domingo, 4 de mayo de 2025

Una Iglesia contaminada.

Una Iglesia contaminada 

Me vienen a la mente las palabras de Johannes Kepler, cuando en sus diarios describe su dificultad, que desembocaba en la desesperación, al intentar aplicar los datos matemáticos de Tycho Brahe para describir la rotación de la Tierra alrededor del Sol. 

Y no lo conseguía, según él mismo admitía, porque en su mente tenía la idea aristotélica de la perfección, que se identificaba con la figura geométrica del círculo. 

Gracias a una intuición, tras varios años de duro trabajo, se le ocurrió una nueva figura geométrica: la elipse. A partir de ese momento, los datos matemáticos comenzaron a encajar casi a la perfección. 

Por otra parte, Thomas Khun nos decía que los paradigmas culturales no solo requieren mucho tiempo para estructurarse, sino también para cambiar y dar paso a nuevos modelos interpretativos. Recopilar los datos que nos proporciona la ciencia hoy en día, manteniéndonos abiertos a nuevas posibilidades y, sobre todo, sin considerarlos definitivos, es la actitud epistemológica fundamental para no caer en la trampa ideológica. 

El mundo en expansión que nos entrega la ciencia exige la disposición a permanecer abiertos a las novedades, a no encerrarse en estructuras ideológicas de pensamiento, como ha ocurrido y sigue ocurriendo. Abandonar las cómodas instalaciones dogmáticas del pensamiento que, con el tiempo, tienden a endurecerse, significa captar los aspectos positivos del mundo interconectado. 

Hay una primera indicación metodológica que vale la pena considerar, y es la capacidad de trabajar juntos, de poner en red las competencias. Es una indicación para la Iglesia, acostumbrada a decidir sola, a gestionar el conocimiento como algo privado, que hay que controlar como un monopolio. 

El camino sinodal iniciado por el Papa Francisco, que retoma el estilo dialógico de Jesús puesto en práctica durante el Concilio Vaticano II, se inscribe en la línea del mundo interconectado, que exige la disponibilidad a caminar juntos, a valorizar las competencias de todos, en la conciencia de que la verdad, antes de ser un contenido que hay que poseer y defender, es un don que encontramos en el camino, sobre todo cuando con humildad nos ponemos al lado de los demás en esta búsqueda. 

Por estas razones, me parece importante el concepto de “contaminación”, que debe utilizarse en el contexto teológico y eclesiológico. 

Es necesario reconocer que el Espíritu está presente en la historia y sopla donde quiere significa adoptar una actitud humilde de escucha. Solo así es posible captar el don inesperado de una verdad que viene de otra parte, que no es fruto de nuestra cultura y de nuestra elaboración conceptual. 

Este es, en mi opinión, el cambio paradigmático que la teología está llamada a realizar: no tener prisa por elaborar doctrinas cerradas, sino esperar con paciencia esos fragmentos de verdad que el Espíritu ha suscitado y está suscitando en otras culturas. 

La disponibilidad a la sorpresa de las manifestaciones del Misterio requiere atención al tiempo presente y, en esta perspectiva, el método fenomenológico puede ayudar en la investigación. Se trata, pues, de aprender a pensar la verdad no como un concepto metafísico, estructurado en dinámicas lógicas rígidas, que la hacen impermeable a cualquier contacto cultural, provocando, por ello, tensiones, incomprensiones, guerras. 

El nuevo contexto cultural, que recupera de manera positiva los datos de la ciencia, nos ayuda a pensar la verdad como un «campo» abierto a las novedades que produce un mundo en expansión, siempre dispuesto a integrar el discurso que proviene de todas las direcciones

La verdad como novedad continua que encontramos en el camino de la vida, reconocible por los significados que se encuentran en la semilla del Evangelio: amor, justicia, bien, paz.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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