Gracias, Papa Francisco
«Y ahora, comencemos este camino: obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: unos por otros. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. Os deseo que este camino de la Iglesia, que hoy comenzamos y en el que me ayudará mi cardenal vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan hermosa. Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes, antes, os pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, os pido que recéis al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo. Recemos en silencio esta oración por mí».
El ministerio del Papa Francisco —lo recordamos bien— comenzó con estas palabras, pronunciadas desde la Logia de las bendiciones en San Pedro, el 13 de marzo de 2013. Con el deseo y la determinación de emprender un camino compartido, reabriendo un sendero tal vez interrumpido, sin duda un poco descuidado, abierto con el Concilio Vaticano II.
El Papa Francisco murió como vivió: de poco sirvieron las recomendaciones de los médicos en el momento de la despedida, tras treinta y siete días de hospitalización en el Hospital Gemelli y dos veces al borde de la muerte. Sin mascarillas ni precauciones, sino con las manos apretadas y arriesgados intentos de normalidad para tratar de hablar sin la ayuda del oxígeno. Una serie de intentos por mantenerse en contacto con la gente, más allá de la prudencia, con la última bendición «Urbi et Orbi» y la vuelta a la Plaza de San Pedro en la mañana de Pascua.
Hace ya unos días hemos comenzado a asistir al gran «circo» de las predicciones y las apuestas, los temores y las esperanzas, las opiniones sobre qué «facción» ganará. Mientras las casas de apuestas hacen su agosto… también los mentideros eclesiales bullen en sus pronósticos y alardean de sus cábalas. Todos tienen, con razón o sin ella, algo que decir, una frase que citar, un juicio que expresar. Todos tratan de «cubrir» con palabras, sensatas o no, la única constatación que al final importa: es importante que un Papa haga bien su «trabajo», que sea atento, humilde, inteligente, con visión de futuro. Pero es igualmente importante que cada creyente, cada bautizado, sea consciente de su dignidad, de su responsabilidad, de su vocación.
En el magma de la historia humana siempre sopla el Espíritu Santo. Así lo ha hecho, ininterrumpidamente desde los albores de la creación hasta el día de hoy. Y así lo seguirá haciendo hasta el final de los tiempos. No se sabe de dónde viene y se desconoce a dónde lleva. Quien quiere, lo sigue.
El Evangelio permanece igual, la Palabra resuena, los sacramentos actúan, la caridad permanece. ¿El resto? El resto pasa. Es más, la herencia del Papa Francisco —¿imprevista?— es quizás esta: no existe una Iglesia sin la “ecclesia”. Y la “ecclesia” son todos y cada uno de los bautizados de todo el Pueblo de Dios. Los Papas van y vienen, Jesús permanece. Y quienes se hacen sus discípulos con humildad, sencillez y determinación. Permanecen quienes se ponen siempre de nuevo en camino.
He visto pasar a cinco pontífices en mi vida desde Pablo VI hasta Francisco. También con el Papa Francisco he tenido una sintonía profunda. A menudo me ocurría leer o escuchar sus palabras y terminar sus frases antes de que Él las pronunciara, encontrando, para mi gran sorpresa, una identificación casi total entre mi final y el suyo. Estoy realmente apenado y un poco más solo. Pero lo siento todavía presente, porque veo que su legado aún tiene mucho que florecer. A partir de la forma y el momento de su muerte.
El Resucitado lo ha resucitado. Ahora el Papa Francisco vive en el Reino, como siempre deseó, con toda la plenitud que el Amor le regala, por fin. El Espíritu Santo es el mejor conspirador posible: morir en Pascua, después de haber estigmatizado la matanza de Gaza, la de Ucrania, la locura del rearme, el mundo «en pedazos», parece la mejor descripción de la «conspiración» de Dios. Como diciendo: si queréis intentar enderezar el mundo, mirad a la Pascua de Cristo.
Visto así, el Papa Francisco muere sin ser el centro de la escena, dejándola al misericordioso Jesús. ¡En su estilo! Durante todo su pontificado no ha hecho más que remitir constantemente a la misericordia de Dios, poniendo en el centro el estilo de entregarse por amor, con signos que mostraban su absoluta cercanía al hombre común y su humanidad plena e integral.
Y me parece que precisamente ha sido este estilo el que ha marcado su vida, convirtiéndose para la Iglesia en una «abandera discutida», en un «signo de contradicción», que ya ahora se muestra como una línea divisoria entre un antes y un después del Papa Francisco.
Yo tengo para mí que su intención fundamental quedó claramente expresada en aquel pasaje de Evangelii Gaudium 233: «No nos obsesionemos con ocupar todos los espacios de poder y de autoafirmación, sino que iniciemos procesos». Y, de hecho, eso es lo que hizo.
Desde la reactivación del proceso sinodal hasta el de la relación de escucha con el mundo. Desde la desacralización de su propio papel hasta el redescubrimiento de un lenguaje más cotidiano; desde la profunda humanización del Evangelio hasta la sincera admisión de los pecados de la Iglesia; desde la devolución de los pobres al centro, como un verdadero sacramento, hasta el intento de «adelgazar» el poder de la jerarquía eclesiástica.
Obviamente, como todos los que han sido llamados a «reformar» la Iglesia, ha dejado muchos descontentos, tanto entre los que querían pasos más decididos en estos procesos iniciados, como entre los que veían en ellos un grave riesgo.
Tal vez uno de los procesos más importantes que ha iniciado ha sido el de nombrar cardenales a personas con los que comparte una misma visión del Evangelio. Y esto es, probablemente, una de las medidas concreta más eficaces para hacer realidad la «conspiración» del Espíritu Santo: es difícil que, después del Papa Francisco, veamos a un Papa con una línea opuesta a la suya. Pero, también es verdad, el Espíritu tiene sus propias sorpresas…
Creo que estoy convencido de que su legado madurará y dará sus frutos a su tiempo. Pero más allá de la necesidad de dar cuerpo, también jurídico, a los procesos iniciados, me gustaría que recogiéramos lo que, en mi opinión, es la perla más importante de su legado: el retorno a una fe que tiene en el centro la relación de amor con Cristo compasivo y misericordioso.
Una fe menos religiosa, pero más espiritual y carnal al mismo tiempo. Una fe menos ritual y más operativa. Una fe que mueve a las personas a partir de su propia experiencia individual de Dios y que deja en un segundo plano las motivaciones «culturales» de su creencia (de su derecho, de su enseñanza, de su moral, su ritualidad, …), convirtiéndose así en el origen de una nueva forma «cultural», aún por construir.
¡Gracias, Papa Francisco! Con tu testimonio, ciertamente imperfecto pero apasionado, nos has enseñado a atrevernos en nombre de Jesús: la acogida, el compartir, la búsqueda de la verdad, la edificación de una humanidad diferente, la gratitud. Y nos has mostrado esa «perfecta alegría» de quien vislumbra a Dios obrando y le sigue.
¡Gracias, Papa Francisco! En tu humanidad has sabido hacer transparente la misericordia de Dios, sin perder nada de tu ser humano, de tu corporeidad, sino haciéndola florecer aún más. ¡Tu verdadera revolución! ¡Por eso ahora has resucitado con todo tu cuerpo! ¡No te olvides de interceder rezando por nosotros!
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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