Las dos caras de un mismo amor
Pasar de la angustia por lo que tengo que hacer por Él al asombro por lo que Él hace por mí: este es el itinerario de las dos hermanas de Betania, símbolo de todo creyente. Pasar de Dios como deber a Dios como deseo.
María,
que conoce bien a Jesús, aún sabe escucharlo con asombro; aún sabe dejarse
encantar, como si fuera la primera vez. Todos conocemos el milagro de la
primera vez. Luego, nos acostumbramos.
La
eternidad, en cambio, es no acostumbrarse, es el milagro de la primera vez que
se repite siempre: el milagro de María de Betania, sentada una vez más a los
pies de Jesús para beber sus palabras, sus silencios y sus ojos.
Porque
Jesús, amante de la amistad, no busca servidores, sino amigos; no busca
personas que hagan cosas por Él, sino personas que le dejen hacer grandes
cosas, como María de Nazaret: «El Todopoderoso ha hecho grandes cosas en
mí». El centro de toda la fe es lo que Dios hace por mí, no lo que yo
hago por Dios.
María
eligió la parte buena, es decir, comenzó por el lado correcto, el
camino que tiene su origen en el corazón a corazón con Dios, en el tú a tú, en
el cara a cara. María está sentada a los pies de Jesús: el amigo pide cercanía.
El primer
servicio que hay que rendir al amigo —amigo es un nombre de Dios— es
escucharlo, estar cerca. La primera oración es la contemplación, no tanto
mirarlo a Él, sino dejarse mirar por Él. Y luego leemos en esa mirada. Y luego
nos asomamos al océano interior de esos ojos. Una especie de contagio te invade
cuando estás cerca de un hombre como Jesús, algo aún más importante que el «hacer»,
es el «por qué hacer», y las razones últimas de la vida y el
corazón encendido.
Marta,
Marta, te preocupas por muchas cosas. Jesús no contradice el servicio,
sino la preocupación; no el deseo, sino la dispersión de los deseos: solo una
cosa es necesaria. Y no dice cuál es. Pero sentarnos a los pies de Cristo nos
convierte en peregrinos de lo esencial, centinelas que vigilan entre lo
superfluo y lo necesario, entre lo efímero y lo eterno.
¿Cuál
es la única cosa necesaria? No vivir sin misterio, no vivir sin relaciones
amorosas. No hay infinito en la tierra fuera de las relaciones humanas. No hay
absoluto, lejos del amor.
Marta y
María no se oponen, sus actitudes son complementarias. Marta no puede
prescindir de María, porque nuestro servicio tiene una fuente, la única que
engrandece el corazón. María no puede prescindir de Marta, porque no hay amor
de Dios que no deba traducirse en gestos concretos.
La
amiga y la sierva son dos formas de amar, ambas necesarias, los dos polos de un
único mandamiento: amarás al Señor tu Dios y amarás a tu prójimo; de una única
bienaventuranza: bienaventurados los que escuchan la Palabra, bienaventurados
los que la ponen en práctica.
Yo soy
Marta, yo soy María; dentro de mí, las dos hermanas se dan la mano, y cuando
nada separe al hombre de Dios, entonces nada separará al hombre del servicio al
hombre.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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