sábado, 21 de junio de 2025

La mejor parte.

La mejor parte

Cuando Lucas escribe el tercer evangelio, sigue siendo un hombre «eclesial», que tiene un conocimiento experiencial de la vida de las comunidades cristianas, las que describirá en la segunda parte de su obra, los Hechos de los Apóstoles. En la Iglesia de entonces, como aún hoy en toda comunidad cristiana, se registraban y se registran dificultades, tensiones entre los diferentes servicios y las diferentes formas de vivir la vida cristiana.

 

En los Hechos, por ejemplo, Lucas da testimonio de un conflicto entre el servicio de la mesa y el servicio de la Palabra, que se resuelve mediante una distribución de los servicios: a los Apóstoles les corresponde anunciar el Evangelio, mientras que a otros siete creyentes les corresponde el servicio de la mesa (cf. Hch 6,1-6).

 

Esta solución no pretende ser ejemplar ni autoritaria para la Iglesia: fue una solución, pero quizá podría haber habido otras... En cualquier caso, el conflicto se resolvió reconociendo que hay un primado que hay que respetar: el primado de la Palabra de Dios escuchada y predicada, sin la cual no hay comunidad cristiana.

 

En el pasaje de Marta y de María se manifiesta el mismo problema. Vamos a tratar de comprender con humildad las palabras de Jesús.


 

En su camino hacia Jerusalén, Jesús encuentra hospitalidad en una familia: dos hermanas, Marta y María, y su hermano Lázaro, en Betania, cerca de la ciudad santa, lo acogen en su casa ofreciéndole comida y alojamiento. Esto sucederá a menudo, especialmente en la semana anterior a la pasión de Jesús (cf. Mc 11,11; Mt 21,17; Jn 12,1-11).

 

El cuarto evangelio nos da mucha información sobre estos tres amigos de Jesús, a quienes Él amaba mucho (cf. sobre todo Jn 11,1-43). Así, Jesús, que ha sido rechazado por los samaritanos (cf. Lc 9,51-55), encuentra una casa que lo acoge, que le permite disfrutar de la intimidad de la amistad, descansar y tener tiempo para pensar en su misión.

 

Al entrar en la casa, es recibido por Marta, una mujer activa, emprendedora, que se siente comprometida a prepararle la comida y una mesa digna de un rabino, de un amigo. Marta está aquí «atareada por todas partes», ocupada y absorta en los servicios.

 

María, la otra hermana, parece en cambio una mujer más contemplativa, que durante la estancia de Jesús en la casa ama ante todo escucharlo, ponerse a los pies del Maestro y profeta para recibir su enseñanza. En presencia de Jesús, María asume así la postura clásica del discípulo (cf. Lc 8,35; Hch 22,3).

 

La tradición rabínica afirmaba: «Que tu casa sea un lugar de reunión para los sabios; adhiérete al polvo de sus pies y bebe con sed sus palabras» (Mishná, Avot I,4), pero esta tarea estaba reservada a los hombres, y ciertamente no a las mujeres. Esto no solo habría sido inusual, sino también escandaloso, como se lee en la Mishná: «Quien enseña la Torá a su hija es como si le enseñara cosas inmundas» (Sotah 3,4).

 

María realiza, por tanto, un gesto valiente, audaz, mostrando una fuerte subjetividad y una profunda conciencia: se hace discípula, segura de que el rabino Jesús no la rechazará, sino que ejercerá su ministerio dirigiéndose a una mujer como a los hombres, aceptará tener una discípula y no solo discípulos.

 

Por otra parte, Lucas ya había dado testimonio de las mujeres que seguían a Jesús (cf. Lc 8,2-3); aquí, sin embargo, lo especifica aún más: las mujeres no solo siguen a Jesús «sirviéndole con sus bienes», sino que son destinatarias de su enseñanza, exactamente igual que los discípulos.

 

Pero aquí aparece el conflicto. Al ver a su hermana escuchando a los pies de Jesús, Marta interviene molesta, diciéndole: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? ¡Dile que me ayude!». Hay que prestar atención: Marta llama a Jesús Kýrios, Señor, título que se hace eco de la confesión pascual de la Iglesia hacia él («¡Es el Señor!»: Jn 21,7). Por otra parte, según el cuarto evangelio, Marta es quien hace la confesión de fe más elevada en Jesús, definiéndolo «el Cristo, el Hijo de Dios que viene al mundo» (Jn 11,27), confesión más completa que la de Pedro (cf. Jn 6,69).

 

Aquí, sin embargo, sus palabras denotan irritación y casi obligan a Jesús a intervenir ante su hermana María. En el fondo, Marta se está esforzando precisamente por acoger bien a Jesús, pero su celo raya en la inquietud y la preocupación. Aunque hace cosas por Jesús, Marta está distraída y preocupada, por lo tanto dividida —como Jesús mismo le dice inmediatamente después—, es decir, ha adoptado una actitud y unos sentimientos que le impiden escuchar al Kýrios.

 

Entonces Jesús interviene, no para reprenderla, sino para ofrecerle un diagnóstico: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas». Estas palabras deben entenderse bien y no según un adagio que tenemos en nuestros oídos porque se repite desde hace siglos, un adagio que beatifica la vida contemplativa y le confiere primacía sobre la activa, fruto envenenado del neoplatonismo cristiano... ¡No!


 

Lo que Jesús quiere corregir en Marta, por otra parte con dulzura, es la preocupación, es decir, esa agitación que impide escuchar y acoger auténticamente a Jesús mismo. Para complacer a Jesús y estar cerca de Él, Marta no se da cuenta de que, en realidad, hace todo lo posible para crear obstáculos a la verdadera relación con él. Para ella, los medios para alcanzar el fin son más importantes que el fin mismo. Agitarse, preocuparse significa quitar la atención al otro y pensar demasiado en uno mismo: nos engañamos pensando que pensamos en los demás, pero la agitación no lo permite, más bien lo impide...

 

Jesús, por otra parte, advierte en otro lugar que no hay que preocuparse por las palabras que se dirán para defenderse cuando se es acusado por su causa (cf. Lc 12,11), que no hay que preocuparse por el alimento y el vestido (cf. Lc 12,22-29), de no dejarse llevar por la agitación de la vida, esperando la venida del Hijo del hombre (cf. Lc 21,34-35).

 

Ahora bien, al poner por escrito este episodio y las exhortaciones que he citado, es muy probable que Lucas se inspire en lo que afirma Pablo en 1 Cor 7, cuando, hablando de la relación con el Señor, el Apóstol exhorta a no distraerse, a no dejarse llevar de aquí para allá (1 Cor 7,35n - Lc 10,40), ni preocupados, divididos (1 Cor 7,32 - Lc 10,41).

 

¡Esta advertencia vale tanto para Marta como para cada uno de nosotros! Que quede claro: Jesús no condena a Marta por trabajar, por hacer algo por Él, también porque Él amaba la mesa, se alegraba de compartir buena comida y buen vino con sus amigos y amigas, sino que la advierte de no dejarse llevar por la ansiedad, hasta el punto de olvidar su presencia. Ocuparse, no preocuparse; trabajar, no agitarse; servir, no correr: ¡son actitudes humanas absolutamente necesarias para toda «buena» acogida!

 

Por último, he aquí una última palabra: «Una sola cosa es necesaria. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». ¿Qué es realmente necesario? ¿Qué es determinante en la relación con Jesús? Una sola cosa: ser su discípulo, su discípula, escuchando su palabra. No es casualidad que Lucas nos diga que incluso la relación maternal de María con Jesús pasa a un segundo plano frente al vínculo decisivo con Él, constituido por la escucha y la puesta en práctica de su palabra (cf. Lc 11,27-28). Por lo tanto,

 

no es bendito el útero que llevó a Jesús,

no es bendito quien acoge a Jesús con una comida extraordinaria,

no es bendito quien piensa que debe hacer muchas cosas por Jesús,

sino quien escucha su palabra y la pone en práctica.

 


No nos resulta fácil respetar esta primacía de la escucha, porque pensamos que tenemos muchas cosas que hacer, muchos servicios que prestar, y a menudo nos los inventamos para no escuchar las palabras de Jesús. En nosotros, de hecho, hay rebelión contra las palabras de Jesús, hay tentación de no escucharlas para no cumplirlas, hay tentación de preferir lo que queremos, lo que decidimos, lo que nos protagoniza, en lugar de escuchar y obedecer. Cuando me interrogo sobre este pasaje del Evangelio, me siento más Marta que María, y siento vergüenza y arrepentimiento...

 

Pero no olvidemos la gran novedad de esta página: una mujer se hace discípula de Jesús, y esta es «la parte» de María que escucha, la parte buena que nunca le será quitada, porque «su parte es el Señor» (cf. Sal 16,5). Las mujeres no solo están llamadas, como todos los discípulos, al servicio, a la diakonía, sino ante todo a la escucha: la oposición entre Marta y María revelada por Jesús no es una oposición entre actividad y contemplación, sino entre no escuchar y escuchar al Señor.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

 


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