El pan de la vida en la mesa de los excluidos
La pintura de Sieger Köder, «A mesa con los excluidos», es una imagen también del Corpus Christi.
Sieger Köder vivió la Segunda Guerra Mundial, fue prisionero y fue testigo del holocausto y del drama de las personas «excluidas». Los cinco panes y los dos peces que aparecen en primer plano en su obra recuerdan el «signo» de Jesús narrado por Juan en el capítulo 6 del Evangelio, cuando, ante el problema de alimentar a la multitud que seguía al Maestro, Andrés señala la presencia de un niño con su merienda: «Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tanta gente?» y «Entonces Jesús tomó los panes y, después de dar gracias, los dio a los que estaban sentados, y lo mismo hizo con los peces, tanto como querían».
La acogida en las obras de Sieger Köder es la dimensión fundamental de la vida cristiana y se extiende no solo a los inmigrantes o refugiados, sino que debe abarcar todos los ámbitos de la existencia: amigos, niños, mujeres y pobres, todos deben ser acogidos. Es la mesa de la fraternidad, donde se acoge no por motivos humanos, sino por la tensión hacia el Reino de Dios, que es justicia, paz, libertad ...
Son muy diferentes las personas que rodean esta mesa, todas iluminadas por la luz del que preside la mesa a la cabecera, luz que parece abrazar todos a Él y a todos entre ellos. Tienen pieles de diferentes colores y cada una cuenta su propia historia. El Maestro, con ese gesto, afirma: «Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá sed, ¡nunca!».
El cuadro de Sieger Köder narra la celebración de la Eucaristía. Es Jesús resucitado -nos podemos fijar en las manos con la marca de los clavos- quien realiza la fracción del pan como banquete para todos los pueblos: es la fiesta a la que está llamada toda la humanidad y, en particular, los pobres. Y Él es el que parte el pan con las manos. Esas manos, con la señal de los clavos, muestran su identidad, confirmada por el rostro reflejado en el vino-sangre de la copa llena.
«Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» Jn 6,35.
Arriba a la derecha, una mujer del vasto ejército de pobres se apoya en Jesús, buscando apoyo y consuelo como lo expresa su rostro relajado. Al igual que la mujer pecadora en la casa del fariseo Simón, no teme el contacto con Jesús, su mirada esboza una sonrisa de gratitud por su amor y por el mensaje liberador de que Dios está totalmente del lado de los pobres.
El pequeño africano que está debajo de ella mira a Jesús se aferra a la mesa para comprender lo que está sucediendo, mirando hacia arriba - hacia Jesús - y como preguntándole: ¿qué está cambiando en este mundo a través del don de tu cuerpo? ¿Traerá este tiempo finalmente la justicia? Jesús responderá: he amado y amo a todas las personas «hasta el extremo» (Jn 13).
He dado mi vida y la sigo dando. En el «Pan de vida» les doy la fuerza para amar y compartir como yo lo he hecho. La justicia depende enteramente de su libertad de compartir. «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguien come de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
El hombre en primer plano a la derecha, sufriente, vestido con el uniforme de los campos de concentración, bebiendo un sorbo de agua para vivir, recuerda que el verdadero sentido de la Eucaristía es su cumplimiento en la caridad, en el honor al verdadero cuerpo de Cristo. Al mismo tiempo, comparte el cáliz amargo de Jesús: «Cada vez que hicisteis esto a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25).
Los dos enamorados de la izquierda se contemplan con ternura, haciendo creíble el mandamiento del amor mutuo en el signo nupcial y revelando también la profunda intimidad que recuerda el banquete nupcial de Mateo. Ellos se alimentan del amor que brota de la Eucaristía y que fundamenta su relación: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
Las otras dos personas -quizás inmigrantes- están muy cerca entre sí a pesar de sus diferencias, con un trozo de pan en la mano, mirando a Jesús con asombro por ese regalo, mientras que de la boca de ambos sale muy probablemente un «gracias».
El rojo expresa siempre para Sieger Köder el sentido del regalo y del sacrificio humano que hace posible la «comunión» representada por el azul, que remite a lo divino. El artista nos recuerda que, en Jesús, y en cada cristiano, la tensión hacia Dios es inseparable de la tensión hacia los hermanos y hermanas, está inscrita en el cuerpo y en la sangre, y cada uno de nuestros actos, incluso los más litúrgicos, debe abrirnos y nunca excluirnos de la vida, es decir, del cuidado y la atención al otro.
El cáliz de vino está en el centro exacto de la escena y de la mesa. Es el cáliz de Cristo. Aquí Sieger Köder nos revela su mirada mística, inquisitiva, capaz de desvelar los signos de la presencia de Cristo. En ese cáliz, y solo en ese cáliz, en esa sangre que recuerda el don de la vida en la cruz, se nos permite ver el rostro del Señor. De hecho, a Jesús no se le ve, lo único que vemos de Él es el rostro sellado en ese vino.
El sol que nace como un nuevo amanecer sobre la humanidad en medio de los brazos de Jesús es la esperanza y el anuncio de que, en la Eucaristía, en la fracción del pan, en el compartir y en el don del Señor, se anuncia la salvación a todos los hombres y mujeres. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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