domingo, 30 de marzo de 2025

El catolicismo vaciado de cristianismo: el catolicismo convencional.

El catolicismo vaciado de cristianismo: el catolicismo convencional 

El 22 de febrero de 2018 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una Carta, Placuit Deo, que explicaba a los Obispos algunas malas interpretaciones del momento sobre la salvación cristiana. La salvación es lo que Jesús de Nazaret vino a traernos, mostrándonos el rostro nuevo de Dios, siempre y solo amor, a través de su muerte-resurrección y su vida entregada totalmente, en este amor, a sus hermanos y para que todos los hombres se salven en Jesucristo, según la voluntad salvífica universal del Padre. 

Con la Encarnación, Él asume nuestra humanidad (= Él es el Salvador de nuestra humanidad, no de ninguna otra) y la vive en absoluta plenitud y perfección (= Él es la salvación de nuestra humanidad de esta manera, no de otra). 

El razonamiento era ‘muy sencillo’. La salvación cristiana, traída por Jesús, es la «perfección y belleza» de nuestra humanidad. Por tanto, la salvación cristiana es liberación y redención de aquello que hace “inhumana” nuestra humanidad, ya porque la limita, impidiéndole liberar las infinitas energías del bien que hay en ella, ya porque la vuelve opaca, negándole su radiante belleza en el amor, o ya porque la corrompe en muchas formas de barbarie fácilmente reconocibles en la vida de los seres humanos. ¿Y cuándo? Cuando los hombres se odian, se matan, hacen la guerra, se dominan mutuamente esclavizándose, se explotan mutuamente mercantilizándose unos a otros, y así sucesivamente. 

Aun cuando no tienen ojos para el dolor y sufrimiento ajeno, les perciben más como enemigos que como hermanos y se dividen en muchas formas de competencia, como lobos rapaces contra otros lobos. 

La salvación cristiana concierne a todo hombre, a todos los hombres y a toda la humanidad. No se trata sólo de su alma o de sus ideas, sino también de su cuerpo, de sus emociones internas y de sus conexiones con Dios, los hombres y el cosmos. 

La salvación cristiana es la “salvación común”, la salvación del pueblo. No es algo que se pueda experimentar de forma aislada, en solitario, en una autonomía individualista, porque esta salvación es “cristiana”: nace, es decir, del acontecimiento de la Encarnación de Dios y, por tanto, se experimenta en la carne de los seres humanos, en el tejido histórico y “polvoriento” de los acontecimientos humanos, a menudo “sordos” a la escucha del mandamiento de Jesús sobre el amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. 

Ese “cómo” es singular, porque pertenece a Jesús y sólo a Jesús, identificando el cristianismo de quien se compromete a amar “como” Jesús. Quien pretendiera amar “de otro modo” no sería cristiano y viviría en los “malentendidos de hoy” de la salvación que identifica la Carta Placuit Deo, recordando antiguas herejías: el pelagianismo (me salvo solo, con mis propias fuerzas, no tengo necesidad de los demás, ni siquiera de Dios, si acaso podría seguirlo como modelo externo, pero no tengo necesidad de su gracia) y el gnosticismo (me salvo en la interioridad de mi conocimiento y de manera íntima). 

Las heridas más dolorosas infligidas al Cuerpo de Cristo por estas «reducciones» de la salvación cristiana conciernen a la «sacramentalidad» de la Iglesia como «camino encarnado» a través del cual se realiza y se comunica la salvación, porque se refiere directamente a la fuente originaria e inagotable de la salvación de Jesucristo, es decir, a su humanidad plena, perfecta y verdadera. 

Estos reduccionismos –frutos del individualismo y del subjetivismo–, en tiempos de la «retrotopía» (Zygmunt Bauman), producen la herejía última, el catolicismo convencional. En el Documento de la Congregación no se hace mención de ello: no se lo “nombra”, pero se lo describe en detalle. 

La herejía última –entendida aquí como mistificación o reducción de la salvación cristiana– se experimenta, de hecho, en el catolicismo convencional, en el disfraz global que, sin embargo, mantiene inalterado el lenguaje católico: signos rituales, doctrinas, manifestaciones, organizaciones, oraciones, todo es católico, pero ya no cristiano (es decir, sin la carne ni la humanidad de Jesús). 

El catolicismo convencional es alienación religiosa: donde se reza pero no se practica la caridad, donde se invoca a Dios pero no se obedece su mandamiento de amor, donde se pide misericordia pero no se perdona

Un “catolicismo vaciado del cristianismo” es la herejía máxima, porque no hace obrar la salvación cristiana en la carne del ser humano, desencarnando la Encarnación. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aprended de mí, dice el Señor, a acoger y a incluir.

Aprended de mí, dice el Señor, a acoger y a incluir Me gustaría proponer tres pasajes de la Biblia, de los Evangelios, que nos ayudan a arro...