domingo, 30 de marzo de 2025

¡A las armas!

¡A las armas! 

Desde hace algún tiempo vengo leyendo las posiciones de nuestros queridos amigos sobre el problema de la guerra y la paz, con todo lo que ello conlleva. Hoy en día, en particular, se plantea la cuestión del rearme de Europa o, mejor dicho, de los Estados europeos. Uno, que no es político ni tampoco experto en análisis políticos, se encuentra ante algunas opiniones y posiciones que, por lo menos, me dejan perplejo. 

El rearme no es la única defensa 

¿Estamos seguros de que la defensa es equivalente al rearme? Por supuesto: el de von der Leyden es un auténtico rearme, en el que Alemania invierte 500.000 millones. Pero el rearme no es la única defensa. ¿Y no es típico de la historia de Europa que repudia la guerra no sólo por principios constitucionales, sino también por sentimientos culturales y antropológicos: quién en Europa hoy está dispuesto a hacer la guerra de primera mano, y no a través de un tercero? Y esto no ocurre sólo en algún espíritu pacifista cobarde que no quiere el martirio: ya hemos visto que muchos ávidos belicistas occidentales quieren armarse, sí, pero… hacer que otros se vayan a la guerra. 

Pero también se debe a una conciencia más madura que considera la guerra una vana inhumanidad, que no resuelve nada. La defensa de Europa como entidad querida por los fundadores después de la guerra, tenía como objetivo principal crear intercambios entre los pueblos a través del conocimiento, la cultura y el comercio, con tantos espacios políticos como fuera posible. Es otra manera de traer a la reflexión aquella sugerente imagen del “poliedro” del Papa Francisco. 

En resumen, en primer lugar, pienso en una defensa basada en la convivencia activa, la razón y la cultura. Mientras que la defensa de von der Leyden se centra en la disuasión, ésta se centraría en la amistad de los pueblos. Es esto lo que, al desmoronar una mentalidad belicista desde dentro, ha provocado la caída de los bloques opositores. No fue entonces ni será ahora la disuasión la única respuesta. Porque utilizar la disuasión es como amenazar con aumentar las penas para frenar el crimen. 

La disuasión mediante la fuerza de las armas es ineficaz e imposible 

Por tanto, una defensa basada en la disuasión armada, es decir, la defensa de von der Leyden, es ineficaz e incluso imposible. 

Porque se necesitan décadas antes de que Europa (¿la Europa de los mil estados nacionales? ¿Y quién es Europa?) alcance una competitividad militar capaz de disuadir a los países que ya la han alcanzado, y de forma gradual, en un momento en que la disuasión aún podía mantenerse bajo control. La disuasión significaría saltarse los escalones e ir directamente a una disuasión que, si quiere ser tal, debe ser totalmente aniquiladora. 

Porque todo el mundo destaca la dificultad, incluso técnica, que raya en la imposibilidad, de coordinar las defensas de una Europa tan dividida y desequilibrada políticamente: esto mina fundamentalmente la capacidad de disuasión. 

Porque sólo un loco hoy podría querer conquistar el mundo por la fuerza a riesgo de quedarse en el desierto o perecer con el mundo. Pero precisamente porque sería un loco, no se dejaría disuadir por ninguna arma opuesta. 

Una pequeña disuasión, la única posible hoy en Europa, sólo produciría demostraciones de fuerza por parte de determinados Estados que obstaculizarían decisiones comunitarias impopulares entre algunos pequeños poseedores de una disuasión menor, favoreciendo una mayor escalada del desacuerdo europeo. ¿O nos sentimos tan seguros si Alemania, Polonia y Hungría (por nombrar sólo algunos) tienen armas nucleares? Es mejor entonces insertarnos en un sistema defensivo que ya existe y está acostumbrado a la responsabilidad del riesgo global, para abrirlo cada vez más a la relación, haciéndolo cada vez más cultural y cada vez menos dependiente de las armas; una OTAN que se convierte cada vez más en la ONU; una Europa cada vez más multilateral y cada vez menos vasalla. 

Si no se crea una hermandad humana mediante el diálogo, la disuasión sólo bloqueará la guerra hasta que una potencia crea que es tan superior que puede ignorarla. Y cuando crea haber superado al otro, tendrá la tentación de explotar la ventaja y en todo caso de no estar sujeto a una solidaridad común. 

Armas y necesidades humanas 

Decir que la defensa mediante el rearme desperdicia recursos que podrían usarse para servir a la humanidad no es un argumento que pueda descartarse fácilmente como demagógico. El desperdicio de recursos en aras del uso de la fuerza cambia las prioridades de las necesidades humanas; discrimina entre los seres humanos en función de cuánto pueden, no de cuánto necesitan; los hace más sospechosos y conflictivos. Crea un espíritu de venganza y fomenta la búsqueda del bienestar a través del acoso. 

Tomando en serio al Papa Francisco 

Por último, me asombra que se omita, casi por principio, la debida referencia al magisterio del Papa Francisco, que no pierde ocasión de sostener que la carrera armamentista es causa y no efecto de las guerras. Se publica al margen sin compararlo con la carrera armamentística de la defensa. Como si fuera compatible u otra cosa. Pero, ¿el Papa está hablando de otra cosa? ¿O es que no se está ocupando del «caso grave»? 

Parece que queremos descartar su pensamiento porque estamos a cargo de una mediación política que un Papa, y además enfermo, no puede permitirse. Se diría que algunos piensan que el Papa tiene que decir eso que dice… ¿Queremos al menos tomarlo en serio en sus implicaciones históricas? ¿Se puede tratar de comprender el significado de lo que está diciendo? Recordemos que en el asunto de las armas, los papas de estos dos últimos siglos, aunque tan diferentes teológica y cultural y antropológicamente, han pensado lo mismo. Eso debe significar algo; ¿o no? 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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