana tendréis más que antes.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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