viernes, 20 de junio de 2025

Yo os envío - San Lucas 10, 1-12.17-20 -.

Yo os envío - San Lucas 10, 1-12.17-20 - 

Del miedo al Covid al miedo a la vacuna, del miedo a la crisis económica al miedo a la guerra. Desde hace años, nos alimentamos de miedos. 

La crisis económica, cultural y civilizatoria que estamos viviendo pone de relieve algunas cosas que quizá aún no estaban tan claras. 

El momento es bastante delicado, los nudos se están deshaciendo. También para la Iglesia. Nuestra Iglesia. 

Respiramos cristianismo desde que venimos al mundo, estamos inmersos en testimonios artísticos que remiten continuamente al Evangelio, ¡nos importan tanto nuestras fiestas cristianas! 

Todo eso es cierto. 

Más o menos. 

Pero vivir en una sociedad en la que las referencias histórico-culturales siguen remitiendo al Evangelio no significa ser discípulos de aquel Nazareno que se profesaba Maestro y Señor. Y, al final, esto se ha hecho evidente. 

Ciertamente, hay amplias zonas del país en las que las parroquias reúnen a mucha gente y se respira una religiosidad popular fuerte y arraigada. Pero, en cuanto se tocan las cuestiones verdaderas del Evangelio, se produce una huida generalizada. 

Nos descubrimos egoístas, victimistas, racistas, rabiosos. 

Como escribió hace tiempo el Cardenal Ravasi: es el pensamiento cristiano el que está en minoría, no el cristianismo. No es el cristianismo el que está en crisis, sino la forma histórica que ha adoptado en Occidente y que tiene dificultades para hablar de Dios. 

He aquí, pues, la pregunta incómoda: ¿sigue existiendo la Iglesia? ¿Quién es la Iglesia? ¿Qué identifica a los discípulos? 

El gran Lucas nos ayuda en este camino, poniendo de relieve las necesidades del discípulo. 

Desde el punto de vista de Jesús, no desde el nuestro. 

Otra historia 

Israel creía que el mundo estaba compuesto por setenta y dos naciones: cada año, en el Templo de Jerusalén, se sacrificaban setenta bueyes para la conversión de las naciones paganas. 

Jesús envía a todo el mundo, a las setenta y dos naciones, a sus discípulos. 

Jesús no se limita a rezar por su conversión. No se lamenta del rumbo que está tomando la historia, del mal giro de los acontecimientos. Actúa: envía discípulos creíbles para proponer a todos un cambio de vida. 

Sin duda, es otra historia. 

Y es interesante notar un matiz en algunas nuevas traducciones litúrgicas del texto: no se habla de pocos obreros, sino de pocos que trabajan. 

Hay muchos obreros, demasiados: presbíteros, religiosas, religiosos, catequistas, laicos comprometidos. Pero ¿cuántos de nosotros, en realidad, tenemos ese fuego que arde dentro por el deseo de anunciar a Cristo? ¿De vivirlo? ¿De hacerlo presente y accesible? ¿Cuántos de nosotros (yo el primero, que soy el primero de los ignorantes) hemos hecho de las palabras del Evangelio nuestro estilo de vida, de modo que seamos creíbles y se nos crea? 

Aunque estuviéramos repletos de presbíteros, religiosos y laicos comprometidos, pero no tuviéramos a nadie que trabajara, no cambiaría mucho... Si, al final, no logramos comunicar el amor que hemos descubierto (que estamos buscando, que nos habita, que nos fascina), nos convertimos solo en funcionarios de lo sagrado. 

Anunciar, pues. Y eso es difícil. 

Hablar de Jesús a los cristianos, ¡terrible! Ya lo saben todo. 

Pero se puede hacer. 

Estilo 

Los discípulos son enviados de dos en dos, precediendo al Señor. 

No debemos convertir a nadie: es Dios quien convierte, es Él quien habita en los corazones. 

A nosotros solo nos corresponde preparar el camino. 

Somos enviados en pareja: el anuncio no es una actitud carismática de algún gurú, sino una dimensión de comunidad que se construye, un esfuerzo por estar juntos. 

Y nos pide que recemos: no para convencer a Dios de que envíe obreros (¡eso es precisamente lo que Él quiere!), sino para convencernos a nosotros, los discípulos, de que nos convirtamos finalmente en evangelizadores. 

El anuncio se fecunda con la oración: ¿por qué no convertirnos en terroristas silenciosos del bien, sembrando bendiciones y oraciones secretas allí donde trabajamos? 

¿Confiar en el Señor, en lugar de juzgar? 

El Señor nos pide que vayamos sin muchos medios, utilizando los instrumentos siempre y solo como instrumentos, yendo a lo esencial. Lo sé, amigas catequistas: el curso de natación o la semana blanca son mil veces más atractivos que vuestra hora de catequesis. Pero vosotras tenéis algo que no se le pide a ningún entrenador: el amor hacia vuestros chicos. 

Y nos advierte: «Somos ovejas en medio de lobos», ¡y cuán proféticas se están volviendo estas palabras en nuestro mundo impregnado de ira! Siempre y cuando no nos convirtamos también nosotros en lobitos esperando que los lobos se conviertan. 

El Señor nos pide que llevemos la paz, que seamos personas tolerantes, pacificadas. Nadie puede llevar a Dios con la soberbia y la fuerza, la arrogancia del anuncio nos aleja de Dios de manera definitiva. 

Por último, el Señor nos pide que permanezcamos, que moremos, que compartamos con autenticidad. 

No somos diferentes, no estamos aparte: el cansancio, la ansiedad, las dudas, las alegrías y las esperanzas de nuestros hermanos son de manera precisa las nuestras, exactamente las nuestras. 

¡Alegraos! 

Es agotador. Es fatigante, lo sabemos. 

También lo sabe Pablo, que, a pesar de convertir la cuenca del Mediterráneo, siente todas las limitaciones de su carácter. También lo sabe Pablo, que nos aclara que el problema no son las reglas (en su caso, la circuncisión), sino ser una nueva criatura. Y nosotros, la Iglesia, por desgracia, somos percibidos como los garantes de las reglas. 

Como Isaías, estamos llamados a animar a los exiliados que regresan de Babilonia, a volar alto, a soñar en grande, a construir el sueño de Dios que es la Iglesia. Y paciencia por los resultados que faltan: la nuestra es una época de profecía. Es tiempo de sembrar, no de cosechar. 

Entonces podremos experimentar verdaderamente la alegría del anuncio, la alegría de ver que Dios, ¡de verdad!, pasa a través de nuestras pequeñas y balbuceantes palabras, ver que la Palabra se viste con nuestras pequeñas reflexiones. 

¡Qué alegría sentimos al ver a otros compartir nuestra misma fe! 

Si doce hombres de Galilea incendiaron el mundo con su amor, ¿qué podemos hacer nosotros? 

Dejemos de quedarnos estancados en la rutina, superemos los miedos del mundo, no valoremos los resultados como una empresa sagrada: alegrémonos, amigos, nuestros nombres están escritos en los cielos, Dios ya llena nuestros corazones y nos confía el Reino. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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