sábado, 21 de junio de 2025

¡Es el Señor! - San Lucas 10, 38-42 -.

¡Es el Señor! - San Lucas 10, 38-42 -

Sucede, sí. Me ha pasado.

 

Sucede que Dios te visita cuando menos te lo esperas.

 

Cuando estás agotado por el calor y ya no tienes esperanzas. Cuando has aguantado durante mucho tiempo, has conservado la fe, te has atrevido a creer. Y justo cuando no te queda ningún futuro, llegan las plagas bíblicas: la peste, la hambruna, la sequía, la guerra. Solo que Dios no tiene nada que ver.

 

Sucede que Dios te visita en el momento en que desearías no existir, no ser, no estar.

 

Como le sucede a Abraham.

 

Han pasado diez años desde la promesa de un descendiente. Y aventuras dignas de una novela. Pero el hijo no, no ha llegado.

 

Abraham se sienta, resignado, a la sombra de las encinas de Mambré, en la hora más calurosa del día.

 

Y cuando menos lo espera, Dios lo visita. Y le trae la noticia, por fin, de la llegada de un hijo.

 

Dios está ahí. Y te visita. Date cuenta.

 

Esto es lo que estamos llamados a contar a los muchos desanimados, enfadados y desconsolados que encontramos.

 

Como ministros a quienes Dios confía la misión de revelar a los hombres el secreto de su amorosa presencia, como escribe san Pablo.

 

Aunque cueste esfuerzo y sufrimiento.

 

Porque en este momento las personas tienen el corazón endurecido y resignado, como el de Abraham.

 

Y a los peregrinos en las encinas de Mambré, en lugar de abrirles la casa como hizo el padre Abraham, la gente, exasperada, les ordenaría que se marcharan.

 

Qué tristeza.


 

Más allá del samaritano

 

El «en cambio» del Buen Samaritano aún resuena en nuestros oídos.

 

Amar se declina a partir de quienes tenemos a nuestro lado. De quienes elegimos amar. De quienes tenemos el valor de cargar en nuestro burro. De quienes nos dan compasión (no pena). De aquellos de quienes nos hacemos cargo. De aquellos a quienes elegimos cuidar.

 

Pero para no correr el riesgo de caer en el eficientismo, de confundir la comunidad cristiana con una organización (meritoria, por supuesto) de ayuda social, para no convertirnos en los aplaudidos enfermeros de la Historia que hacen lo que la sociedad no puede (y no quiere) hacer, entonces debemos aprender a sentarnos a escuchar.

 

Como hace María, la hermana de Marta.


 

Betania

 

Dios necesita abandonar las disputas teológicas del templo, las inútiles contraposiciones de quienes se pelean en nombre del Altísimo, para encontrar una familia, un hogar, una cena.

 

Para poder ser Él mismo, reconfortado, cuidado. En Betania.

 

El nuestro es el Dios del pan, del buen aroma de la comida que se cocina, de la flor del campo puesta en el centro de la mesa para celebrar al invitado.

 

El Dios de las pequeñas cosas.

 

El Dios de los detalles que ensanchan el corazón, que lo inundan.

 

Que nos ayudan a vivir, que nos ayudan a comprender el horizonte alto y otro.

 

Me conmueve ver a Dios tejer una relación, que pide ser escuchado, que ama sentarse con sencillez alrededor de una mesa y reír y bromear.

 

Si pudiéramos, de vez en cuando, invitar a Dios y escucharlo, prepararle, como Abraham, una buena comida y yogur fresco.

 

¡Hagamos de Betania nuestra vida!

 

El Dios de Jesús es también un en cambio.

 

No es el Dios que habita en Templos fastuosos construidos por el ingenio humano, sino el Dios de los apartamentos de dos habitaciones, de los suburbios abrasados, de los pueblos que se vacían.

 

Sorprendente.



Mujeres

 

Qué sorprendente, políticamente incorrecto, excesivo es lo que ocurre en Betania.

 

Acoger al huésped era tarea del cabeza de familia. O, al menos, del varón.

 

Y en esa casa hay un varón: Lázaro, a quien conocemos bien gracias al evangelista Juan.

 

Solo había hombres sentados con las piernas cruzadas escuchando a los Rabinos en la renacida Jerusalén. Las mujeres no se consideraban aptas para leer la Torá, era mejor quemarla que entregársela a una mujer.

 

Una mujer, Marta, acoge al Maestro. Una mujer, María, lo escucha como discípula.

 

Una página tan fuerte que incluso las primeras comunidades cristianas tendrán que mitigarla de alguna manera, dejarla caer, armonizarla con el machismo imperante.

 

Jesús, en cambio, invierte esta lógica machista y, como ya hizo con su madre, propone como modelo de escucha a una mujer.


 

Escucha y acción

 

María y Marta representan las dos dimensiones de la vida interior: la oración y la acción.

 

María escucha con atención las palabras del Maestro, las memoriza, se nutre de ellas. Como muchos, aún hoy, pende de los labios del Señor, espera que él le hable a su corazón.

 

En el origen de toda fe, el corazón de toda experiencia religiosa es y sigue siendo el encuentro íntimo y misterioso con la belleza de Dios. Dios, a quien solo vislumbramos a través de la espesa niebla de nuestras limitaciones, pero del que, sin embargo, podemos tener una experiencia cristalina temporal.

 

Volvamos a poner la oración y el silencio en el centro de nuestro día, como fuente de serenidad y alegría. También durante el verano llevemos con nosotros de vacaciones el deseo de entrar en nuestra alma, tal vez sentados a escuchar las olas del mar.

 

Marta realiza la bienaventuranza de la acogida, la concreción del amor y de la hospitalidad.

 

Ella también sabe que escuchar al Maestro es el origen de todo encuentro, pero también sabe que si este encuentro no cambia la vida, queda estéril e inconcluso.

 

Marta alimenta al Cristo que María adora.

 

No existe una oración auténtica que no desemboque en el servicio.

 

Es estéril una caridad que no comienza y termina en la contemplación del misterio de Dios.

 

A Marta se le invita a no agitarse (¡no a dejar de cocinar!) y a sacar su servicio de la escucha (no de la clausura...). Marta y María son la representación de cómo debe conducirse nuestra vida de fe.

 

En mi casa trato de tener presente este lema: Hic Christus adoratur et pascitur.

 

Aquí se adora y se alimenta a Cristo.

 

Marta y María.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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