jueves, 27 de marzo de 2025

Muerte y morir.

Muerte y morir 

¿Qué diremos cuando llegue nuestro momento? ¿Qué diremos en ese momento que con razón se llama “fatal”, porque marcará irrevocablemente el encuentro con el destino supremo? ¿Qué palabras surgirán de nuestro corazón ante la muerte que veremos venir? 

En la noche del 28 de febrero de 2025, le tocó al Papa Francisco llegar a esa situación y, por la entrevista en el Corriere della Sera al Dr. Sergio Alfieri, jefe del equipo médico que lo atendía, supimos que las palabras del Papa fueron las siguientes: “È brutto”. El médico añadió que “quienes estaban a su alrededor tenían lágrimas en los ojos”, subrayando el trágico nivel emocional de la situación. 

¿Cómo se muere? ¿Cómo viviremos nuestra muerte? ¿Pueden estas oscuras palabras del Papa enseñarnos algo? 

Creo que hay demasiadas variables en juego: dependerá de nuestra edad, del tipo de enfermedad que nos consuma, de si estamos solos o si alguien nos toma de la mano, de nuestra psique, de si estamos resignados o no, de si somos capaces de decir el sí supremo al destino (como deseaba Nietzsche: “¡De ahora en adelante solo quiero ser alguien que diga sí!”) o de si se resiste hasta el final. 

Se dice que Kant murió murmurando “Es ist gut” (Es bueno), pero no se sabe si se refería a su vida o a la cantidad de agua que fue vertida sobre él. Lo mismo ocurre con Goethe, de quien se dice que murió diciendo “Mehr Licht” (Más luz), pero no se sabe si se refería al deseo de encontrarse con lo eterno o de abrir un poco más las contraventanas. 

Hay grandes hombres que han muerto pacíficamente y otros trágicamente, y todo se resume en las últimas palabras de Jesús que para dos evangelios fueron de desesperación (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) y para otros dos de consuelo e incluso de victoria (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, “Todo está consumado”). 

¿Pero qué vale más? ¿Decir sí a la muerte que llega o decirle no? ¿Un sí obediente o un no obstinado? ¿Un sí que dice “fiat voluntas tua” y se deja llevar, o un no que se aferra a la vida y sigue existiendo? 

No sé qué responder más que con un lacónico "depende". La pregunta es tan imponderable, tan subjetivamente determinada. 

Imagino, sin embargo, que mucho depende del pensamiento que uno cultiva sobre lo que viene con la llegada de la muerte. Cuando llega la muerte, ¿qué viene con ella? ¿La nada o Dios? ¿El fin de todo o la vida sin fin? 

¿Cómo juzgar la muerte y su presencia en el mundo? ¿Es algo natural dentro de la vida, o es una tragedia que ocurrió después, y que en vida no debería haber estado ahí? Para decirlo en términos teológicos: ¿fue la muerte prevista por Dios o llegó inesperadamente como resultado del pecado? 

La historia de la espiritualidad cristiana no ayuda en la respuesta porque dos grandes figuras como San Pablo y San Francisco de Asís piensan de manera opuesta. Para Pablo las cosas eran así: “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”, así que hay un vínculo directo entre pecado y muerte, en el sentido de que si hay muerte es porque primero vino el pecado, y de hecho para San Pablo la muerte es un enemigo: “el último enemigo”. 

San Francisco de Asís en cambio en el Cántico de las Criaturas define la muerte como “hermana” y alaba al Señor por ella: “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar”. Añadió esta estrofa más tarde, cuando estaba casi ciego y sentía que estaba a punto de morir, como de hecho ocurrió poco después. 

La misma contradicción se encuentra en el judaísmo: el libro de la Sabiduría afirma que la muerte no fue querida por Dios sino que “entró en el mundo por envidia del diablo” y por tanto es ontológicamente mala, mientras que el libro del Eclesiástico la define como “el decreto del Señor para todo hombre”, considerándola ontológicamente buena. 

¡Misterio! Un libro bíblico declara que la muerte es deseada por el diablo, otro por Dios. Un gran santo habla de la muerte como de un “enemigo”, otro no menos grande, como de una “hermana”. ¿Cuál de las dos perspectivas deberíamos favorecer? 

Cada uno tiene que enfrentarse a sí mismo, a su propia conciencia y sobre todo a su propia existencia. Por lo que a mí respecta, estoy con San Francisco y Sirácida. Es decir, considero la muerte no como un castigo por el pecado sino algo natural, siempre inscrito en la lógica de esta vida. En mi opinión, aceptarlo es signo de sabiduría y genera libertad. 

Estamos aquí por el trabajo y la muerte de otros, y estamos llamados a trabajar y morir por la existencia de otros. Esta es la lógica que nos da la vida. Aceptarlo significa “negarse a sí mismo”, para utilizar una conocida expresión de Jesús, es decir, no hacer del propio yo el centro del mundo, sino ponerlo al servicio de algo más grande. ¿Acerca de? Un proceso cósmico. 

Los cristianos lo llamamos “nueva creación” y creemos que proviene directamente de Dios, una idea compartida por judíos y musulmanes; otros la llaman con otro nombre, atribuyéndole otro origen, llegando a sostener, como Spinoza, que coincide con la perfección del ser y que por tanto no hay diferencia entre Dios y la Naturaleza: “Deus sive Natura”. 

Lo que es cierto es que el proceso cósmico contiene a todos: monoteístas, panteístas, agnósticos, ateos, y la tarea de la mente es entender qué relación establecer con él y orientarse en consecuencia. ¿El proceso cósmico que nos generó y que inevitablemente nos llevará a la degeneración es un enemigo o un aliado de nuestra vida? Considerarlo como un aliado significa aceptarlo tal como es, incluida la presencia de la muerte, y esto, en mi opinión, es una adhesión madura a la vida. 

Por supuesto, todo esto no implica que no debamos luchar por mantenernos vivos, cultivando la fuerza más primordial que hay dentro de nosotros, es decir, el instinto de supervivencia. 

Cuando uno se enfrenta a una enfermedad, siempre hay que querer curarse y ayudar a otros a curarse. Los médicos están llamados a hacer esto y esto es lo que debemos hacer los pacientes, porque la vida se honra ante todo viviéndola, además de que este mundo es bello y vivir en él es una maravilla de la que debemos tomar conciencia cada día con una alegría profunda y agradecida hacia el proceso cósmico (de cualquier manera que lo consideremos y llamemos). 

Concluyo con dos citas. La primera es de Montaigne: “La meditación sobre la muerte es una meditación sobre la libertad; quien ha aprendido a morir ha desaprendido a servir; saber morir nos libera de toda sujeción y coacción”. 

La segunda es la más antigua, consiste en las bellas palabras finales del Ave María, repetidas quién sabe cuántos millones de veces en la historia del mundo: “Ahora y en la hora de nuestra muerte”. Ahora y en la hora de nuestra muerte. 

¿Por qué se sintió y se siente la necesidad de rezar a Nuestra Señora para que ruegue por nosotros en la hora de nuestra muerte? Porque en esa ocasión todas nuestras ideas filosóficas y teológicas pueden derrumbarse y nos encontramos solos, asustados, frente a la oscuridad del fin. Esto es posible, real, muy humano y por eso rogamos a la Madre de Dios que ruegue por nosotros. 

¿Por qué el Papa Francisco dijo “È brutto”? No tengo ni idea, pero ciertamente creo que lo que dijo el Dr. Alfieri sobre su resistencia le ayudó mucho: «Creo que el hecho de que todo el mundo estuviera rezando por él también contribuyó a ello». 

La oración del Ave María termina diciendo “Amén”, expresión hebrea que significa “Así sea”, significando el sí que Nietzsche hubiera querido ser respecto al proceso cósmico: “¡De ahora en adelante, sólo quiero ser alguien que dice sí!”. Lo cual significa que el abandono confiado al proceso cósmico es independiente de creer o no en Dios, y concierne a quienes una vez se llamaron "hombres de buena voluntad". 

Y es que tomar la vida en serio también significa aceptar su finitud con firmeza, con rigor y con la mayor serenidad posible. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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