Si rezamos, haremos circular el pan del amor
«Pedid», exhorta el Señor. Pero nosotros ni siquiera sabemos qué pedir. Por eso Jesús viene a nuestro encuentro con la oración del «Padre Nuestro», viene como maestro del deseo, como curación de nuestro pedir.
«Señor, enséñanos a orar». Y Jesús cuenta dos parábolas que comienzan así: «Si alguno de vosotros tiene un amigo... si un hijo pide a su padre...». Una historia de amistad nos enseña a rezar, una historia de afectos es el secreto de la oración.
Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado un amigo mío. Un hombre sale en plena noche, camina hasta la casa de su amigo, llama a la puerta y no pide para sí, sino para un amigo que a su vez ha caminado en la noche.
Así somos nosotros: gente pobre, rica solo en amigos, que para tener pan, para tener lo que nos da la vida, encontramos en nuestro mundo de afectos el valor para salir en plena noche, llamar a puertas cerradas, pedir y volver a pedir. En la noche, pero guiados por la brújula del corazón. Y no solo por el mapa de nuestras necesidades.
El pan y los amigos son necesarios y suficientes para vivir bien. Y entonces este mundo y sus noches se cubren de una red de caminos que nos llevan de casa en casa, de corazón en corazón. El mundo se cubre de una densa red de confianza: rezar es hacer circular el pan del amor por las venas del mundo; rezar es establecer en esta historia desanimada y desconfiada un tejido finalmente de confianza.
Entre los dos amigos hay una puerta cerrada. También en el camino indicado por Jesús hay, como último obstáculo, una puerta cerrada: «Pedid, buscad, llamad». Aunque la puerta esté cerrada, aunque no veáis, aunque la confianza se haga difícil y Dios parezca mudo como una lápida: más allá de la puerta está el canto de la amistad.
Esa puerta no está lejos, es la de tu casa. De hecho, la oración es una historia de afectos, donde te encuentras a ti mismo, donde descubres que no eres más que un hijo pródigo, en el camino del gran regreso; que no eres más que un amigo, en los caminos de la noche inventando confianza.
«Pedid», exhorta el Señor. Pero ni siquiera sabemos qué pedir. Por eso Jesús viene a nuestro encuentro con la oración del Padrenuestro, viene como maestro del deseo, como curación de nuestro pedir. Y nos enseña las pocas cosas verdaderamente necesarias: el pan, el perdón y la lucha contra el mal.
El pan cotidiano, que nos hace dependientes cada día del cielo y de los demás, porque el Padrenuestro es la oración en la que nunca se dice «yo», nunca se dice «mío», sino siempre «tuyo» y «nuestro».
El perdón, para poder volver a vivir juntos, comprometiéndonos a ser para los demás lo que queremos que Dios sea para nosotros.
La lucha contra el mal para construir un mundo digno del hombre, digno de Dios.
Y una cuarta cosa es aún más necesaria: la certeza de tener un Padre, un Dios que no domina, sino que pide ser llamado amigo.
Y no podríamos pedir una aventura mejor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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