Dios siempre cumple sus promesas
«Señor, enséñanos a orar». Todas las oraciones de Jesús recogidas en los Evangelios comienzan con la misma palabra típica: «Padre», la mejor forma de dirigirse a Dios. Pero específico de Jesús, exclusivamente suyo, es el término original «Abbà», que los Evangelios recogen en la lengua de Jesús, el arameo, y cuyo significado es «papá, papi».
Es la palabra del niño, el dialecto del corazón, el balbuceo del hijo pequeño. Es una palabra de casa, no de sinagoga; sabe a pan, no a templo. «En la multitud de oraciones judías no se encuentra un solo ejemplo de esta palabra «Abbà» referida a Dios» (Joachim Jeremías). Solo en Jesús: Abbà-papá.
En el lenguaje corriente, la palabra «orar» indica insistir, convencer a alguien, llevarlo a cambiar de actitud. Orar para nosotros equivale a pedir. Para Jesús no: rezar equivale a evocar rostros: el del Padre y el de un amigo.
En la oración de Jesús, el hombre se interesa por la causa de Dios (el nombre, el Reino, la voluntad) y Dios se interesa por la causa del hombre (el pan, el perdón, el mal), cada uno es para el otro.
Y aprendo a rezar sin decir nunca yo, sin decir nunca mío, sino siempre Tú y nuestro: tu nombre, nuestro pan, Tú da, Tú perdona. El Padrenuestro me prohíbe pedir solo para mí: el pan para mí es un hecho material, el pan para mi hermano es un hecho espiritual. Rezar cambia la historia.
«Amigo, préstame tres panes, que ha llegado un amigo». Una historia de amistad revela el secreto de la oración. La parábola presenta a tres amigos: el amigo pobre, el amigo del pan y el viajero inesperado, hambriento y cansado, que permanece en segundo plano, pero que en realidad es un personaje principal: representa a todos los que llaman a mi puerta, que sin ser esperados han venido, que me han pedido pan y consuelo.
A Jesús le importa la causa del hombre además de la de Dios: no quiere que la oración se convierta en un diálogo cerrado, sino que haga circular el amor (los tres panes) en el cuerpo del mundo.
Llevamos dos mil años repitiendo el Padrenuestro, pero no nos hemos convertido en hermanos y el pan sigue faltando.
Una pregunta enorme corroe nuestras oraciones: ¿Dios escucha? «Dios siempre escucha, pero no nuestras peticiones, sino sus promesas» (Dietrich Bonhoeffer): Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos. Dios se involucra, entrelaza su aliento con el mío, mezcla sus lágrimas con las mías.
Si al rezar no obtengo lo que pido, siempre obtengo un rostro de Padre y el sueño de un abrazo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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