domingo, 20 de abril de 2025

El Jubileo del Arte.

El Jubileo del Arte 

Hay una relación que puede establecerse (y que, de hecho, históricamente se ha establecido muchas veces) entre el acto de creer y la capacidad de actuar en el ámbito cultural y, concretamente, en el artístico. 

Quizás no sea inútil recordar algunos conceptos interesantes en esa relación. 

En primer lugar, la fe. Como bien sabemos, es una experiencia: el encuentro con Jesucristo y la aceptación de su invitación a seguirlo. La teología es la reflexión sobre la fe, es decir, el estudio de esta experiencia, con el fin de conocerla y vivirla de manera cada vez más coherente. 

La cultura, en cambio, es una mirada al hombre, a sus lenguajes, sus instituciones, sus civilizaciones, sus tradiciones..., con el fin de tomar conciencia de los «valores» que en la realidad orientan el camino de un grupo social. 

La evangelización es la actividad que la comunidad cristiana lleva a cabo con el fin de transformar el mundo y su cultura a la luz del Evangelio. Se desarrolla dentro de la comunidad para animar la fe de los creyentes (en esta fase se denomina pastoral) y fuera de ella (la misión ad gentes). 

¿Y el arte? ¿Cómo encaja el arte en esta red de relaciones? 

Se puede partir de una constatación universal: el arte es un «hecho» que acompaña todo el camino de la humanidad. Probablemente sea imposible trazar una definición (¡quizás cada uno de nosotros tenga una!). Si el arte es todo lo que los hombres llaman arte…, en general, se considera: la producción de lo bello, es decir, la búsqueda estética; bien cultural, es decir, testimonio de un momento de la historia; acontecimiento de comunicación: este último concepto es el más amplio y útil desde el punto de vista de la fe, del estudio teológico y de la animación cultural y evangelizadora. 

El arte, por lo tanto, en su sentido más amplio y difundido, es una experiencia de comunicación, es decir, la transmisión de un contenido, de un mensaje. 

La Iglesia siempre ha sido consciente de ello y, desde sus orígenes, ha tenido un gran interés por el arte como evento comunicativo, principalmente por las siguientes razones: la liturgia, que es comunicación con Dios y con los hombres; la enseñanza: comunicación de una doctrina, de una visión de la realidad; la meditación: comunicación con la Palabra de Dios; la imitación: «para que, conociendo a Dios visiblemente, por su amor seamos arrebatados al amor de las realidades invisibles» (Prefacio de la Misa de Navidad). 

Esto vale para todo tipo de arte: la poesía, la música, la danza, el arte figurativo, etc. La eficacia del arte es enorme y se inscribe profundamente en nuestra conciencia. 

¡El misterio de la belleza! Mientras la verdad y el bien no se han convertido en belleza, la verdad y el bien parecen permanecer de alguna manera ajenos al hombre, se le imponen desde fuera; él se adhiere a ellos, pero no los posee; le exigen una obediencia que de alguna manera lo mortifica. Cuando realmente ha alcanzado la posesión pacífica y plena de la verdad y del bien, entonces toda mortificación desaparece, todo esfuerzo desaparece; entonces todo su ser, toda su vida no son más que un testimonio, una revelación de la perfección alcanzada. Este testimonio, esta revelación es precisamente la belleza. 

El arte, en definitiva, contribuye a formarnos espiritualmente. La espiritualidad es la vida según el espíritu. El espíritu, a su vez, es una dimensión del ser humano. Por eso, todo hombre, sea ateo o creyente, tiene su expresión espiritual: basta pensar en el gran desarrollo de las ciencias y las terapias relacionadas con la psique. 

Pero en el pensamiento judeocristiano, el espíritu no es solo una dimensión humana, sino también una acción de lo divino: por eso se habla del Espíritu de Dios. Algunas filosofías y religiones proponen una visión no opuesta, sino comunional, entre la materia y el espíritu: por ejemplo, la filosofía de Aristóteles y el cristianismo. 

Es más, en el cristianismo, en virtud de la encarnación de Dios, esta relación entre el espíritu y la materia está fuertemente acentuada. Por eso, en el cristianismo, la vida según el Espíritu abarca toda la experiencia humana, es más, todo el universo. 

La espiritualidad cristiana es, por lo tanto: una mentalidad: ver la vida y el mundo bajo la acción del Espíritu de Dios, es decir, compartir la mentalidad de Jesús; un estilo de vida: compartir las opciones de Jesús; una concreción histórica: se habla, por lo tanto, de espiritualidad benedictina, franciscana, dominicana, carmelita, etc., así como de espiritualidad laical, según la experiencia real de las personas. De ello se deriva también una comunicación: se comunican los valores espirituales, es decir, todas las realidades consideradas en referencia a Jesús. 

El arte y la religión están destinadas a encontrarse. No es solo una constatación histórica, sino un dato intrínseco a estas dos experiencias, hasta en sus «cromosomas». De hecho, tanto el arte como la religión manifiestan en su estatuto la condición de alteridad: el arte es un lenguaje «otro» de la comunicación cotidiana banal; la religión es relación con una realidad que es «otra» por definición, el «Totalmente Otro, el Semper Maius». 

Esta característica lleva al arte y a la religión a encontrarse en un nivel de profundidad del ser mismo del ser humano, como búsqueda de una plenitud. 

El arte y la religión pertenecen a esa serie de acontecimientos «no necesarios». Son experiencias de gratuidad, de gracia, de don: no proponen nada nuevo en el plano utilitario, pero dan sentido a todas las cosas y revelan un camino para el hombre. 

El Jubileo de la Esperanza de 2025 es una ocasión propicia para emprender ese camino o retomarlo, si por casualidad se ha interrumpido por alguna razón: para que el arte se realice como trascendencia de la expresión y la religión como trascendencia de la realidad. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La paz… en el pleno sentido de la palabra.

La paz… en el pleno sentido de la palabra   Confieso que empiezo a sentir cierta molestia cuando, en medio de las tragedias de las guerras a...