La mejor parte
Cuando Lucas escribe el tercer evangelio, sigue siendo un hombre «eclesial», que tiene un conocimiento experiencial de la vida de las comunidades cristianas, las que describirá en la segunda parte de su obra, los Hechos de los Apóstoles. En la Iglesia de entonces, como aún hoy en toda comunidad cristiana, se registraban y se registran dificultades, tensiones entre los diferentes servicios y las diferentes formas de vivir la vida cristiana.
En los
Hechos, por ejemplo, Lucas da testimonio de un conflicto entre el servicio de
la mesa y el servicio de la Palabra, que se resuelve mediante una distribución
de los servicios: a los Apóstoles les corresponde anunciar el Evangelio,
mientras que a otros siete creyentes les corresponde el servicio de la mesa
(cf. Hch 6,1-6).
Esta
solución no pretende ser ejemplar ni autoritaria para la Iglesia: fue una
solución, pero quizá podría haber habido otras... En cualquier caso, el
conflicto se resolvió reconociendo que hay un primado que hay que respetar: el
primado de la Palabra de Dios escuchada y predicada, sin la cual no hay
comunidad cristiana.
En el
pasaje de Marta y de María se manifiesta el mismo problema. Vamos a tratar de
comprender con humildad las palabras de Jesús.
En su
camino hacia Jerusalén, Jesús encuentra hospitalidad en una familia: dos
hermanas, Marta y María, y su hermano Lázaro, en Betania, cerca de la ciudad
santa, lo acogen en su casa ofreciéndole comida y alojamiento. Esto sucederá a
menudo, especialmente en la semana anterior a la pasión de Jesús (cf. Mc 11,11;
Mt 21,17; Jn 12,1-11).
El cuarto
evangelio nos da mucha información sobre estos tres amigos de Jesús, a quienes Él
amaba mucho (cf. sobre todo Jn 11,1-43). Así, Jesús, que ha sido rechazado por
los samaritanos (cf. Lc 9,51-55), encuentra una casa que lo acoge, que le
permite disfrutar de la intimidad de la amistad, descansar y tener tiempo para
pensar en su misión.
Al entrar
en la casa, es recibido por Marta, una mujer activa, emprendedora, que se
siente comprometida a prepararle la comida y una mesa digna de un rabino, de un
amigo. Marta está aquí «atareada por todas partes», ocupada y
absorta en los servicios.
María, la
otra hermana, parece en cambio una mujer más contemplativa, que durante la
estancia de Jesús en la casa ama ante todo escucharlo, ponerse a los pies del Maestro
y profeta para recibir su enseñanza. En presencia de Jesús, María asume así la
postura clásica del discípulo (cf. Lc 8,35; Hch 22,3).
La
tradición rabínica afirmaba: «Que tu casa sea un lugar de reunión para
los sabios; adhiérete al polvo de sus pies y bebe con sed sus palabras»
(Mishná, Avot I,4), pero esta tarea estaba reservada a los hombres, y
ciertamente no a las mujeres. Esto no solo habría sido inusual, sino también
escandaloso, como se lee en la Mishná: «Quien enseña la Torá a su hija es
como si le enseñara cosas inmundas» (Sotah 3,4).
María
realiza, por tanto, un gesto valiente, audaz, mostrando una fuerte subjetividad
y una profunda conciencia: se hace discípula, segura de que el rabino Jesús no
la rechazará, sino que ejercerá su ministerio dirigiéndose a una mujer como a
los hombres, aceptará tener una discípula y no solo discípulos.
Por otra
parte, Lucas ya había dado testimonio de las mujeres que seguían a Jesús (cf.
Lc 8,2-3); aquí, sin embargo, lo especifica aún más: las mujeres no solo siguen
a Jesús «sirviéndole con sus bienes», sino que son destinatarias
de su enseñanza, exactamente igual que los discípulos.
Pero aquí
aparece el conflicto. Al ver a su hermana escuchando a los pies de Jesús, Marta
interviene molesta, diciéndole: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me
haya dejado sola para servir? ¡Dile que me ayude!». Hay que prestar
atención: Marta llama a Jesús Kýrios, Señor, título
que se hace eco de la confesión pascual de la Iglesia hacia él («¡Es el
Señor!»: Jn 21,7). Por otra parte, según el cuarto evangelio, Marta es
quien hace la confesión de fe más elevada en Jesús, definiéndolo «el
Cristo, el Hijo de Dios que viene al mundo» (Jn 11,27), confesión más
completa que la de Pedro (cf. Jn 6,69).
Aquí, sin
embargo, sus palabras denotan irritación y casi obligan a Jesús a intervenir
ante su hermana María. En el fondo, Marta se está esforzando precisamente por
acoger bien a Jesús, pero su celo raya en la inquietud y la preocupación.
Aunque hace cosas por Jesús, Marta está distraída y preocupada, por lo tanto
dividida —como Jesús mismo le dice inmediatamente después—, es decir, ha
adoptado una actitud y unos sentimientos que le impiden escuchar al Kýrios.
Entonces
Jesús interviene, no para reprenderla, sino para ofrecerle un diagnóstico: «Marta,
Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas». Estas palabras deben
entenderse bien y no según un adagio que tenemos en nuestros oídos porque se
repite desde hace siglos, un adagio que beatifica la vida contemplativa y le
confiere primacía sobre la activa, fruto envenenado del neoplatonismo cristiano...
¡No!
Lo que
Jesús quiere corregir en Marta, por otra parte con dulzura, es la preocupación,
es decir, esa agitación que impide escuchar y acoger auténticamente a Jesús
mismo. Para complacer a Jesús y estar cerca de Él, Marta no se da cuenta de
que, en realidad, hace todo lo posible para crear obstáculos a la verdadera
relación con él. Para ella, los medios para alcanzar el fin son más importantes
que el fin mismo. Agitarse, preocuparse significa quitar la atención al otro y
pensar demasiado en uno mismo: nos engañamos pensando que pensamos en los
demás, pero la agitación no lo permite, más bien lo impide...
Jesús,
por otra parte, advierte en otro lugar que no hay que preocuparse por las
palabras que se dirán para defenderse cuando se es acusado por su causa (cf. Lc
12,11), que no hay que preocuparse por el alimento y el vestido (cf. Lc
12,22-29), de no dejarse llevar por la agitación de la vida, esperando la
venida del Hijo del hombre (cf. Lc 21,34-35).
Ahora
bien, al poner por escrito este episodio y las exhortaciones que he citado, es
muy probable que Lucas se inspire en lo que afirma Pablo en 1 Cor 7, cuando,
hablando de la relación con el Señor, el Apóstol exhorta a no distraerse, a no
dejarse llevar de aquí para allá (1 Cor 7,35n - Lc 10,40), ni preocupados,
divididos (1 Cor 7,32 - Lc 10,41).
¡Esta
advertencia vale tanto para Marta como para cada uno de nosotros! Que quede
claro: Jesús no condena a Marta por trabajar, por hacer algo por Él, también
porque Él amaba la mesa, se alegraba de compartir buena comida y buen vino con
sus amigos y amigas, sino que la advierte de no dejarse llevar por la ansiedad,
hasta el punto de olvidar su presencia. Ocuparse, no preocuparse; trabajar, no
agitarse; servir, no correr: ¡son actitudes humanas absolutamente necesarias
para toda «buena» acogida!
Por
último, he aquí una última palabra: «Una sola cosa es necesaria. María ha
elegido la parte buena, que no le será quitada». ¿Qué es
realmente necesario? ¿Qué es determinante en la relación con Jesús? Una sola
cosa: ser su discípulo, su discípula, escuchando su palabra. No es
casualidad que Lucas nos diga que incluso la relación maternal de María con
Jesús pasa a un segundo plano frente al vínculo decisivo con Él, constituido
por la escucha y la puesta en práctica de su palabra (cf. Lc 11,27-28). Por lo
tanto,
no es bendito el útero que
llevó a Jesús,
no es bendito quien acoge a
Jesús con una comida extraordinaria,
no es bendito quien piensa que
debe hacer muchas cosas por Jesús,
sino quien escucha su palabra
y la pone en práctica.
No
nos resulta fácil respetar esta primacía de la escucha, porque pensamos que
tenemos muchas cosas que hacer, muchos servicios que prestar, y a menudo nos
los inventamos para no escuchar las palabras de Jesús. En nosotros, de
hecho, hay rebelión contra las palabras de Jesús, hay tentación de no
escucharlas para no cumplirlas, hay tentación de preferir lo que queremos, lo
que decidimos, lo que nos protagoniza, en lugar de escuchar y obedecer. Cuando
me interrogo sobre este pasaje del Evangelio, me siento más Marta que María, y
siento vergüenza y arrepentimiento...
Pero no
olvidemos la gran novedad de esta página: una mujer se hace discípula de
Jesús, y esta es «la parte» de María que escucha, la parte buena que nunca le
será quitada, porque «su parte es el Señor» (cf. Sal 16,5). Las mujeres
no solo están llamadas, como todos los discípulos, al servicio, a la diakonía,
sino ante todo a la escucha: la oposición entre Marta y María revelada por
Jesús no es una oposición entre actividad y contemplación, sino entre no
escuchar y escuchar al Señor.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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