El Padrenuestro, gramática de Dios
Desde siempre, los cristianos han intentado definir el contenido esencial de su fe. Jesús mismo nos lo entrega: lo hace con una oración, no con un dogma.
Enséñanos a orar, le pidieron. No para pedir cosas, sino para ser transformados. Rezar es volver a unirnos a Dios, como se une la boca a la fuente; es abrir canales por donde puede fluir el cielo; es tratar a Dios de padre, de papá enamorado de sus hijos, es llamar cerca a un Dios que sabe de abrazos, y con él custodiar las pocas cosas indispensables para vivir bien.
Pero custodiarlas como hermanos, olvidando las palabras «yo y mío», porque fuera de la gramática de Dios, fuera del Padrenuestro, nunca se dice «yo», nunca «mío», sino siempre Tú, tuyo y nuestro. Palabras que están ahí como brazos abiertos: tu Nombre, nuestro pan, Tú da, Tú perdona.
Lo primero que hay que custodiar: que Tu nombre sea santificado. El nombre contiene, en el lenguaje de la Biblia, a toda la persona: es como pedirle a Dios a Dios, pedirle que Dios nos dé a Dios. Y el nombre de Dios es amor: que el amor sea santificado en la tierra, por todos. Si hay algo santo y eterno en nosotros, es la capacidad de amar y de ser amados.
Venga tu Reino, nazca la tierra nueva como Tú la sueñas, una nueva arquitectura del mundo y de las relaciones humanas.
Danos nuestro pan de cada día. El Padrenuestro me prohíbe pedir solo para mí: el pan para mí es un hecho material, el pan para mi hermano es un hecho espiritual. Danos a todos lo que nos hace vivir, el pan y el amor, ambos necesarios, danoslos para hoy y para mañana.
Y perdona nuestros pecados, quita todo lo que envejece el corazón y lo hace pesado; danos la fuerza para soltar las amarras y zarpar cada amanecer hacia tierras intactas. Libera el futuro.
Y nosotros, que sabemos cómo el perdón potencia la vida, lo daremos a nuestros hermanos y a nosotros mismos, para volver ligeros a construir de nuevo la paz.
No nos abandones a la tentación. No te pedimos que nos eximes de la prueba, sino que no nos dejes solos para luchar contra el mal. Y sácanos de la desconfianza y el miedo; y levántanos de cada herida o caída, buen samaritano de nuestras vidas.
El Padrenuestro no solo hay que recitarlo, hay que deletrearlo cada día de nuevo, de rodillas ante la vida: en las caricias de la alegría, en los arañazos de las espinas, en el hambre de los hermanos.
Hay que tener mucha hambre de vida para rezar bien. Hambre de Dios, porque en la oración no obtengo cosas, obtengo a Dios mismo. Un Dios que no domina, sino que se involucra, que entrelaza su aliento con el mío, que mezcla sus lágrimas con las mías, que solo pide que le dejemos ser amigo.
No podíamos imaginar una aventura mejor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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