¿De qué lado queremos estar?
Hoy, no sé si más o menos que nunca, el término «policrisis» parece encajar a la perfección para describir la realidad de nuestro tiempo: una maraña de crisis económicas, ecológicas, políticas y sociales que se alimentan entre sí, creando un clima de incertidumbre e inestabilidad.
No se
trata solo de un conjunto de problemas separados, sino de un sistema complejo
en el que todo está conectado. Si hay un tema que define nuestra época, es
precisamente este: la sensación de vivir en una época en la que todo se
superpone y se complica.
La
crisis de la paz: el retorno a la guerra
¿Qué ha pasado con la paz, que
parecía un objetivo alcanzable tras el fin de la Guerra Fría? Parecía que, una
vez derribado el Muro de Berlín, el mundo se encaminaría hacia la estabilidad
global.
En cambio, hoy vemos el
retorno de la guerra como instrumento de poder, en una escalada constante de
conflictos regionales, donde las grandes potencias a menudo alimentan las
tensiones y la diplomacia parece sucumbir bajo el peso de la fuerza bruta.
La
emergencia ecológica: respuestas insuficientes
Mientras
tanto, el planeta sigue enviándonos señales cada vez más evidentes: cambio
climático, escasez de recursos naturales, desaparición de la biodiversidad. Sin
embargo, las soluciones parecen lejanas.
Las
respuestas políticas globales siguen siendo demasiado lentas y fragmentadas, a
menudo frenadas por intereses económicos que no logran mirar al futuro con
visión de futuro. Es como si nuestro mundo hubiera llegado al límite, pero
siguiéramos dando vueltas sin un plan de acción real.
Las
democracias en crisis: la desconfianza y el autoritarismo
Incluso dentro de las
democracias, estamos asistiendo a una crisis. La confianza en las instituciones
se está derrumbando y, con ella, crece la tentación del autoritarismo y las
soluciones rápidas. En un contexto de creciente incertidumbre geopolítica, Occidente,
que en su día se erigió en paladín de la democracia y los derechos humanos,
parece perdido, dividido en su interior.
¿Cómo podemos esperar
construir un orden mundial estable si ni siquiera somos capaces de mantener el
orden dentro de nuestras propias sociedades?
Barbarie
cotidiana: la crisis de la normalidad
Quizás el desafío más
insidioso sea la barbarie que ahora forma parte de nuestra vida cotidiana. Ya
no es un peligro externo al que debemos temer, sino una condición con la que
hemos aprendido a convivir: los feminicidios, la discriminación, la precariedad
laboral, la aparición de nuevas formas de racismo, el individualismo
exacerbado, la corrupción política y los indicios de delincuencia común son
solo algunos ejemplos de un orden social enfermo.
La barbarie ya no se
manifiesta como un acontecimiento excepcional, sino como una normalidad
aceptada. Sin embargo, debemos preguntarnos hasta qué punto todo esto se está
convirtiendo en parte integrante de nuestra existencia.
Redescubrir
el vínculo espiritual y social
A esta crisis se suma una
pérdida de los vínculos espirituales, entendidos no tanto en sentido
confesional, sino como una conexión con algo que va más allá del
individualismo.
La visión de la vida como
comunidad, como un conjunto de vínculos que nos unen, ha sido sustituida por
una idea atomizada de la existencia. El yo prevalece sobre el nosotros, y el
bien común pasa a un segundo plano.
Resistir
a la velocidad
En un mundo que parece correr
a una velocidad insostenible, la resistencia hoy en día no es solo una cuestión
política, sino también una práctica cotidiana. Resistir significa rechazar la
obsesión por la eficiencia, la acumulación, el beneficio a toda costa.
Significa redescubrir el valor de la lentitud, la reflexión, el cuidado.
En una época en la que la
velocidad parece la norma, ralentizar se convierte en un acto de libertad. Es
una elección política: un gesto que dice no a la homogeneización, al frenesí
consumista, a la convicción de que el valor de la vida se mide en cantidad.
La
economía del cuidado: una nueva política para el futuro
La verdadera resistencia hoy
en día consiste en pensar en una economía diferente, que se centre en el
cuidado y la responsabilidad mutua. No solo el cuidado físico o psicológico,
sino el cuidado del lenguaje, de las relaciones, de los lazos que nos unen como
sociedad. Volver a poner en el centro lo que hoy se ignora o se devalúa, como
el trabajo doméstico, el trabajo manual, la educación, la salud mental, es un
acto de revolución silenciosa.
Es un desafío contra el poder
competitivo del mercado, para construir una política que no excluya, sino que
valore la fragilidad y la diversidad.
La
resistencia cotidiana: un futuro posible
El verdadero desafío de la policrisis
es elegir de qué lado estar. Podemos seguir navegando a vista, anestesiados por
un presente que nos arrastra en su espiral de injusticia, o podemos emprender
una resistencia consciente, cotidiana y plural. Esto significa tomar
decisiones, no solo políticas, sino también personales, de relación y de
cuidado.
Solo así podremos impedir que
la barbarie se convierta en la nueva normalidad. Y, sobre todo, solo así
podremos imaginar un futuro que merezca la pena vivir.
¿De
qué lado estar?
Vivir en la policrisis significa enfrentarse a una realidad que nos supera, pero también elegir resistir, reconstruir, imaginar un mundo nuevo, más justo y humano.
La
resistencia hoy en día no es solo una batalla contra las injusticias externas,
sino también un desafío cultural y social que afecta a nuestra forma de vivir
cada día.
Y la esperanza es que, si nos
unimos, podamos construir juntos un futuro mejor.
P. Joseba
Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario