sábado, 21 de junio de 2025

¿De qué lado queremos estar?

¿De qué lado queremos estar?

Hoy, no sé si más o menos que nunca, el término «policrisis» parece encajar a la perfección para describir la realidad de nuestro tiempo: una maraña de crisis económicas, ecológicas, políticas y sociales que se alimentan entre sí, creando un clima de incertidumbre e inestabilidad.

 

No se trata solo de un conjunto de problemas separados, sino de un sistema complejo en el que todo está conectado. Si hay un tema que define nuestra época, es precisamente este: la sensación de vivir en una época en la que todo se superpone y se complica.


 

La crisis de la paz: el retorno a la guerra

 

¿Qué ha pasado con la paz, que parecía un objetivo alcanzable tras el fin de la Guerra Fría? Parecía que, una vez derribado el Muro de Berlín, el mundo se encaminaría hacia la estabilidad global.

 

En cambio, hoy vemos el retorno de la guerra como instrumento de poder, en una escalada constante de conflictos regionales, donde las grandes potencias a menudo alimentan las tensiones y la diplomacia parece sucumbir bajo el peso de la fuerza bruta.

 

La emergencia ecológica: respuestas insuficientes

 

Mientras tanto, el planeta sigue enviándonos señales cada vez más evidentes: cambio climático, escasez de recursos naturales, desaparición de la biodiversidad. Sin embargo, las soluciones parecen lejanas.

 

Las respuestas políticas globales siguen siendo demasiado lentas y fragmentadas, a menudo frenadas por intereses económicos que no logran mirar al futuro con visión de futuro. Es como si nuestro mundo hubiera llegado al límite, pero siguiéramos dando vueltas sin un plan de acción real.

 

Las democracias en crisis: la desconfianza y el autoritarismo

 

Incluso dentro de las democracias, estamos asistiendo a una crisis. La confianza en las instituciones se está derrumbando y, con ella, crece la tentación del autoritarismo y las soluciones rápidas. En un contexto de creciente incertidumbre geopolítica, Occidente, que en su día se erigió en paladín de la democracia y los derechos humanos, parece perdido, dividido en su interior.

 

¿Cómo podemos esperar construir un orden mundial estable si ni siquiera somos capaces de mantener el orden dentro de nuestras propias sociedades?

 


Barbarie cotidiana: la crisis de la normalidad

 

Quizás el desafío más insidioso sea la barbarie que ahora forma parte de nuestra vida cotidiana. Ya no es un peligro externo al que debemos temer, sino una condición con la que hemos aprendido a convivir: los feminicidios, la discriminación, la precariedad laboral, la aparición de nuevas formas de racismo, el individualismo exacerbado, la corrupción política y los indicios de delincuencia común son solo algunos ejemplos de un orden social enfermo.

 

La barbarie ya no se manifiesta como un acontecimiento excepcional, sino como una normalidad aceptada. Sin embargo, debemos preguntarnos hasta qué punto todo esto se está convirtiendo en parte integrante de nuestra existencia.

 

Redescubrir el vínculo espiritual y social

 

A esta crisis se suma una pérdida de los vínculos espirituales, entendidos no tanto en sentido confesional, sino como una conexión con algo que va más allá del individualismo.

 

La visión de la vida como comunidad, como un conjunto de vínculos que nos unen, ha sido sustituida por una idea atomizada de la existencia. El yo prevalece sobre el nosotros, y el bien común pasa a un segundo plano.

 

Resistir a la velocidad

 

En un mundo que parece correr a una velocidad insostenible, la resistencia hoy en día no es solo una cuestión política, sino también una práctica cotidiana. Resistir significa rechazar la obsesión por la eficiencia, la acumulación, el beneficio a toda costa. Significa redescubrir el valor de la lentitud, la reflexión, el cuidado.

 

En una época en la que la velocidad parece la norma, ralentizar se convierte en un acto de libertad. Es una elección política: un gesto que dice no a la homogeneización, al frenesí consumista, a la convicción de que el valor de la vida se mide en cantidad.

 

La economía del cuidado: una nueva política para el futuro

 

La verdadera resistencia hoy en día consiste en pensar en una economía diferente, que se centre en el cuidado y la responsabilidad mutua. No solo el cuidado físico o psicológico, sino el cuidado del lenguaje, de las relaciones, de los lazos que nos unen como sociedad. Volver a poner en el centro lo que hoy se ignora o se devalúa, como el trabajo doméstico, el trabajo manual, la educación, la salud mental, es un acto de revolución silenciosa.

 

Es un desafío contra el poder competitivo del mercado, para construir una política que no excluya, sino que valore la fragilidad y la diversidad.

 


La resistencia cotidiana: un futuro posible

 

El verdadero desafío de la policrisis es elegir de qué lado estar. Podemos seguir navegando a vista, anestesiados por un presente que nos arrastra en su espiral de injusticia, o podemos emprender una resistencia consciente, cotidiana y plural. Esto significa tomar decisiones, no solo políticas, sino también personales, de relación y de cuidado.

 

Solo así podremos impedir que la barbarie se convierta en la nueva normalidad. Y, sobre todo, solo así podremos imaginar un futuro que merezca la pena vivir.

 

¿De qué lado estar?

 

Vivir en la policrisis significa enfrentarse a una realidad que nos supera, pero también elegir resistir, reconstruir, imaginar un mundo nuevo, más justo y humano. 


La resistencia hoy en día no es solo una batalla contra las injusticias externas, sino también un desafío cultural y social que afecta a nuestra forma de vivir cada día.

 

Y la esperanza es que, si nos unimos, podamos construir juntos un futuro mejor.

 


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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