Nicodemo: renacer de lo alto
Una figura marginal, pero no menos elocuente que otras es Nicodemo y ese gesto de perfumar un cadáver que, en una economía de cálculo y de sentido común, es cuando menos un desperdicio.
La tradición lo convertirá en el primer escultor de crucifijos, tanto que debió estar marcado por la experiencia de acoger a Jesús bajado de la cruz.
Su historia comienza una noche en la que quiso entender algo sobre Jesús. La anotación cronológica –de noche– resume bien el clima interior de Nicodemo: busca la luz y al mismo tiempo está confundido.
Había llegado hasta Jesús movido por el deseo de creer a partir de signos evidentes.
Había elegido las horas de la noche quizás por miedo: era arriesgado comprometerse abiertamente.
Aquel Maestro le intrigaba, le fascinaba su persona, sus gestos tanto como sus palabras. Pero no se atrevió a tomar partido abiertamente a su favor. Además, si lo hubiera hecho, habría sido expulsado de su grupo.
Le hubiera gustado tener un diálogo con Jesús sin hacerlo público.
Aquella noche Nicodemo apareció preocupado de sí mismo, atento a sus preguntas: necesitaba certezas.
Jesús hubiera querido abrirle una nueva perspectiva, pero todavía no era posible.
¡Qué lento es el camino de la fe!
Había ido a ver a Jesús pero en su diálogo con él había usado el plural: «Maestro, sabemos que has venido de Dios… nadie puede hacer las señales que tú haces, si no está Dios con él».
Hablaba en nombre de una categoría dentro de la cual encuentra seguridad. El peso de la opinión ajena pudo más que él.
Por lo que había visto, se había llegado a formar una convicción: tú vienes de Dios. Parecería ser su fe, pero una fe que se detiene en signos que no se convierten en signo.
¡Cuántas cosas vemos signos también nosotros sin dejarles hablar!
Jesús le había hecho comprender que el problema grave es ver el Reino de Dios y para ello es necesario nacer de lo alto.
Fue a Jesús convencido de que sabía pero de repente tuvo que admitir que no entendía: ¿cómo puede suceder esto?
Aquella noche, la conversación con Jesús no había tenido el resultado deseado.
Nicodemo regresó a casa más confundido que antes: era incapaz de realizar lo que Jesús le había propuesto, renacer.
Y, sin embargo, aquel Maestro le intrigaba.
¡Qué lento es el camino de la fe!
¡No pocas veces comienza desde lejos, desde resistencias, dudas, incomprensiones, miedos, reservas!
Jesús presta atención a esta lenta maduración de la fe. No tiene prisa: no conoce los ritmos de nuestras agendas. Nunca es demasiado tarde para Él.
Llegará un momento en que Nicodemo comenzará a exponerse y a tomar la defensa de Jesús, aunque sea de manera neutral.
La ocasión será el arresto fallido de Jesús por parte de los guardias quienes, también fascinados por Jesús, habían concluido: "¡Jamás un hombre ha hablado así!".
A los sacerdotes y fariseos que protestaban por lo sucedido, Nicodemo les había señalado que no era posible juzgar a alguien sin escucharlo primero. Su intervención le valió la denigración de su grupo: “estudia y verás que de Galilea no surge ningún profeta”.
Primero fue Jesús quien le hizo comprender que aun siendo maestro en Israel no sabía ciertas cosas, ahora son sus compañeros quienes le invitan a reconocer que no sabe.
¡Pobre Nicodemo! Tuvo que recibir un duro golpe: ser vilipendiado públicamente como alguien que no estaba preparado.
Todo parecía conducirlo nuevamente al abismo de un callejón sin salida. Y, en cambio, no será así.
Tan pronto como Jesús muere, lo que estaba en la oscuridad comienza a salir a la luz.
Y Nicodemo, temeroso, sale, se expone, va él mismo ante Pilato. Lleva consigo más de 30 kilos de perfumes (100 libras): ¡media libra habría bastado para ungir un cadáver!
100 libras fue lo que se necesitó para la dedicación del Templo.
Nicodemo finalmente comprendió: Jesús es el Templo de Dios entre los hombres. Quien quiera tener acceso a Dios debe pasar por Jesús.
Un hombre fiel y observante no teme entrar en contacto con una persona fallecida: esto lo habría contaminado y no le habría permitido celebrar la Pascua judía.
Nicodemo reconoce que Jesús es la verdadera Pascua: es el signo de la salvación que Dios ofrece a todo hombre, incluso a aquellos que llegan a la fe con dificultad y quizás tarde.
Nicodemo necesitaba despojarse de sus pretensiones de conocimiento dejándose interpelar por Jesús como discípulo: ¡cuánto le costó pasar de sentirse maestro a hacerse discípulo!
Tuvo que abandonar su actitud arrogante de “ya sabemos” y admitir que no sabía.
Había experimentado en primera persona el aire asfixiante de su entorno, donde la gente profesaba ser amo pero no escuchaba.
Pero a ese mundo Nicodemo le había entregado una pregunta que vale toda una existencia: ¿cómo es posible juzgar sin haber escuchado antes?
Al final de la historia Nicodemo elegirá el silencio.
Será José de Arimatea quien hable a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Nicodemo no necesita hablar, ahora necesita actuar.
Sólo llegará a la experiencia de la fe bajo la cruz, cuando ya no habrá más milagros ni más señales evidentes.
Y, sin embargo, quedará una señal: aquel hombre colgado en el patíbulo, escándalo para los judíos y salvación para cuantos reconocen que en Él qué preciosa es la humanidad a los ojos de Dios.
Ahora Nicodemo sabe lo que significa renacer: leer en la contradicción no el signo de un fracaso sino el de una nueva oportunidad ofrecida.
Al final Nicodemo ya no dirá: lo sabemos.
Ahora lo sabe.
Ahora comprende el significado de aquellas palabras pronunciadas por Jesús la noche de su primer encuentro: Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Y, entonces, Nicodemo puede renacer.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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