La humanidad es imposible sin compasión
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Uno de los relatos más bellos del mundo. Solo unas pocas líneas, de sangre, polvo y esplendor. El mundo entero baja de Jerusalén a Jericó.
Nadie
puede decir: yo voy por otro camino, yo no tengo nada que ver. Todos estamos en
el mismo camino. Y nos salvaremos juntos, o no habrá salvación.
Un
sacerdote bajaba por ese mismo camino. El primero en pasar es un
sacerdote, un representante de Dios y del poder, ve al hombre herido, pero pasa
de largo.
No pases
de largo ante la sangre de Abel. Más allá no hay nada, ni siquiera Dios, solo
una religión estéril como el polvo.
En
cambio, un samaritano, que estaba de viaje, lo vio, se compadeció de él y se
acercó. Un samaritano, gente hostil y despreciada, que no frecuenta el Templo,
se conmueve, se acerca, se hace prójimo.
Todos
términos con una carga infinita, hermosa, que rezuman humanidad. No hay
humanidad posible sin compasión, el menos sentimental de los sentimientos, sin
proximidad, la menos edulcorada, la más concreta. El samaritano se acerca.
No es
espontáneo detenerse, los bandidos pueden estar todavía cerca. Acercarse
no es un instinto, es una conquista; la fraternidad no es un dato, sino una
tarea.
Los
tres primeros gestos concretos: ver, detenerse, tocar, trazan los tres primeros
pasos de la respuesta a «¿quién es mi prójimo?».
Ver y
dejarse herir por las heridas del otro. El mundo es un llanto inmenso, y Dios
navega en este río de lágrimas, invisibles, sin embargo, para quienes han
perdido los ojos del corazón, como el sacerdote y el levita.
Detenerse
ante la vida que gime y se pierde en el polvo del camino. He hecho mucho por
este mundo cada vez que simplemente detengo mi carrera para decir «aquí
estoy».
Tocar: el
samaritano vierte aceite y vino, venda las heridas del hombre, lo levanta, lo
carga, lo lleva. Tocar al otro es hablarle silenciosamente con el propio
cuerpo, con la mano: «no tengo miedo y no soy tu enemigo». Tocar
al otro es la máxima cercanía, decirle: «estoy aquí para ti»;
aceptar lo que es, tal como es; tocar al otro es un acto de reverencia, de
reconocimiento, de veneración por la bondad de toda su persona.
El
relato de Lucas avanza rápidamente, encadenando diez verbos para describir el
amor activo: vio, tuvo compasión, se acercó, derramó, vendó, cargó, llevó,
cuidó, pagó... hasta el décimo verbo: cuando vuelva, te lo pagaré...
Este
es el nuevo decálogo, para que el hombre sea promovido a hombre, para que la
tierra sea habitada por «prójimos» y no por bandidos o enemigos.
En
el centro del mensaje de Jesús hay una parábola; en el centro de la parábola
hay un hombre; y ese verbo: Amarás. Hazlo así y encontrarás la vida.
P. Joseba
Kamiruaga Mieza CMF
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