martes, 22 de abril de 2025

La primavera del Papa Francisco.

La primavera del Papa Francisco

Su último mensaje, pronunciado al mediodía del Domingo de Pascua, fue un emotivo llamamiento a la paz. Su último gesto fue una bendición urbi et orbi como bendición para la Iglesia y para el mundo, tal y como ha sido su pontificado. Una despedida verdaderamente solemne por parte de quien ha sido Papa hasta el final. Y luego, el lunes que prolonga litúrgicamente el día de Pascua, el Papa Francisco falleció, dejando esta tierra que tanto amó. 

La Iglesia llevaba varios meses siguiendo los difíciles acontecimientos relacionados con su salud, sabiendo que el Papa Francisco seguía siendo el Papa, independientemente de su estado físico. Porque el Papa es el sucesor de Pedro y lo que le hace serlo no son sus actos, más o menos eficaces, sino su condición de Piedra de la Iglesia mientras viva. 

En estos últimos días se ha hablado demasiado y a menudo de forma inapropiada sobre el ministerio papal, como si para ejercerlo fueran indispensables la elocuencia, la fuerza y la salud, olvidando que Pedro siguió siendo la Piedra de la Iglesia incluso encarcelado, impotente, sin comunicación verbal con los cristianos. Pero entre Pedro y la Iglesia había más comunión que nunca en el sufrimiento y la oración. 

Y luego, los católicos debemos estar atentos al riesgo de la papolatría. Quien guía a la Iglesia es el Espíritu Santo, siempre presente y actuando incluso cuando Pedro está reducido a la impotencia, incluso cuando fallece, porque Él también es un hombre que conoce la muerte. 

El Papa Francisco llegó a la muerte tras una larga enfermedad en el hospital y luego en su residencia de Santa Marta, viviendo toda la debilidad de los seres humanos, frágiles y mortales. Anciano y enfermo, ya sin autonomía, aceptó que otros lo vistieran, lo llevaran y lo guiaran al caminar. Y, como dice la profecía de Jesús a Pedro, también el Papa Francisco fue llevado adonde no quería ir. Palabras que encierran un misterio que, sin embargo, se cumple: sí, también el Papa Francisco, en su vejez, tuvo que doblegarse e ir con la Iglesia adonde no quería ir. 

Misterio del sufrimiento de todo Papa verdaderamente cristiano, que sabe ver su primer lugar en la Iglesia, su primera y gran autoridad, pero también su deber de doblegarse detrás de un rebaño que no siempre le sigue. Se dice ahora del Papa Francisco que es un papa incompleto, que solo ha iniciado procesos y no los ha llevado a término, que ha señalado metas, pero no ha recorrido todo el camino para alcanzarlas, que ha sido también una decepción para quienes esperaban una verdadera reforma de la Iglesia. 

Yo creo que Él era consciente de lo que no podía lograr y de la distancia que le separaba, a Él que intentaba seguir los signos de los tiempos, de una parte de la Iglesia católica. Ciertamente no prestaba atención a la teología del «resto de Israel», de esa porción que solo Dios conoce y que no coincide con el pueblo, porque Él quería que todo el Pueblo de Dios fuera Iglesia, incluso en su pobreza y en su insuficiencia. 

Se necesitará mucho tiempo para comprender a fondo el magisterio del Papa Francisco. Desde su aparición en la Logia de San Pedro tras su elección, cuando pidió la bendición del Pueblo de Dios en lugar de ser Él el primero en bendecir, hasta esa aparición epifánica en San Pedro en los últimos días: el Papa Francisco en silla de ruedas apareció en la realidad cotidiana de un hombre viejo y enfermo, con oxígeno, envuelto en una manta, con pantalones oscuros y una camiseta blanca. Sin trono, sin cruz pectoral, sin apariencia ni distintivo papales: el Papa despojado de todos sus insignias y vestido como un cristiano común. 

Sí, algunos católicos no han entendido al Papa Francisco, otros se han escandalizado. Sin embargo, en Él no había exhibicionismo, ostentación, sino solo el deseo de ser obediente al Evangelio. 

Pero yo creo que vendrán días en los que se lamentarán los doce años del Papa Francisco, en los que, en una Iglesia responsable y libre, disminuyó el miedo a la censura y a las condenas, se intensificó la fraternidad entre los diferentes estados de fieles, se pudo hablar y tomar la palabra con parresía. 

Ha sido una primavera sobre la que se cierne la posibilidad de una helada repentina... Y mientras tanto, lloramos a un verdadero padre y pastor, y oramos por su eterno descanso y por esa Iglesia que también nos ayudó a imaginar y soñar. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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