No me busquéis entre los muertos
«Oh Señor, concede a cada uno su muerte: fruto de aquella vida en la que encontró amor, sentido y dolor». -Rainer Maria Rilke-.
El Papa Francisco se ha hecho mediador de tantas gracias derramadas sobre este momento de la historia del mundo que el Señor le ha concedido esa gracia. Con mayor razón, sus últimas palabras del 20 de abril, aunque leídas por nosotros ahora adquieren el valor de despedida y legado, de síntesis y sello.
Claramente, se trata de una síntesis menos consoladora y más signo de contradicción tanto desde el punto de vista político como teológico. En cualquier caso, es precisamente esa «gramática de humanidad y de fe, de Evangelio y de Reino, que nos invita a tomar en serio.
El último mensaje “Urbi et Orbi” es inequívoco: sobre la cuestión específica de Gaza, el Papa Francisco recordó que «el terrible conflicto sigue generando muerte y destrucción y provocando una dramática y vergonzosa situación humanitaria» y sobre la cuestión más general de la paz en el mundo, reafirmó que «¡no hay paz posible sin un verdadero desarme! La necesidad que tiene cada pueblo de velar por su propia defensa no puede convertirse en una carrera general hacia el rearme».
No es casualidad, por tanto, que mientras el actual jefe del Gobierno israelí, Netanyahu, ordenaba a sus embajadas que borraran los mensajes de condolencia publicados por la muerte del Papa Francisco, el gran rabino de Roma, Di Segni, fuera uno de los primeros en visitar el féretro del Papa Francisco y participará en sus funerales el sábado 26 de abril.
Tampoco es casualidad que, ante el funeral del Obispo de Roma, el poder vestido con apariencia humana, / ya lo considera bastante muerto y ya vuelve la mirada para espiar las intenciones de los humildes, de los mendigos, es decir, de esas decenas de miles de personas que en estas horas están visitando el cadáver del Papa Francisco y que lo acompañarán el sábado por la mañana hacia la tumba situada en la Basílica de Santa María la Mayor.
Tal afluencia explica por qué los representantes de este poder no tienen reparos en conceder días y días de luto nacional, en pronunciar palabras que no ponen en práctica (Mt 23,3), mientras siguen siendo favorables a todo tipo de rearme anticristiano (Mt 26,51-53).
Por otra parte, en estas horas se ha rechazado por parte de la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo el procedimiento solicitado por la Comisión Europea, presidida por Ursula von der Leyen, para aprobar el Plan ReArmEu evitando la votación del propio Parlamento: en la red ya se habla del primer milagro del difunto Papa Francisco (aunque Ursula von der Leyen, por ahora, parece «seguir adelante» ...).
Pasando a un aspecto más teológico, hay un punto decisivo en la homilía del Domingo de Pascua por la mañana sobre el que hay que centrar la atención. No sé si se ha hecho. El Papa Francisco ha puesto claramente el acento en el hecho evangélico de que «el anuncio de la Pascua» consiste fundamentalmente en «la búsqueda de Jesús».
Sí, es cierto, los papas van y vienen, Jesús permanece, pero antes de anunciar al Resucitado, de dar testimonio de Él a los demás, es necesario buscarlo en otra parte.
La misma Iglesia en salida es verdaderamente tal cuando sale, sí, pero no ante todo para «ir a buscar» a estos otros y «comunicarles la belleza del Evangelio», sino «para busca» a este bendito Evangelio de Jesús y «buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes», «todavía», «siempre».
Porque Él «se esconde y se revela también hoy en las hermanas y hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e impredecibles de nuestra vida». Por eso es necesario aprender a «tener ojos capaces de «ver más allá», para ver a Jesús, el Viviente, como el Dios que (...) nos precede, nos sorprende».
El punto es decisivo —yo también creo que desestabilizador porque subversivo— porque en lo que a menudo se llama una especie de ansiedad por evangelizar se tiende, en cambio, a equiparar esta última, aunque sea en salida/extroversión hacia la Galilea de los pueblos, con el anuncio y el testimonio de algo o de Alguien ya dado, ya conocido.
Y, en consecuencia, se tiende a considerar una pérdida de tiempo, si no un experimento fallido, el proceso de búsqueda —ver y escuchar— que, por ejemplo, caracteriza el camino sinodal, precisamente por eso incomprendido, ignorado, cuando no hostigado.
Naturalmente, luego, se lamenta el mundo y la historia en el momento en que se da cuenta de que tal evangelización o su liturgia correspondiente terminan siendo —en palabras del Papa Francisco— la «bonita historia que contar» de «un héroe del pasado» o la celebración de «una estatua colocada en la sala de un museo». O se acusa a la Iglesia (obviamente la del Papa Francisco) de haberse reducido a una ONG o de haber reducido el cristianismo a algo «socio-antropológico», cuando en realidad no se sabe captar su capacidad mística de ver y escuchar el Espíritu de Jesús en el otro y en lo otro (Mt 25,31-46; 1 Jn 4,20-21) y, solo por eso, de encontrar palabras y gestos capaces de ser significativos para los hombres y mujeres de hoy, sin ningún supuesto diluyente de la trascendencia divina.
Palabras y gestos creativos, también más alternativos, por lo tanto, más alegres e inclusivos (o participativos), porque no son solo o tanto el fruto de una transmisión de un ya dado —que sabe mucho a estática y tranquilidad religiosa—, sino ante todo y sobre todo del descubrimiento de un camino, de una verdad y de una vida inexperta y asombrosa dada en los otros por el Otro.
Solo desde este punto de vista, según el Papa Francisco, podemos definir este descubrimiento como una novedad perenne, perceptible en sus colores inéditos de la primavera de la vida en medio del gris y triste polvo de la costumbre, del cansancio y del desencanto... de la muerte.
Así, ahora como entonces, dentro de estas coordenadas políticas y teológicas, con el Papa Francisco «todo vuelve a empezar». También para nosotros, si lo queremos y si asumimos la responsabilidad.
No me busquéis, pues, entre los muertos porque yo os acompaño en cada Emaús de la historia y os precedo en cada Galilea de la vida.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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