Somos brotes de luz en el mundo
La Asunción de María al cielo en alma y cuerpo es el icono de nuestro futuro, anticipación de un destino común: anuncia que el alma es santa, pero que el Creador no desperdicia sus maravillas: también el cuerpo es santo y tendrá, transfigurado, el mismo destino que el alma. Porque el hombre es uno.
Los dogmas que se refieren a María, mucho más que un privilegio exclusivo, son indicaciones existenciales válidas para todo hombre y toda mujer. Lo indica muy bien la lectura del Apocalipsis: vi a una mujer vestida de sol, que estaba a punto de dar a luz, y un dragón.
El signo de la mujer en el cielo evoca a Santa María, pero también a toda la humanidad, a la Iglesia de Dios, a cada uno de nosotros, incluso a mí, pequeño corazón aún vestido de sombras, pero hambriento de sol.
Contiene nuestra vocación común: absorber la luz, ser sus guardianes (vestida de sol), ser dadores de vida en la vida (estaba a punto de dar a luz): vestidos de sol, portadores de vida, capaces de luchar contra el mal (el dragón rojo). Revestirse de luz, transmitir vida, no ceder al gran mal.
La fiesta de la Asunción nos llama a tener fe en el buen desenlace, en el final positivo de la historia: la tierra está embarazada de vida y no terminará entre las espirales de la violencia; el futuro está amenazado, pero la belleza y la vitalidad de la Mujer son más fuertes que la violencia de cualquier dragón.
El Evangelio presenta la única página en la que son protagonistas dos mujeres, sin ninguna otra presencia que la del misterio de Dios que late en el seno. En el Evangelio, las primeras en profetizar son las madres.
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Primeras palabras de Isabel, que mantienen y prolongan el juramento irrevocable de Dios: Dios los bendijo (Génesis 1,28), y lo extiende de María a todas las mujeres, a todas las criaturas.
La primera palabra, el primer germen del pensamiento, el comienzo de todo diálogo fecundo es cuando sabes decir al otro: que seas bendito. Poder pensarlo y luego proclamarlo a quienes nos rodean, a quienes comparten nuestro camino y nuestro hogar, a quienes llevan un misterio, a quienes llevan un abrazo: «Eres bendito», Dios me bendice con tu presencia, que yo pueda bendecirte con la mía.
«Mi alma magnifica al Señor». Magnificar significa hacer grande. Pero, ¿cómo puede la pequeña criatura hacer grande a su Creador? Tú haces grande a Dios en la medida en que le das tiempo y corazón. Tú haces pequeño a Dios en la medida en que Él disminuye en tu vida.
Santa María nos ayuda a caminar ocupados por el futuro del cielo que está en nosotros como un brote de luz. A habitar la tierra como ella, bendiciendo a las criaturas y haciendo grande a Dios.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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