La tentación del populismo también en la Iglesia
El populismo es una realidad transversal presente en la política y la sociedad contemporáneas. Y uno sospecha que hasta también en la Iglesia, que está formada también por hombres de nuestro tiempo con sus fragilidades, quizá estamos asistiendo a un debilitamiento en esta dirección populista.
Y me detengo a considerar algunos de los principales aspectos que caracterizan el fenómeno.
El primer elemento son los líderes carismáticos que se ponen en contacto directo con la gente de cuyas necesidades y sentimientos se presentan como auténticos intérpretes. Lamentablemente esto es una realidad y precisamente para evitar que se repitan casos dolorosos de “líderes carismáticos” el Papa en 2021 impuso un límite de 10 años al mandato de gobierno de las asociaciones laicales.
¿Qué decir entonces de ciertos abusos en materia litúrgica que son más propios para exaltar la figura del celebrante, como líder carismático, que la del pueblo cristiano reunido en torno al altar?
Pero no es sólo esto, es también una actitud, un modo de presentarse: de hecho una dosis de populismo se nota también en el modo, sobre todo por parte de los medios de comunicación, de presentar al Papa, o al menos a algunos de sus intervenciones o acciones, subrayando los aspectos que impactan las emociones, resaltar el contacto directo con las personas, por ejemplo exaltando acciones dirigidas a los individuos que resalten la capacidad de hacer propio el dolor o la angustia de las personas.
Me llamó la atención la regularidad con la que los periódicos informan de llamadas telefónicas del Papa a personas en gran dificultad (duelo, enfermedad, etc.); de hecho, en 2016 se publicó un libro sobre ello poniendo de relieve estos aspectos. ¿Quizás estos gestos no requieran una delicada discreción, lejos de los focos? Y además, como a menudo se trata con personas de fuera de la Diócesis de Roma, ¿no se termina “pasando por alto” o más bien “puenteando”, “borrando”,…, al Obispo local, por no hablar del párroco?
Un segundo elemento es la referencia a temas que tocan las emociones, quizás amplificando casos lastimosos o que suscitan indignación: esto se puede ver en ciertas posiciones rígidas sobre el tema de la eutanasia (sería mejor decir “fin de la vida”). O cuando se propone un buenismo excesivamente indulgente, que en realidad termina por disminuir la responsabilidad por el mal, hasta transformarse en condescendencia.
Desgraciadamente, existe también una pobreza culpable, como una soledad culpable: seguramente habrá excepciones, pero existen y no podemos categorizar las situaciones quitando a los individuos la responsabilidad de sus propias acciones o de sus propias elecciones de vida.
Un tercer elemento son las soluciones simplistas e inmediatas, a menudo drásticas, incluso para problemas complejos.
En el debate sobre el ecumenismo se adoptan a menudo posiciones superficiales, sensacionalistas, dominadas por la idea del "buenismo" que fácilmente suscitan entusiasmo pero no captan la complejidad y delicadeza del alcance de la cuestión teológica de los temas y, sobre todo, de la difícil, humilde, necesaria colaboración entre confesiones en la búsqueda de la verdad.
Un argumento similar se puede encontrar en el debate sobre el diaconado femenino. También aquí leemos intervenciones a favor de cuestiones que se basan esencialmente en la evolución de la sociedad, en el papel de la mujer en la modernidad (particularmente europea, occidental,…) o en los principios de igualdad y no discriminación de los que se acusa a la Iglesia de estar ausente. El carácter “obvio” de algunas de estas observaciones no nos permite abordar adecuadamente la compleja cuestión de la naturaleza del Sacramento del Orden, así como de su significado y de la importancia de la Tradición, pero también de sus implicaciones para el diálogo ecuménico.
El diaconado femenino es bienvenido, pero sólo si se construye sobre argumentos sólidos y compartidos (y aquí hay que tener cuidado de no utilizar el "truco" desenmascarado por la psicología más elemental según el cual a menudo primero se decide y luego se encuentra la motivación).
Un cuarto elemento puede ser que a los populistas les encantan las posiciones demagógicas para complacer y cautivar las expectativas del pueblo, sin importar cualquier evaluación sobre su viabilidad concreta. De hecho, una cosa es alzar la voz en general por el derecho a la vivienda, y otra cosa es, por ejemplo, constituir un Fondo para sostener iniciativas específicas: ofrecer garantías a los particulares para adquirir apartamentos a precios controlados, contribuciones a los gastos de las familias en dificultades, etc.
Un quinto elemento que se puede mencionar es que los populistas se caracterizan por actitudes de oposición a las élites del “poder”, ya sean políticas, económicas, científicas o de otro tipo. No es raro que se observen posiciones hostiles hacia el "Vaticano", la "Curia Romana", la "Jerarquía", así como hacia grupos etiquetados como "Tradicionalistas" o "Progresistas" que se dice que son culpables de traicionar el mensaje evangélico, para perseguir objetivos mundanos, de poder, y por tanto combatibles si no eliminados, metiendo a todos en el mismo saco, negándose a captar la complejidad de la realidad y demostrando sobre todo una incapacidad de diálogo y de comparación.
Por estas características, por su negativa a elaborar posiciones complejas, articuladas, que no tengan un impacto inmediato en el público más amplio y sobre todo no sean mediadas y de largo plazo (piénsese en la frecuencia en los titulares de términos como "basta" e “inmediatamente””), los movimientos populistas, incluso dentro de la Iglesia, tienden a inclinarse hacia posiciones extremas, tanto de derecha como de izquierda.
Finalmente me pregunto: ¿ciertas formas de populismo de la Iglesia no se remontan quizás a las tentaciones de Jesús en el desierto?
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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