lunes, 28 de abril de 2025

La realidad es superior a la idea.

La realidad es superior a la idea 

Hay una palabra, un concepto del Papa Francisco que marca de manera indeleble una forma de pensar, como una gota que poco a poco excava la piedra y da forma a todo. Es uno de los principios señalados en Evangelii Gaudium, el texto del Papa Francisco que a mí más impresiona, y que afirma: la realidad es superior a la idea. 

El Papa Francisco explica este concepto en tres breves párrafos (EG 231-233) en los que, entre la realidad y la idea, siempre en tensión entre sí, da prioridad a la realidad, a lo que es, antes que a lo que debería ser. Esto, desde mi punto de vista, lo cambia todo: exige una adhesión sin escapatorias a la realidad de las cosas en su cruda radicalidad, pero al mismo tiempo —y esto ha sido para mí el descubrimiento más sorprendente— abre una perspectiva llena de esperanza. 

Dar prioridad a la realidad sobre la idea es un principio radicalmente evangélico. Es el enfoque que Jesús hizo suyo en primer lugar. En cada encuentro, en cada mirada, Jesús siempre acogió primero al otro tal como era, anteponiendo la compasión al juicio. 

Juzgar significa mirar el mundo dando prioridad a la propia idea: si la realidad no se corresponde con la idea, se activa el juicio negativo y la oposición. Dar prioridad a la realidad significa suspender el juicio, acoger, dar confianza, independientemente de quién se encuentre ante nosotros. Es la actitud que el Papa Francisco ha testimoniado de manera extraordinaria en sus doce años de pontificado. 

En la perspectiva de la evangelización, de la misión de la Iglesia, dar prioridad a la realidad significa dar la vuelta a la pregunta inicial, que normalmente era: ¿cómo puedo llevar a quien tengo delante a compartir, apreciar y considerar relevante la perspectiva cristiana (es decir, mi idea)? Una lógica que daba prioridad a la idea —considerada verdadera e inmutable independientemente de todo— y pretendía que fuera únicamente la realidad la que se adaptara, la que cambiara. 

Dar prioridad a la realidad significa para mí invertir la mirada y reconocer lo que, en realidad, es hoy evidente: el mundo no sabe qué hacer con la gran mayoría de las palabras que le dirige la Iglesia. Las preguntas a las que la Iglesia pretende dar respuesta son, en su mayoría, preguntas que ya nadie se plantea, que ya no se cruzan con la vida real y concreta de las personas. 

Dar prioridad a la realidad significa cambiar radicalmente la pregunta: no preguntarme ya cómo llevar a otros a compartir mi idea, sino si hay algo del mensaje del Evangelio que puede ser fecundo hoy. Partir no del supuesto de que el mundo debe adherirse a la fe, sino de una mirada a la realidad cargada de compasión, que capta y aprecia las sensibilidades profundas y se preocupa por ellas, a través de la cual se hace tangible y accesible el amor de Dios dirigido a cada uno, tal como es. 

Orientar la mirada a considerar la realidad por encima de la idea ha cambia también la forma de mirar a la Iglesia. La realidad de la Iglesia hoy sigue siendo en gran parte la descrita por el cardenal Martini en una de sus últimas intervenciones: una Iglesia atrasada 200 años. 

Es bastante evidente cómo el impulso profético del Papa Francisco se ha visto frenado por esta realidad de la Iglesia. En este sentido, el Papa Francisco se ha enfrentado al principio que Él mismo había señalado: la realidad de una Iglesia atrasada 200 años ha sido superior a la idea, por muy hermosa que sea, de una Iglesia en salida, hospital de campaña, pobre para los pobres. 

Pero dar prioridad a la realidad sobre la idea significa acoger y amar también a esta Iglesia, mirando con compasión y afecto su fragilidad, su miedo a abrirse a lo nuevo, su encerrarse en sí misma para intentar no perder lo poco que queda. Porque quemar etapas, avanzar a toda costa, significa anteponer la idea a la realidad, cuando es de la realidad de la que la fe en Jesús nos pide que cuidemos. 

Por último, considerar la realidad superior a la idea significa descubrir una esperanza posible e inesperada. Si la realidad es superior a la idea, significa que toda idea desligada de la realidad no puede tener futuro, está destinada a desaparecer: esto es fuente de esperanza, para la Iglesia y para el mundo. 

La negación más o menos intencionada de la realidad es uno de los rasgos distintivos, por desgracia, de nuestro tiempo, una de las principales causas de sufrimiento y desequilibrio. 

De hecho, hoy asistimos a la proliferación de ideologías que niegan partes de la realidad, que intentan doblegar la realidad a la idea: desde la negación del cambio climático hasta la distorsión de la cuestión migratoria, desde la dificultad para aceptar la verdad histórica cuando resulta incómoda hasta la tergiversación de las reglas de la economía y la justicia. Pero todo lo que niega la realidad no tiene futuro. 

Ciertamente, cuando la idea se desvincula de la realidad, hay que pagar un precio, y a veces es alto, pero si la realidad es superior a la idea, el futuro pertenece a la realidad. Ninguna ideología resiste el paso del tiempo: ésta es la esperanza. 

La Iglesia del futuro será la que haya encontrado el camino para reconectarse con la realidad, superando los 200 años de brecha, tal vez reconociendo a posteriori la profecía inherente al magisterio del Papa Francisco; el mundo del futuro será el que haya desenmascarado como distorsiones las ideologías de hoy, como hoy las de ayer. 

Si la realidad más verdadera de cada cosa y de cada persona es su origen, su acogida y su custodia por la mirada amorosa de Dios, como ha puesto de manifiesto el Papa Francisco a todos los que han escuchado su testimonio, la esperanza sigue siendo la perspectiva más verdadera. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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