El eco del Papa Francisco en mí
La frase de los ciudadanos del Estado Pontificio, hasta finales del siglo XIX, no era un himno a la esperanza, sino a la vida que continúa sin interrupción...
Decir «muerto un Papa, se hace otro» denunciaba más bien la convicción de que nada cambiaría, que las leyes tradicionalmente fijas de la Iglesia no cambiarían. La Iglesia no cambiaría...
El Papa Francisco, plenamente integrado en la tradición, nos ha enseñado más bien o, mejor aún, justamente lo contrario: la Iglesia es semper reformanda, está en continuo camino.
El Papa Francisco nos ha enseñado que hay que salir, caminar, cambiar...
Entonces, si es cierto que «muerto un Papa, se hace otro», el problema sigue siendo «quién hace al Papa» y «qué hace el Papa».
Una cosa está clara. El próximo Papa habrá sido educado, formado, amado... entonces el Papa lo hacen las comunidades cristianas, las instituciones, las facultades de teología...
Y el próximo Papa no puede seguir haciendo lo que han hecho sus predecesores.
Cada Papa toma la Iglesia y la hace recorrer un tramo del camino.
¡Orgulloso de haber recorrido un camino con este testigo de la fe que ha sido el Papa Francisco! Que nadie podrá olvidar.
Pero todos preparados también para seguir caminando, más allá de la burocracia eclesiástica, más allá de las comunidades nostálgicas, más allá de los cánones asépticos... ¡Y esto es lo que realmente nos ha enseñado el Papa Francisco!
Entonces, «muerto un Papa, se hace otro».
Con gratitud hacia el hombre, hacia el creyente, hacia el Pastor, y con esperanza en el camino, escribo esta reflexión.
A medida que se suceden las horas de la muerte del Papa Francisco, se multiplican los comentarios, los artículos y los estudios que intentan trazar un balance de su pontificado. Se trata, sobre todo, de reflexiones de amplio alcance, ya sean de carácter eclesial, histórico, teológico-espiritual, político o sociológico.
Todas esas son perspectivas interesantes, útiles e incluso necesarias para ese deseo de trazar balances y evaluaciones, también con el fin de comprender la impronta del magisterio del Papa Francisco.
Sin embargo, me parece que una actitud cristiana no puede dejar de lado una dimensión más personal, más íntima, capaz de mirar a las existencias individuales.
Por eso, lo que me gustaría proponer es una primera respuesta, parcial y provisional, a una pregunta que, en mi opinión, es esencial: ¿qué cambios, qué efectos, qué movimientos han producido en mí la elección y luego la acción y las palabras del papa Francisco?
Creo que es un ejercicio saludable incluso para no perder la dimensión personal en la dimensión global. Así, me gustaría resumir seis palabras que indican algunas maduraciones que el Papa Francisco ha producido en mi vida personal.
Sin embargo, antes de nada, es necesario hacer una premisa: en una época aplastada por el presente, tendemos con demasiada frecuencia a olvidar el pasado; pero no hay que olvidar el momento -¿el kairos?- en el que un Cónclave eligió al Cardenal Jorge Mario Bergoglio como Papa.
Hubo la «traumática» renuncia del Papa Benedicto XVI; la Iglesia, sobre todo estaba atravesada por graves escándalos nada desdeñables, con el aumento de la marea negra relacionada, sobre todo, pero no únicamente con los casos de abusos sexuales. Una Iglesia que continuaba luchando por entrar en el siglo XXI, tras los treinta años de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Algunas consignas repetidas obsesivamente habían agotado el discurso cristiano, clavándolo y reduciéndolo a unos pocos conceptos y valores, quitándole mucho aliento y mucho impulso evangélicos y humanos, que ciertas manifestaciones habían hecho aún más pesado, sin tomar seriamente conciencia de la era secular, ya presente en la vida cotidiana, al menos en el Occidente europeo en el que yo vivo.
Este es, en mi opinión, simplificando mucho (y pido disculpas), el contexto en el que se inscribía el Papa Francisco. Y este Papa ha suscitado, en sus doce intensos años de pontificado, lo siguiente:
Consuelo: para quienes sufrían el aplastamiento moralista de la Palabra del Evangelio y padecían el temor muy extendido hacia la contemporaneidad laica y secular, como si fuera un mundo perdido y no redimido, con la consiguiente sensación de soledad y de oposición, el magisterio del estilo, de las palabras y de las acciones y gestos del Papa Francisco —empezando, simbólicamente, por la elección del nombre y continuando por la designación de su residencia habitual— han devuelto el consuelo en forma de confianza y de esperanza. Me ha recordado que otra forma de ser cristianos es posible y, sobre todo, no es errónea (al contrario). No éramos cuatro ilusos, esperanzados de que se pudiera recorrer legítimamente, con amplitud y no con estrechez, con valentía y no con miedo, un cristianismo profético, libre, arraigado en la Palabra, dócil al Espíritu, ciertamente también tropezando mucho y arriesgando mucho. Y el consuelo, para la vida cristiana, no es poca cosa. En este sentido, Evangelii gaudium ha representado para mí un texto fundamental, de relanzamiento y confirmación, de estímulo y paz.
Acogida: la idea de una Iglesia no aduanera, no lugar de continuos exámenes que hay que superar, sino una Iglesia que sabe ser humanidad y comunidad, un hogar donde todos son acogidos porque el Padre quiere a todos, más allá de las fragilidades, del pecado, del cansancio de cada persona. Antes del juicio, la misericordia; antes de la condena, el amor. El Jubileo de la Misericordia, la insistencia del Papa en el perdón y en la conciencia personal, fueron un bálsamo de gracia. La acogida se ha convertido en una exigencia de sinodalidad, de caminos comunes, de superación del clericalismo, para una «barca» donde haya sitio para todos, donde se pueda usar la razón y el sentimiento, donde el «humanismo integral» no sea solo un eslogan, porque todo lo que hay en el hombre y en la mujer tiene valor, es precioso y es evangélico.
Fortaleza: seguramente ningún Papa ha tenido, en las últimas décadas, una oposición tan encarnizada, grosera, agresiva, mediáticamente visible, con la complicidad de la explosión internet y de las redes sociales. No sé si una oposición, de hecho, reducida en número, pero ciertamente orquestada y orientada hacia otro modelo de Iglesia, muy alimentada por mezquindades e intereses político-eclesiásticos de escasa honestidad, incluso espiritual y, no digamos, intelectual. Y, sin embargo, el Papa Francisco ha seguido adelante, con prudencia, pero con una fortaleza y una serenidad profundas, signo de la convicción de estar en el camino del Evangelio. En esto, yo he recibido un ejemplo de constancia y perseverancia. He sentido que el Papa creía realmente y de forma radical en la Palabra del Evangelio, en el amor de Jesucristo, en la fuerza del Espíritu. Y esto es para mí una enseñanza, un ejemplo y una invitación.
Libertad: El Papa Francisco ha tolerado la oposición, la crítica, también la injuria y la calumnia, incluso por parte de sus colaboradores más cercanos, como Cardenales que hacían circular documentos anónimos contra Él. Sin proceder a expulsiones ni desatar una caza de brujas -quienes sufren de victimismo conservador deberían recordar lo que sucedía en los años 1980 y 1990, cuando se quitaban cátedras, se exigían abjuraciones, etc.-. La Iglesia poliedro es una imagen que me es querida: volver a estudiar y debatir libremente, a expresar sin miedo la sensibilidad y las ideas, aunque estén lejos del Magisterio: se trata de una parresía que me ha impresionado y estimulado. Usar la tolerancia, defender la libertad, incluso cuando es contra uno mismo: una advertencia que permanece.
Simpatía: el Papa Francisco me ha recordado que los cristianos son personas capaces de simpatía y buen humor, de sonrisa y alegría, no afligidas y apocalípticas, enfadadas y asustadas. Pero, sobre todo, me ha recordado lo importante, bella y cristiana que es la verdadera simpatía, es decir, un sentimiento de bien hacia los demás, preliminar, gratuito. Tener una mirada simpática sobre el mundo y la humanidad: es un don que hay que despertar y que hay que de custodiar.
Pobreza: el Papa Francisco, también por su origen, ha seguido ampliando su mirada sobre el mundo, sobre todo allí donde hoy gran parte de la humanidad vive en condiciones de precariedad, pobreza económica, social, cultural, afectiva… Su atención a los márgenes, a las periferias, me recuerda que una Iglesia creíble es una Iglesia que se esfuerza por ser pobre y, por tanto, libre. El Papa ha sido hijo del Concilio Vaticano II sin participar en él, fiel a una opción preferencial por los pobres, relanzando una necesidad que idealmente sentimos como justa y necesaria, pero que luego, en la vida cotidiana, a menudo adormece porque, sin duda, nos cuesta por su complejidad no exenta de dificultad. Pero la vox populi que pide cristianos coherencia con Aquel que siendo rico se hizo pobre es realmente la vox Dei.
También es verdad, por supuesto para mí, que la reforma renovadora en la concreción de la estructura eclesial aún avanza lentamente y con dificultad. Desde la distancia yo hubiera preferido alguna decisión más valiente, algún cambio más rotundo, alguna acción más incisiva en el Cuerpo de la Iglesia, es decir, alguna norma y alguna modificación que pudieran seguir coherentemente las palabras y las acciones.
A veces, he deseado un magisterio más decidido en algunas tomas de decisión, algunas respuestas más claras. A veces he sentido un poco de desconcierto ante ciertas decisiones que no me han parecido coherentes con otros gestos y con oras palabras. Sí, incluso por este motivo le estoy agradecido al Papa Francisco: porque también esto me ha servido para continuar entendiendo y aceptando que la Iglesia de Jesús no tiene que ser la que a mí me agrada. De la misma manera a que Dios no es a mi imagen y semejanza.
También esto me ha educado en la paciencia y la humildad, en la espera y la comunión. Porque desear y esperar me expone a la decepción, sobre todo cuando el entusiasmo y la confianza son grandes. Y, porque, en el fondo, me recuerda que todo «hombre es humano», que solo Dios salva y que la idolatría es siempre un peligro del que nadie se libera jamás. El Papa Francisco me ha ayudado a recordar que es solamente a ravés de nuestra humanidad con la que Dios actúa.
Sí, estoy agradecido al papa Francisco. Hacia Él he sentido un profundo afecto y una grande estima. Y creo que ha sido un don de Dios para la Iglesia, y también para el mundo, en este momento de la historia. Por eso, querido hermano mayor en la fe, Papa Francisco, te doy las gracias de corazón por estos doce años y, sobre todo por el sentido de Evangelio y de Reino que, a distancia, has generado en mí.
Queda para mí que, más allá de la galaxia eclesiástica y de la clerical sacristía, más allá de la Iglesia museo arqueológico, están las periferias geográficas y existenciales, las Galileas de la contemporaneidad, en las que se realiza la historia de la salvación.
Y deseo que, con un corazón agradecido y humilde, puedas presentarte ante el Padre para confesarle he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe, he amado a mis hermanos y les he confirmado en la fe y para escuchar de Él pasa adentro, siervo bueno y fiel, y comparte y disfruta de la felicidad eterna.
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