Qué es (y qué no es) una relación de pareja
Ante la complejidad del vínculo de pareja, quizá podamos declinar algunas de sus articulaciones, para comprender por qué tan a menudo este hilo se enreda y se rompe.
Todavía hay quienes sostienen la teoría de las dos mitades de la manzana
Ser la mitad de algo no significa que juntos formemos un todo. E incluso si lo lográramos, este todo sería para uno solo y se perdería un capital humano considerable. El mito del Andrógino de Platón, un ser perfecto, mitad hombre y mitad mujer, sigue considerándose un patrón significativo para las relaciones de pareja, y así hay quienes imaginan ir en busca del «alma gemela» que devuelva la totalidad a las dos mitades del Andrógino, divididas por los dioses envidiosos y obligadas a vagar por el mundo hasta que puedan recomponer la unidad con la otra mitad de la que fueron separadas.
Hay quienes se entregan de forma unilateral
Amar de forma unilateral, sin esperar nada a cambio, es bonito en los cuentos de hadas. Pero en la vida real, un amor maduro requiere un delicado equilibrio entre dar y recibir, porque todo lo que no es recíproco alimenta expectativas ocultas y rencores y se deteriora muy rápidamente de forma irremediable.
Hay quienes asumen el liderazgo de una vez por todas y quienes se dejan guiar
En todo caso, se trata de una relación adulto-niña o adulto-niño, en la que uno de los dos debe ser guiado, protegido, educado, y el otro asume el liderazgo y la responsabilidad por ambos. Ocasionalmente, en momentos específicos o en relación con habilidades particulares de uno u otro, también puede funcionar, pero solo si se juega también la carta de la reciprocidad. Una pareja no puede caminar solo con dos piernas, debe caminar con cuatro. Una pareja no puede actuar dentro o fuera con solo dos brazos y una sola mente. Debe actuar, dentro y fuera, con cuatro brazos y dos mentes en diálogo.
Hay quienes necesitan estar constantemente vinculados a la otra persona
Esta puede ser la fórmula de la fase inicial, felizmente simbiótica, en la que se siente un solo corazón y un solo alma. Sirve para cruzar el umbral entre el yo y el tú, para poder confiar y entregarse, pero es solo un salto inicial, que debe evolucionar y atravesar una fase de redefinición de las subjetividades individuales para luego llegar a construir el espacio del nosotros. Un espacio vivo, que no anula los espacios personales, sino que crea un nuevo nivel de relación. A menudo nos encontramos añorando la fase inicial de fusión, pero si nos quedáramos atrapados allí, no habría espacio para crecer, ni como individuos ni como pareja.
Hay quienes están convencidos de ser transparentes y quienes piensan que no es necesario intuir
Ciertas conversaciones en las que no se hace el esfuerzo de traducir los propios sentimientos en palabras comprensibles y, por otro lado, se omite escuchar o se cierra la conversación, terminan pareciéndose a un ejercicio en el que se practica el deporte extremo del malentendido. Ciertos no diálogos se convierten en el campeonato mundial del desconocimiento del propio mundo interior y del ajeno. Sin una disposición a la apertura y a la escucha, y sin una profunda empatía mutua, no hay relación de pareja.
Hay quienes imaginan dejarse llevar totalmente por la voluntad de la otra persona
Avanzar en la vida de pareja con los ojos vendados, delegando totalmente las decisiones y las responsabilidades en la otra persona, se asemeja más bien a una fascinación; es confiar ciegamente y totalmente y dejarse llevar, renunciar a ser responsable de la propia existencia, delegando la dirección en el otro, en la otra. Amar con todo uno mismo no significa perder de vista el propio camino.
Hay quienes sienten que deben solicitar desesperadamente la atención del otro, de la otra
Cada intento angustioso, insistente, reiterado, doloroso, llevado a cabo para despertar el interés que falta por parte de la otra persona, para llamar su atención, obtener su mirada, configura fácilmente una situación de dependencia. En el juego de los roles, esto implica que el otro asume el poder de validar o invalidar la existencia de la pareja. Un juego muy peligroso, que no terminará bien.
Hay quienes se comprometen a mantener a la otra persona dentro de una esfera de cristal
Esta situación puede confundirse con una forma de protección; en realidad, es un intento de conservar un instante inmutable, como en una imagen eterna congelada, o más precisamente, un intento de controlar a la otra persona. Estamos muy lejos de reconocer la subjetividad y las competencias del otro, estamos muy lejos de una relación de pareja sana y enriquecedora.
Hay quienes creen que deben acurrucarse a los pies de la otra persona
Puede parecer gratificante para quien está en posición de dominio y tranquilizador para quien ha asumido la posición de sumisión, pero simplemente no funciona, debido al exceso de desequilibrio en los roles.
Hay quienes creen que deben llevar al otro, a la otra, aferrado a sí mismo, en brazos o sobre los hombros
Podría parecer algo muy romántico... pero, en realidad, uno de los dos ha renunciado a caminar con sus propias piernas y el otro se comporta como si tuviera un bebé en brazos. En pequeñas dosis puede ser muy dulce, pero si fuera así la mayor parte del tiempo, se convertiría en una niñera, no en una pareja.
Hay quienes calculan que pueden aferrarse a la fuerza vital del otro, de la otra, y sacar provecho de ella
Esta posibilidad también podría parecer romántica, pero no lo es en absoluto. En todo caso, es una forma de recibir un servicio unilateral, mientras que todo lo demás desaparece y quien parecía más fuerte se va consumiendo poco a poco. No estamos ahí, no estamos ahí en absoluto.
Hay quienes están seguros de poder exigir amor sin darlo a cambio
Este tipo de relación se convierte en una relación unilateral de servicio, en la que uno de los dos exige un servicio y no tiene en cuenta que debe corresponder de ninguna manera. Lo que ocurre es que, por un lado, uno se acostumbra a exigir y, por otro, pronto empieza a albergar un profundo resentimiento.
Hay quienes se reservan el acceso al mundo, manteniendo a la otra persona en un recinto interno
Se trata de una situación en la que los roles de género se definen de forma extrema, con la separación entre una esfera pública, donde solo uno de los dos está presente, es competente y activo, mientras que la otra persona está confinada en la esfera privada, sin autonomía respecto al mundo exterior, indefensa, si no ineficaz. Simplemente es una posición que ha quedado superada por la historia. Solo sigue vigente en culturas aún muy tradicionales.
Hay quienes siguen esperando en la ventana de la torre a que llegue el otro a caballo
En todo caso, esto podría ser una breve fase del cortejo, pero, si fuera más allá, en esencia reafirmaría una división de roles muy tradicional, en la que por un lado estaría la espera pasiva y por otro la acción activa. Por un lado, estar encerrada, «protegida» —pero también, de forma implícita, por conquistar— y, por otro, ir, actuar, dar un paso adelante, proponerse. Por supuesto, esta división de roles también incluye el poder de «despertar» a una bella, que se supone más o menos dormida, y presupone su consentimiento automático, una vez producido el «despertar».
Hay quienes están convencidos de que, cuando las cosas no van bien, la responsabilidad es del otro
Es el caso de una famosa pareja en la que, según la literalidad de la tradición, ella parece haber sido forjada a partir de una costilla de él que, según cuentan algunos, le fue extraída mientras dormía, y que ella fue creada para ayudarle y para que no estuviera solo. Siempre según la tradición literal, parece que él se eximió inmediatamente de su responsabilidad acusándola a ella de haberlo inducido a cometer un delito, tan pronto como el delito fue denunciado, en flagrante delito, por una autoridad superior. En su caso, se pone de manifiesto un problema básico: el de no haberse elegido, sino simplemente haberse encontrado, sin saber nada el uno del otro, en un magnífico lugar de vacaciones, del que, según la citada lectura literal, fueron irremediablemente expulsados por el propio propietario.
Hay quienes ven el amor como un regalo mutuo de comprensión y alegría
El amor verdadero contiene el elemento de la amabilidad amorosa, que es la capacidad de ofrecer felicidad. Para hacer feliz a una persona hay que estar ahí. Hay que aprender a mirarla, a hablarle. Hacer feliz a otra persona es un arte que se aprende.
El segundo elemento que compone el amor verdadero es la compasión, la capacidad de eliminar el dolor, de transformarlo en la persona que amamos. También en este caso hay que practicar la mirada profunda para poder ver qué tipo de sufrimiento tiene esa persona en su interior.
A menudo ocurre que la otra persona, comprendida y apoyada, será capaz de afrontar más fácilmente las dificultades de su vida, porque sentirá que estás de su lado.
El tercer elemento es la alegría. El amor verdadero debe traerte alegría y felicidad, no sufrimiento día tras día.
El cuarto y último elemento es la libertad. Si al amar sientes que pierdes tu libertad, que ya no tienes espacio para moverte, eso no es amor verdadero.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF





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