lunes, 3 de febrero de 2025

A cierta derecha católica.

A cierta derecha católica 

Es una tentación clásica de los políticos utilizar la religión con fines electorales y políticos. Tampoco son pocos los líderes religiosos que han intentado doblegar la política a sus propias creencias religiosas para hacer proselitismo o defender intereses y privilegios comunitarios. Esto se hace en la derecha, como en la izquierda, con distinto momento, estilo y contenido. 

En los últimos tiempos, destaca la derecha también en nuestro país, en compañía de la estadounidense, la polaca, la húngara, la francesa, la alemana, la italiana... Tienen varios rasgos en común. Son católicos y son de derechas: son los "conservadores de Dios" o los fundamentalistas cristianos. Los nombres de sus partidarios intelectuales son distintos y poco conocidos por el gran público; las caras políticas, en cambio, están en los medios de comunicación un día sí y otro también. No están tan interesados en comprender el Evangelio, en experimentar la vida cristiana, personal o comunitariamente. 

Para ellos, los símbolos religiosos cristianos no expresan tanto una fe madura, sino que son un mero medio de consenso electoral; la misma fe no se verifica en la comunidad sino en el espacio individual: así parecería que es la Virgen quien da las instrucciones de voto o el Padre Eterno quien se presenta para asegurarles que está de su lado. Más que cristianos, política y socialmente, son herejes gnósticos, en versión moderna, es decir, fuertemente mediáticos y populistas. Ciertos rasgos antropológicos y éticos parecen trascender las fronteras nacionales y los encontramos en todos estos herejes gnósticos: se aman a sí mismos hasta la locura, prefieren improvisar sin citar nunca, ser asertivos y confiados, prometer y hacer soñar (sobre la nada), tranquilizar sin explicar, manipular las ideas y los sentimientos según el caso. No toleran las organizaciones civiles y la ciudadanía activa (aparte de sus fanáticos), los emigrantes, los extranjeros y los pobres, los movimientos de protección del medio ambiente y de diálogo religioso, las reglas democráticas, los parlamentos, los órganos de control, los magistrados, los convenios y organismos europeos e internacionales, y a menudo siembran el odio. 

Guardan distancia, de todo corazón, del Papa Francisco, aunque el Papa se cuide de no enredarse en una oposición eclesial y política. Sin embargo, guardan esa distancia no solo porque el Papa se pone del lado de los migrantes y los pobres, no solo porque critica "esta economía que mata", no solo porque quiere continuar la reforma del Concilio Vaticano II, sino sobre todo porque identifica claramente la deriva gnóstica e ideológica (una pareja frecuente en el magisterio papal) de gran parte de cierta política católica y las prácticas conexas del poder malsano cuando no diabólico en el sentido más genuino del término ‘dia-bolos’ (lo que divide, separa,…, enfrenta). 

No son los únicos. A veces ciertos pastores y fieles laicos sintonizan plenamente con la verborrea. Y aquí la pregunta se vuelve aún más radical: ¿cómo es posible? ¿Cómo puede un obispo, un sacerdote, un católico adherirse a doctrinas y prácticas políticas que son una negación flagrante de lo que enseña el Evangelio? 

Es grande la responsabilidad de educación y formación de católicos adultos, coherentes y maduros. Es un error alimentar el mito del ser humano benévolo, superior, al que todas las puertas están abiertas. Las experiencias pasadas deben haber hecho comprender que tales personas o no existen o son simplemente nocivas, porque todo poder excesivo es nocivo. Pero que nadie crea que la suerte de nuestro país puede cambiar de un día para otro; y que hay personas que tienen tales poderes que podemos superar las crisis actuales a corto plazo y con perspectivas ventajosas. 

Son personas los que necesitamos. Y estas personas somos todos nosotros, cada uno a su pequeña manera; cada uno con su voluntad de trabajar por el bien de los demás; cada uno respondiendo a la llamada de su propia conciencia y cooperando con los demás con actividad y sacrificio. Estoy convencido de que los estados de ánimo de desconfianza y de depresión son la antesala de la derrota: y que la iniciativa confiada es siempre la vencedora. 

El uso político de la religión es tan antiguo como la religión misma. Y, en la Iglesia católica, la tentación de la alianza con el poder de este mundo es la Gran Tentación a la que se sucumbió ya en el 380 d.C., cuando el emperador Teodosio declaró el cristianismo religión del Estado y la jerarquía eclesiástica se propuso heredar el papel de estructura de gobierno del imperio. 

No soy de los que creen que el reino de Cristo (y con él, por supuesto, el pequeño y personal reino de cierta derecha católica) es de este mundo. Él, Jesús, se esforzó toda su vida en decir lo contrario: "¡Mi reino no es de este mundo!". Dijo que el César y Dios deben mantenerse separados, dando a cada uno lo suyo. Y en el momento más terrible de su vida, al comienzo de su pasión, envainó sus espadas, diciendo que podía tener doce legiones de ángeles para defenderle, pero que no quería vencer por la fuerza. La raíz de esta aversión de Cristo al poder terrenal quizá se encuentre en el episodio en el que el Diablo le ofrece, a cambio de su adoración, todos los reinos de este mundo. Lo que significa, argumentaban los Padres de la Iglesia, que evidentemente el Mal disponía libremente de esos poderes terrenales. 

Pero papas, cardenales y obispos no siempre han sido Jesús, y han bendecido cruzadas y espadas, ungido reyes y emperadores, asegurando a los ricos su capacidad de pasar por el ojo de una aguja. Y todos esos poderosos siempre han correspondido cubriendo a la Iglesia de dinero y poder, y haciendo alarde de una gran devoción personal. Todo esto es bien conocido. Y sin embargo, en el uso de cierta derecha de la religión católica hay algo aún más obsceno… si recordamos frases como "Fui forastero y no me acogisteis: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles", que "el Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". 

Quizá haya llegado también el momento de hacer frente y detener cualquier violencia ejercida en nombre de la fe católica, incluso hablando en voz alta y en público para condenar el uso político de la religión. Si es obsceno utilizar la religión sin creer en ella, no es menos obsceno rayando cualquier forma de violencia o entrando en esa espiral. Porque es evidente que, en las famosas raíces cristianas de este continente y de este país, cierta derecha está tallando el recurso de ciertas formas de confrontación y tensión a todo diferente. Y no puede haber mayor blasfemia. 

La fe cristiana no es una ideología. En realidad, la fe cristiana es a la ideología como el día a la noche. Es Francisco quien nos recuerda que "toda interpretación ideológica, de cualquier parte que venga, es una falsificación del Evangelio. Y estos ideólogos, como hemos visto en la historia de la Iglesia, terminan por ser intelectuales sin talento, moralistas sin bondad. Y de la belleza no hablamos, porque no comprenden nada" (Papa Francisco, Homilía del 19 de abril de 2013). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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