El Papa Francisco a la luz de la Pascua
A la luz de la Pascua: murió así, como creo que Él deseaba morir, aún al servicio del ministerio, después de haber celebrado la Pascua, después de haber visto ayer a los fieles en la plaza, esos fieles entre los que quiso estar, como el pastor «que huele a oveja», y después de haber dejado al mundo palabras de paz, de fraternidad, de comunión. Palabras que en estos días de Pasión y Resurrección nos ha regalado y que volveremos a leer, con la triste y verdadera conciencia de que eran palabras de despedida y de herencia: ahora una luz diferente las ilumina, un acento diferente las anima.
Así murió el Papa Francisco; y mientras cruzaba el umbral que da a la vida eterna, en las Iglesias de su Diócesis, en las primeras Misas de la mañana, resonaban estas palabras del Evangelio: «No temáis; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán» (Mt 28, 10). Las palabras del Resucitado resuenan en las naves de las Iglesias de Roma, mientras el Papa Francisco cierra su camino terrenal, convirtiéndose en síntesis de un ministerio.
Porque aquí están el estilo, la palabra y la acción de Francisco: salir del miedo, anunciar, salir, hacia Galilea, tierra de los pueblos, más allá de las fronteras y los límites. Doce años como Papa, germinados durante tantos años como obispo y sacerdote, que la Palabra encierra y entrega a la Iglesia y al mundo. Imágenes, gestos, opciones, rupturas, caminos.
Hay un sello que a veces el Padre pone en la vida de sus siervos, llamándolos en días que son síntesis de una vida: le sucede a muchos hombres y mujeres, fieles y benditos. Volver a la casa del Padre el lunes de Pascua, en el anuncio de la resurrección, es el sello de la vida y del ministerio del Papa Francisco. Es el mensaje extremo, que resume e ilumina; es un don que el Espíritu reserva a sus amigos.
El Papa Francisco, hombre de resurrección, hombre de valor, hombre de movimientos, más allá de los límites y las fragilidades que toda persona tiene. Su herencia es enorme, y enorme es la responsabilidad a la que están llamados la Iglesia, los fieles, los hombres y mujeres de buena voluntad.
Es imposible repasar ahora doce años intensos; abundarán los análisis y las lecturas, los balances y las previsiones. Se necesitará tiempo. Sin duda, cada uno de nosotros, los que le hemos querido, llevamos en el corazón las palabras y los gestos de un Papa que ha devuelto caminos de humanidad a la fe cristiana.
Quizás el Papa Francisco nos ha hecho sentir menos solos en esta Iglesia, cuando sentíamos su peso: esto bastaría para estarle agradecidos. Quizás nos ha dado consuelo, quizás nos ha ayudado a vivir con más fidelidad el Evangelio.
La Palabra que el lunes de Pascua acompañó el repentino fallecimiento del Papa Francisco también habla de oposiciones: Él las encontró, oposiciones agresivas y maliciosas, pero este es el destino de la Palabra, precisamente, desde el día de la Encarnación, desde el día de la Resurrección.
Mientras, con tristeza, damos el último abrazo al Papa Francisco, sentimos también una inmensa gratitud por haberlo tenido como pastor, por haberlo sentido como pastor, por haber sentido en Él el eco del Espíritu, por haber devuelto la esperanza y la confianza, por haber recordado a cada paso que la misericordia de Dios es una tienda para todos, que las periferias son lugares donde Dios habla, que los corazones son lugares donde Dios habita.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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