martes, 22 de abril de 2025

Papa Francisco: misericordia y esperanza.

Papa Francisco: misericordia y esperanza 

El Papa de los gestos disruptivos. El Papa de las rupturas del protocolo. El Papa de las decisiones controvertidas. El Papa que ha sido piedra de tropiezo y espina en el costado. El Papa incomprendido por gran parte de Occidente. 

Sí, el Papa que ha invitado a la Iglesia a levantar la mirada, a confiar en el Espíritu, a navegar en mar abierto, incluso a riesgo de naufragar o hundirse, animándola a imaginar el futuro. Advirtiendo, sin embargo, que no hay futuro posible si se pierde de vista el anuncio del Evangelio, la palabra antigua y siempre nueva de Jesús, el escándalo irreductible, y para muchos incomprensible, de un Dios que hizo de los desechos la piedra angular. 

El Papa callejero, que prefería las periferias, desde Lampedusa hasta Timor Oriental, desde Bangui hasta Ulán Bator, a las grandes capitales occidentales, donde el cristianismo se ha reducido a una cuestión residual, si no arqueológica, museística, un vestigio del pasado que ya no tiene nada que decir al sofisticado hombre que lo habita. 

Primer papa latinoamericano en la historia de la Iglesia, primer papa jesuita, Jorge Mario Bergoglio, pontífice romano que eligió el nombre del Pobre de Asís, ha acompañado y presidido la Iglesia católica durante doce años, desde aquella lluviosa tarde del 13 de marzo de 2013, cuando apareció en la Logia de las Bendiciones de la Basílica Vaticana con un inédito «buenas noches», pidiendo al pueblo allí presente que rezara por Él hasta la Pascua de este año, 20 de abril de 2025, cuando se asomó desde la misma Logia, con el rostro contorsionado en una máscara de dolor y con un hilo de voz, para dar la bendición a los fieles al término del mensaje pascual Urbi et Orbi, antes de bajar a la plaza para saludarlos a bordo del papamóvil. 

El tiempo y la historia dirán lo que ha significado para la Iglesia y para el mundo este pontificado, no muy largo desde el punto de vista temporal, pero enorme por los retos lanzados y los procesos iniciados. 

Un Papa, Francisco, que se inspiró en Pablo VI, el Papa olvidado y malinterpretado que, al clausurar el Concilio Vaticano II, en 1965, hablaba de una Iglesia «samaritana», «sierva de la humanidad», que debía ser más propensa a «remedios alentadores» que a «diagnósticos deprimentes», a «mensajes de confianza» que a «presagios funestos». 

La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco —manifiesto programático del pontificado— se inspiraba mucho en la Evangelii Nuntiandi del Papa Pablo VI. «Hay cristianos que parecen tener un estilo cuaresmal sin Pascua», escribía el Papa Francisco en ese documento crucial, y un evangelizador no debe tener «cara de funeral». La invitación era, por tanto, «recuperar la frescura original del Evangelio», encontrando «nuevos caminos» y «métodos creativos» porque todos los cristianos están llamados a «salir de su comodidad», a una «nueva ‘salida’ misionera». 

El Papa que no soportaba la arrogancia de los poderosos y los ricos, y la denunciaba sin rodeos. El Papa del humor, testigo perfecto de ese «Dios de todas las cosas buenas de la tierra» invocado por San Tomás Moro en su oración. El Papa que en las meditaciones escritas para el último Vía Crucis en el Coliseo el pasado Viernes Santo habló de un «mundo hecho pedazos» y de una «Iglesia lacerada» y estigmatizó a esta humanidad, amable y deplorable, que ha construido «un mundo que funciona así: un mundo de cálculos y algoritmos, de lógicas frías e intereses implacables», un mundo eficiente pero injusto, saciado pero desesperado. Un Papa que pareció decepcionar tanto a los progresistas como a los conservadores. 

Hay cuatro imágenes de este pontificado que, más que ninguna otra, expresan su sentido más profundo. 

El Papa Francisco, el 8 de julio de 2013, en Lampedusa, en el primer viaje apostólico de su pontificado, sobre un altar improvisado construido con los restos de las embarcaciones de los migrantes, para rezar por las víctimas de las muertes en el mar y denunciar ante los ojos del mundo la vergüenza del Mediterráneo, cada vez más manchado de sangre e indiferencia. 

El Papa Francisco, el 27 de marzo de 2020, en la plaza vacía de San Pedro, implorando el fin de la pandemia y haciendo suyo el grito de los discípulos sorprendidos por la tormenta en el mar de Galilea: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». La desorientación de la humanidad azotada por el Covid se convierte, para el Papa, en una oportunidad de conversión y renovación: «Nos hemos encontrado asustados y desorientados, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios: todos llamados a remar juntos. En esta barca... estamos todos. Como aquellos discípulos, que hablan con una sola voz y en su angustia dicen: ‘Estamos perdidos’, así también nosotros nos hemos dado cuenta de que no podemos seguir adelante cada uno por su cuenta, sino solo juntos». 

El Papa Francisco, el 8 de diciembre de 2022, a los pies de la Inmaculada, en la plaza de España de Roma, rompiendo a llorar y sin poder continuar su oración: «Hubiera querido, Madre, traerte hoy el agradecimiento del pueblo ucraniano, por la paz que desde hace tiempo pedimos al Señor. En cambio, tengo que presentarte la súplica de los niños, los ancianos, los padres y las madres de esa tierra martirizada por la guerra». 

El Papa Francisco, que cada noche llama al Padre Gabriele Romanelli, párroco de la comunidad católica de la Sagrada Familia de Gaza, para llevar consuelo a quienes están bajo las bombas y mueren, incluso de hambre, por las bombas lanzadas por Israel sobre la Franja tras la masacre del 7 de octubre de 2023 a manos de Hamás. 

Cuatro imágenes, cuatro piedras de tropiezo. El Papa Francisco ha intentado responder con su misión a la pregunta, antigua y siempre nueva, de Isaías 57,1: «¿Quién se aflige por su suerte?». En su persona y en su ministerio ha tratado de encarnar aquella empatía y preocupación de San Pablo (1 Cor 11,29) que han hecho de Él un testigo creíble y un líder probado que nos ha ayudado a los demás a crecer: «¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno?». 

Parecía predicar en el desierto del odio y los conflictos que desgarran el mundo, no se ahorró esfuerzos en su misión de anunciar el Evangelio, fue una espina clavada y una piedra en el camino para muchos poderosos de este mundo que han convertido en programa político la ostentación de la ferocidad y la maldad, se mezcló con los últimos de los últimos, en las periferias extremas de la tierra, para dar valor a los desorientados y a los desanimados, consolar a los afligidos, decir una palabra de paz, romper el asedio del odio, denunciar la injusticia que impide la paz. 

Llevó a cabo hasta el final, con obstinación y abnegación, la tarea que el Buen Pastor confió al pescador judío Simón Pedro a orillas del lago de Tiberíades: «Apacienta mis ovejas». 

En una época rica en inteligencias —artificiales, computacionales, predictivas—, el Papa Francisco ha intentado relanzar el escándalo del Evangelio, que propone otro tipo de inteligencia: la de la cruz de Jesús, que no calcula, sino que ama; que no optimiza, sino que se entrega. Una inteligencia no artificial, sino relacional, basada no en la eficiencia, sino en el amor que, por su naturaleza, se entrega sin esperar recompensa ni beneficio, como escribió en su última Encíclica, Dilexit nos. 

El Papa que convocó un Jubileo extraordinario de la Misericordia en 2016 abriendo la Puerta Santa en Bangui, capital de la República Centroafricana. El Papa que, en Navidad de 2024, logró abrir la Puerta Santa del Jubileo de la Esperanza, agotado y exhausto. 

Misericordia y esperanza, de las que nos has hablado, con la elocuencia de los gestos y de las palabras, y que los algoritmos nos sugieren que no deseemos. Misericordia y esperanza, Papa Francisco, las que ahora seguirás invocando hacia este Pueblo desde tu intercesión en la Casa del Padre. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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