viernes, 4 de abril de 2025

El uso instrumental de la Biblia y la religión en la política y la falsa teología política del bienestar.

El uso instrumental de la Biblia y la religión en la política y la falsa teología política del bienestar 

Con la segunda toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos de América, se ha vuelto a plantear con fuerza el tema, muy extendido, del uso instrumental de la religión para reforzar una identidad política. Recordamos la famosa escena de Donald Trump, con la Biblia en la mano, frente a la Iglesia de San Juan de Washington en 2020, después de haber hecho desalojar a los manifestantes con gases lacrimógenos y balas de goma. 

Tras el atentado del 13 de julio de 2024 en Pensilvania, Donald Trump dijo: «Me siento aún más fuerte» Y, continuó: «Creía en Dios, pero siento, me siento mucho más fuerte. Algo ha pasado». Más tarde, en un desayuno de oración patrocinado por un grupo privado en un hotel, observó: «Fue Dios quien me salvó». El presidente republicano, que es cristiano no confesional, definió la libertad religiosa como «parte de los cimientos de la vida estadounidense» y pidió que se protegiera con «absoluta devoción». Tanto es así que, mediante una orden ejecutiva, creó en la Casa Blanca una «Oficina para la Fe» dirigida por la predicadora Paula White. 

La imagen de Donald Trump con la Biblia o del presidente recogido en oración mientras es bendecido por los pastores evangélicos de la recién creada Oficina de la Fe se convierte en el icono de un programa que adopta símbolos y lenguajes políticos. 

El uso político de la Biblia no es nada nuevo, aunque en el caso de Donald Trump me parece que se ha superado el umbral de la instrumentalización para llegar a una trivialización del texto sagrado, al que se recurre para garantizar un aura religiosa a la propia acción política: por ejemplo, cuando se le definió como «hacedor de paz» por haber propuesto un extraño plan de reconversión turística de la Franja de Gaza o cuando declaró que Dios lo había salvado del atentado del 13 de julio para que pudiera cumplir su misión de redentor de un Estados Unidos secularizado y decadente. 

Donald Trump y su Vicepresidente, JD Vance, están teniendo fuertes enfrentamientos con los líderes religiosos, empezando por la Obispa episcopaliana Mariann Budde, que, al día siguiente de la toma de posesión del magnate, le pidió que tuviera humanidad con los inmigrantes ilegales y la comunidad LGBTQ. Por su parte, el Vicepresidente se ha enfrentado directamente a los Obispos estadounidenses, también sobre el tema de la inmigración. 

La citada orden ejecutiva firmada por Donald Trump para combatir el «prejuicio anticristiano» en el gobierno federal y la creación de un grupo de trabajo dedicado a la defensa de los cristianos plantean cuestiones profundas desde el punto de vista eclesiológico. 

Nota, el 7 de febrero de 2025, la revista online Mediafighter: «La Iglesia católica ha dejado claro, sobre todo con el decreto Unitatis Redintegratio y con Fratelli Tutti, que el cristianismo no puede utilizarse como instrumento de división. El Papa Francisco ha advertido en varias ocasiones contra la tentación de reducir la religión a un arma ideológica, como cuando criticó el uso de símbolos religiosos con fines políticos». Además, «la orden ejecutiva de Trump es problemática porque corre el riesgo de reducir la libertad religiosa a un privilegio para una comunidad específica, en lugar de un derecho universal. La visión católica de la libertad religiosa, tal como se expresa en Dignitatis Humanae, es mucho más amplia: no se trata solo de defender a los cristianos, sino de garantizar que cada persona pueda vivir su fe sin coacciones». 

El punto central en lo que respecta a Donald Trump es la llamada «teología política del bienestar». La Biblia tiene un tema central que no puede eludirse, el del amor de Dios por sus hijos, sus hijas y la creación. A lo largo de la historia, la Biblia se ha utilizado de forma política y blasfema para justificar el «desarrollo separado», el apartheid sudafricano o el comercio de esclavos. Los «teólogos de la prosperidad» instalados en la Casa Blanca predican hoy un credo que se traduce en bendiciones y riquezas materiales y un nacionalismo cristiano que ignora el pluralismo en el origen de la sociedad estadounidense e invocan una deportación de migrantes que nada tiene que ver con la lógica de la caridad. 

Pero, ¿qué es esta teología «falsa»? Es un fenómeno relevante, junto al maniqueísmo político, que consiste en el paso del pietismo puritano original, basado en la ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, a la llamada «teología de la prosperidad», defendida principalmente por pastores millonarios y mediáticos y por organizaciones misioneras con un fuerte influjo religioso, social y político. Anuncian un «evangelio del bienestar», según el cual Dios desea que los creyentes estén físicamente sanos, materialmente ricos y personalmente felices. 

Una figura que ha delineado esta teología y que ha inspirado a Presidentes como Richard Nixon, Ronald Reagan y Donald Trump es el Pastor Norman Vincent Peale (1898-1993), que ofició la primera boda del actual presidente. Fue un predicador de éxito: vendió millones de copias de su libro La fuerza del pensamiento positivo (1952), lleno de frases como: «Si crees en algo, lo conseguirás», «Si repites ‘Dios está conmigo, ¿quién está contra mí?’, nada te detendrá», «Imprime en tu mente tu imagen de éxito, y el éxito llegará», y así sucesivamente. Muchos tele-predicadores del bienestar mezclan marketing, dirección estratégica y predicación, centrándose más en el éxito personal que en la salvación o la vida eterna. 

La «teología del bienestar» es una corriente teológica evangélica neopentecostal. El núcleo de esta «teología» es la creencia de que Dios quiere que sus fieles tengan una vida próspera, es decir, que sean ricos desde el punto de vista económico, sanos desde el punto de vista físico e individualmente felices. Este tipo de cristianismo sitúa el bienestar del creyente en el centro de la oración y hace de su Creador aquel que realiza sus pensamientos y deseos. 

El riesgo de esta forma de antropocentrismo religioso, que pone en el centro al hombre y su bienestar, es transformar a Dios en un poder a nuestro servicio, a la Iglesia en un supermercado de la fe y a la religión en un fenómeno utilitario y eminentemente sensacionalista y pragmático. 

Donald Trump jura sobre la Biblia y sostiene que lo divino está con él. También Netanyahu, Putin y los islamistas dicen lo mismo. Pero mandar con un libro sagrado y una espada, tener la misión de aplastar a otros pueblos, no es una religiosidad genuina. Sin duda, la Biblia autoriza a Donald Trump a creer que tiene a Dios de su lado. También a Netanyahu, también a Ben-Gvir, el político de extrema derecha israelí que dimitió como ministro de Seguridad Nacional para protestar contra el exiguo acuerdo de paz en Gaza porque quería continuar la masacre. También Putin y el patriarca de todas las Rusias, Kirill, están convencidos de estar del lado de Dios y también tienen motivos bíblicos y teológicos fundados para creerlo. Incluso Narendra Modi en la India se siente protegido y guiado por su panteón íntegramente hindú de Brahma, Shiva y Vishnu. Y, por supuesto, en cuanto a fe, los islamistas de todo tipo, desde Hamás hasta Hezbolá, pasando por los ayatolás iraníes, que recitan de memoria los suras del Corán para armar a sus hombres y enviarlos a matar sin piedad, no tienen nada que envidiar a nadie. 

Da un poco de miedo constatar que la historia ha retrocedido con esa teología de la prosperidad, con la retórica de la libertad religiosa, con la tentación de la «guerra espiritual» y, por último, con el ecumenismo fundamentalista. Es lo que traen consigo el peligro de un «evangelio diferente» de un fundamentalismo evangélico e integrismo católico. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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