Escuchar, primer servicio a Dios
Un Maestro entra en la casa de dos mujeres, soberanamente libre de ir adonde le lleve el corazón. Libre de hablar con las mujeres, las excluidas, como con los Apóstoles, siguiendo el camino trazado por primera vez por el ángel de la Anunciación: revelar a las mujeres los secretos más recónditos del Señor.
Jesús
tiene un destino, Jerusalén, pero nunca sigue recto, nunca «pasa de largo»
cuando encuentra a alguien. Para Él, como para el Buen Samaritano, cada
encuentro se convierte en un destino.
María,
sentada a los pies del Señor, escucha su palabra. El primer servicio
que hay que rendir a Dios —y a todos— es la escucha. Dar un poco de tiempo y un
poco de corazón; es desde la escucha que comienza la relación. Entonces, una
especie de contagio te invade cuando estás cerca de alguien como Él, un contagio
de luz cuando estás cerca de la luz.
Me gusta
imaginar a estos dos totalmente absortos el uno en el otro, Él dándose, ella
recibiéndolo. Y los siento a los dos felices, Él por haber encontrado un nido y
un corazón que le escucha, ella por tener un rabí solo para ella, para ella que
es mujer, a quien nadie enseña. Él totalmente suyo, ella totalmente suya.
Marta,
Marta, te preocupas y te agitas por demasiadas cosas. Jesús,
afectuosamente, repite el nombre, no contradice el servicio, sino el afán, no
cuestiona el corazón generoso de Marta, sino la agitación.
A todos
repite: cuidado con el exceso que acecha, con el exceso que puede surgir y
engullirte, el exceso de trabajo, los excesos de deseos, el exceso de prisas,
primero la persona y luego las cosas.
Siéntate
a los pies de Cristo y aprende lo más importante: distinguir entre lo superfluo
y lo necesario, entre lo ilusorio y lo permanente, entre lo efímero y lo
eterno. Dice Jesús: no te preocupes por nada que no sea tu esencia eterna.
Jesús no
soporta que Marta se empobrezca en un papel de servicio, que se pierda en las
demasiadas tareas domésticas: Tú, le dice Jesús, eres mucho más. Tú no eres las
cosas que haces; tú puedes estar conmigo en una relación diferente, compartir
no solo servicios, sino pensamientos, sueños, emociones, sabiduría,
conocimiento.
Porque
Jesús no busca siervos, sino amigos, no personas que hagan cosas por Él, sino
gente que le deje hacer cosas dentro de sí, como Santa María: «El
Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí».
El centro
de la fe no es lo que yo hago por Dios, sino lo que Dios hace por mí. En mí,
las dos hermanas se dan la mano. Con ellas pasaré de un Dios sentido como afán,
que es Marta, a un Dios sentido como asombro, que es María. Aprenderé a
pasar de un Dios sentido como deber a un Dios sentido como deseo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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