Comentario a la lectura evangélica (Lucas 4, 1-13)
Comienza la Cuaresma.
Comienza ayudándonos a descubrir que somos frágiles, indefensos, enfermos.
Todo tiene un fuerte impacto en nuestras decisiones, nuestros sueños, nuestra vida social.
Todos estamos exhaustos, cansados, impacientes.
Aturdidos y confusos, como si nos quitaran demasiado.
Entonces, honestamente: ¿para qué necesitamos la Cuaresma? ¿Hacer sacrificios, mortificaciones? ¿No hacemos ya suficiente?
Sí, por supuesto, absolutamente.
Pero lo necesitamos aquí, ahora, para dejar atrás el caos, para encontrar un horizonte en este desierto. Para recuperar nuestra alma.
Necesitamos urgentemente establecer algunos objetivos. Establecer límites. Mirar hacia arriba para ver si estamos siguiendo el camino que queríamos tomar, aquel que, de alguna manera, nos lleva hacia la felicidad.
Porque la peor tentación es dejar de vivir. Por miedo a morir.
Tentaciones
Bromeamos sobre las tentaciones. Se trivializan incluso entre nosotros los cristianos. Nos fijamos en el exceso.
Sexo, dinero, malas palabras, blasfemias…
Y en esta época en que vemos al diablo en todas partes, o casi, y al menos le echamos la culpa, corremos el riesgo de no ver lo obvio. Hay una manera de vivir que nos aniquila, que nos barre, que nos aleja de nosotros mismos y de Dios.
Cuando ponemos las cosas, el pan, en el centro de nuestra vida, de nuestras elecciones. Y no hablo de las legítimas aspiraciones de vivir en paz, sino de la ilusión de poder tener todo bajo control. ¿Cuánto dinero necesitamos para estar cómodos? ¿Y qué tamaño debe tener nuestra casa? ¿Es importante nuestro trabajo?
Todo puede convertirse en ídolo, reemplazar a Dios. Convertirse en Dios.
Cosas, sí, pero también el juicio de los demás, la fama, los likes,... Es que no sólo de pan vive el hombre. Y la riqueza promete lo que no puede ofrecer: felicidad. ¡Cuidado, dice la Palabra hoy, sacudíos la ilusión de que las cosas resuelven los problemas!
Cuando la codicia nos empuja a hacer cualquier cosa para ser visibles, importantes, halagados. Así que trato de aparecer como a los demás les gustaría, elijo cuidadosamente las fotos que publico, no importa quién soy realmente, lo que importa es lo que creo que agrada a los demás, lo que me puede hacer importante, lo que me puede dar poder. Sueño con ser como esos personajes (¿?) que venderían su alma para que la gente hable de ellos. Y así sucede. Convirtiéndose, de hecho, en servidores de la parte oscura, ambigua y comprometida de la realidad.
Cuando
la fe se convierte en manipulación, cuando la búsqueda de milagros se convierte
en obsesión, cuando incluso Dios se convierte en mi sirviente. Entonces mezclo
todo, hago una gran mezcolanza: alma, vírgenes, apariciones, ángeles, energías…
Luego Dios, las divinidades, el cosmos, la espiritualidad, los eones, todo debe
de alguna manera acomodarse a mis necesidades, resolver mis problemas.
Como flotar en el aire sostenido por arcángeles. De tal manera que Dios no nos sirve, no nos vale,…, no necesitamos a Dios.
Jesús combate de frente contra todo esto.
Y en lugar de eso
Lucas insiste dos veces en que es el Espíritu quien impulsa a Jesús al desierto.
Jesús acaba de recibir el bautismo y es tentado: la tentación ataca siempre a quien se acerca a Dios, no a quien se aleja o no se interesa.
Jesús entra en el desierto como Israel, que permanece errante durante cuarenta años en el desierto del Sinaí antes de descubrirse como pueblo: muestra todavía una solidaridad absoluta con el género humano.
Las tentaciones llegan en un momento de hambre.
Cuando tenemos hambre de Dios, cuando tenemos hambre de afecto, cuando tenemos hambre de paz, comienzan las mayores dificultades.
He releído muchas veces las tentaciones del diablo: están llenas de sentido común.
Para hacerse creíble, el mal siempre está lleno de sentido común.
Otra cosa es interesante: el adversario cita bien la Escritura.
Él la conoce, obviamente, sabe de qué se trata, y le da la vuelta al sentido, distorsionándola.
Jesús expone el engaño con la Palabra de Dios en la mano. Leída de la manera correcta.
Elecciones y opciones
Jesús es decidido: por supuesto, debemos nutrirnos, especialmente de la Palabra.
No, no hará concesiones: nadie da nada a cambio de nada, y Él quiere ser libre.
No, no hará ningún gesto espectacular: el Nazareno quiere que la gente ame a Dios por lo que es, no por lo que da. Dios no es un fenómeno extraño, no es una divinidad caprichosa a la que se pueda convencer de alterar los acontecimientos naturales.
Su mesianismo se perfila: en el signo del amor y del compartir, en la fuerza de la Palabra y en la autenticidad, en la revelación del rostro misericordioso del Padre, se orientará la elección de Jesús.
Jesús quiere hijos y no siervos, afecto sincero y no respeto reverencial.
Fracasará, pero aún no lo sabe.
Es ingenuo, iluso, pero aún no lo imagina.
Será el diablo, que por ahora se marcha, quien se lo recordará… llegada su hora…
Regresará en el momento oportuno, cuando Jesús haya experimentado en primera persona que, quizá, el diablo tenía razón: el ser humano no se convierte con palabras y con amor.
El diablo regresará a Getsemaní.
Así comienza nuestra Cuaresma.
Estos cuarenta días nos son dados para hacer ascetismo, es decir, entrenamiento. Ser más silenciosos, tomar más en serio la oración, decidir qué apetito debe dominar nuestros sentidos, fijarnos en el pobre que está a nuestro lado,…
Y encontrar al Resucitado, al final del itinerario.
Para descubrirnos una y otra vez, amados. Por lo tanto capaces de amar.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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