domingo, 22 de junio de 2025

Para rezar bien hay que tener hambre de vida.

Para rezar bien hay que tener hambre de vida

«Señor, enséñanos a rezar». No tanto: enséñanos oraciones, fórmulas o ritos, sino: enséñanos el corazón de la oración, muéstranos cómo llegar ante Dios. 

En el lenguaje corriente, la palabra «orar» significa insistir, convencer a alguien, llevarlo a cambiar de actitud. Para Jesús no, rezar es volver a unirse a Dios, como se une la boca a la fuente. Es volver a unirse a la vida. Rezar es abrirse, con la alegría silenciosa y llena de paz de la mota de tierra que se ofrece al agua que la vivifica y la hace fecunda. 

Para Jesús, rezar equivale a crear vínculos, evocando nombres y rostros, el primero de todos el del Padre: «Cuando recéis, decid: Padre». 

Todas las oraciones de Jesús recogidas en los Evangelios comienzan con el mismo término «Padre», la mejor palabra para estar ante Dios, con un corazón a la vez infantil y adulto, la que contiene más vida que cualquier otra. 

Padre, fuente de toda vida, de toda bondad, de toda belleza, un Dios que no se impone, sino que sabe abrazar; un Dios afectuoso, cercano, cálido, al que pedir, como hermanos, las pocas cosas indispensables para partir cada amanecer en busca de la vida. 

Y lo primero que hay que pedir: que se santifique tu nombre. El nombre contiene, en el lenguaje bíblico, toda la persona: es como pedirle a Dios a Dios, pedirle que Dios nos dé a Dios. Porque «Dios no puede dar nada menos que a sí mismo» (Meister Eckhart), «pero, al darnos a sí mismo, nos lo da todo» (Catalina de Siena). 

Venga tu Reino, nazca la tierra nueva como tú la sueñas, la nueva arquitectura del mundo y de las relaciones humanas que el Evangelio ha sembrado. 

Danos nuestro pan de cada día. Danos todo lo que nos hace vivir, el pan y el amor, ambos indispensables para una vida plena, necesarios día a día. 

Y perdona nuestros pecados, quita todo lo que envejece el corazón y lo encierra; danos la fuerza para zarpar de nuevo cada amanecer hacia tierras intactas. Libera el futuro. Y nosotros, que ahora sabemos cómo el perdón potencia la vida, lo daremos a nuestros hermanos y a nosotros mismos, para volver ligeros a construir de nuevo, juntos, la paz. 

No nos abandones a la tentación. No te pedimos que nos eximes de la prueba, sino que no nos dejes solos para luchar contra el mal en el día de la oscuridad. Y sácanos de la desconfianza y el miedo; y levántanos de cada herida o caída, buen samaritano de nuestras vidas. 

Enséñanos a rezar, ahora. El Padrenuestro no solo hay que recitarlo, hay que aprenderlo cada día de nuevo, de rodillas ante la vida: en las caricias de la alegría, en los arañazos de las espinas, en el hambre de los hermanos. 

Hay que tener mucha hambre de vida para rezar bien.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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