miércoles, 2 de abril de 2025

El deseo de salir de la oscuridad.

El deseo de salir de la oscuridad 

La noche no es solo un tópico literario que ha inspirado a poetas y filósofos, sino también un arquetipo que evoca imágenes presentes en lo más profundo de nosotros. 

La noche evoca nuestros miedos, cuando los fantasmas deambulan por nuestros pensamientos. La noche nos remite a nuestras incertidumbres, a nuestras dudas, a los momentos de la vida en los que no vemos bien cómo están las cosas. La noche, con su silencio, amplifica la ansiedad por el día que tenemos por delante. 

Sin embargo, la noche nunca tiene la última palabra, la noche no dura para siempre. Podemos esperar la luz del día, podemos esperar que llegue pronto el amanecer, podemos vislumbrar los destellos del nuevo amanecer. 

Esta imagen puede ser útil para entender la forma en que Dios actúa en nuestra vida: Dios quiere traer luz. 

Parece paradójico, pero a veces preferimos que esta luz permanezca fuera de nuestra vida, porque tenemos miedo de que nos haga ver una realidad difícil de aceptar. Quizá seamos nosotros, «los suyos», los que rechazamos esta luz, porque ya sabemos lo que nos hará ver. 

La comunidad a la que se dirigía el Evangelio de Juan no era una comunidad de neófitos, sino una comunidad de personas que ya habían comenzado a seguir a Cristo. Sin embargo, entonces vivían un tiempo de oscuridad, era una comunidad de personas desanimadas, que ya no podían más, personas decepcionadas, que tenían dificultades para creer en las promesas de Dios. 

También para cada comunidad es posible un nuevo comienzo: San Juan repite, como en el primer libro de la Biblia, en el principio, como si se volviera a empezar de nuevo. Todos tienen la posibilidad de empezar de nuevo en su vida: la oscuridad, por muy densa que sea, nunca puede vencer a la luz. 

Esta luz llega a nuestra vida a través de las palabras. En efecto, en el principio está la Palabra. Podemos entenderlo porque, incluso en nuestras relaciones humanas, las personas que nos quieren nos hablan, no necesariamente con un lenguaje verbal, para animarnos, para apoyarnos, para orientarnos. Pero, incluso en este caso, no siempre estamos dispuestos a escuchar esas palabras, porque tal vez preferimos hacer las cosas a nuestra manera. 

También el Señor ilumina nuestra vida a través de la Palabra: nos habla a través de la Sagrada Escritura, nos habla a través de los signos de los tiempos, nos habla a través de la Iglesia, nos habla a través de la palabra sabia de quien nos quiere bien. Pero no siempre estamos dispuestos a escuchar estas palabras. 

Las palabras humanas a menudo son vacías: cuántas veces «te amo», «te quiero», «para ti siempre estaré», han quedado en palabras vacías. Como decía San Ignacio de Loyola, «la caridad debe manifestarse más en las obras que en las palabras». 

Por eso es fundamental que el prólogo de San Juan continúe afirmando que el Verbo se hizo carne, porque quiere decir que en Jesús, la Palabra se ha convertido en acción concreta. 

Dios no solo nos habla de amor, sino que se hace amor. 

Y lo vemos y lo reconocemos en Jesucristo, el Verbo hecho carne, el amor que se compromete, el amor dispuesto a dar la vida, el amor crucificado. Es esta concreción del amor lo que Jesús nos ha hecho ver, revelándonos el rostro del Padre. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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