miércoles, 23 de abril de 2025

Qué profecía en gestos y palabras.

Qué profecía en gestos y palabras 

Sería demasiado fácil decir ahora que estos doce años han pasado como una hermosa primavera. Sin duda, algunos gestos, imágenes y momentos permanecerán grabados en la memoria por su gran impacto emocional, y la proliferación en las redes sociales demuestra que la figura del Papa Francisco era percibida con empatía por la gente común. Pero, si entramos en el mérito del magisterio pastoral, debemos reconocer que el consenso básico sigue siendo genérico; una verdadera recepción aún está por llegar. 

No hay una oposición real, pero, en el marco de nuestro cristianismo, de rentas y tradiciones, muchas «palabras clave» del pontificado que acaba de terminar parecen simplemente incomprensibles, cosas de otro mundo. 

El Papa Francisco hablaba de «Iglesia en salida» y, paradójicamente, nos alegramos de ver que las Iglesias, en determinadas circunstancias, vuelven a llenarse; un ejemplo aún más paradójico es que, en el léxico de las regiones meridionales, la salida de las Iglesias por antonomasia es la de las procesiones, expresión de una antigua religiosidad popular, tan querida por el Papa Francisco, pero en cierto modo desfasada con respecto al anuncio del Evangelio en el mundo actual. 

No sé si es cosa para nosotros: es demasiado complicado salir de los esquemas. Siempre se ha hecho así (más o menos), sigue funcionando. Se vive de las rentas, con éxitos dispersos, queriendo ser optimistas. No estamos entrenados para jugar fuera de casa, en sentido concreto y figurado. 

El Papa Francisco ha terminado su carrera y vive en Dios. Le hemos querido y le estamos agradecidos. Quizás sea precisamente la distancia entre su visión pastoral y nuestro cristianismo, de rentas y tradiciones, una marca de autenticidad como voz del Espíritu, lo que nos hace salir de la burbuja de nuestras costumbres, a veces exangües, muy a menudo estériles. 

Ahora nos queda el léxico, los impulsos, el ejemplo de algunos pasos guiados por algunas intuiciones. Podemos seguir algunas huellas y dar algunos pasos adelante. Esto significará someter a verificación, etapa tras etapa, el bagaje que llevamos con nosotros, los tesoros y los lastres de la civilización católica de la que procedemos, tesoros preciosos y lastres ya insostenibles. 

Seguir comprobando que la frescura liberadora del mensaje evangélico está en el centro de todo, y que es una frescura liberadora para todos, no solo para nosotros mismos, los de siempre, que ya estamos dentro. 

Seguir comprobando, sin sentirnos nunca satisfechos ni desanimados, porque el tiempo es superior al espacio, los procesos iniciados son más importantes que los espacios conquistados. 

Seguir verificando, porque hay que abrir nuevos caminos y escribir los mapas, y luego, tal vez, reescribirlos. 

Él, el Papa Francisco, el obispo de Roma venido del fin del mundo (en sentido geográfico y teológico -Mt 25,31-46-), ha iniciado más de un proceso: creía en ellos y los intentó, como pastor. Nosotros, en la variedad de dimensiones y contextos, podemos tomarnos en serio el léxico de los gestos y de las palabras, que es la única forma de mantener vivos los procesos. 

Y en esa pedagogía de gestos y palabras uno echa la mirada casi por inercia hacia atrás… y en la memoria recuerda Lampedusa en 2013 donde perdieron la vida 130 personas frente a las costas de Libia. Lampedusa fue su primer viaje. La sensibilidad hecha gesto de cercanía solidaria selló su magisterio. 

Porque es desde Lampedusa desde donde lanza su invectiva contra la globalización de la indiferencia que, junto con la economía que mata. Una enseñanza que se convertirá en uno de los temas recurrentes de su pontificado. 

«Adán, ¿dónde estás?» y a Caín «¿Dónde está tu hermano?», «¿Dónde está la sangre de tu hermano que clama hasta mí?». «También hoy», dice el Papa, esta pregunta surge con fuerza. «¿Quién responde de la sangre de su hermano?». 

Cada uno se encierra en la burbuja del anonimato, hombres sin nombre y sin rostro, «sin capacidad de compadecerse y de llorar». Desde Lampedusa, el Papa Francisco nos enseña a mirar el mundo desde el lado de las víctimas, los últimos, los más frágiles, los que no tienen voz, y lo hace en nombre del Evangelio, tomando como arquetipo al samaritano, al que dedica un capítulo entero en Fratelli Tutti. 

«¿Quién es mi prójimo?». La razón de su compromiso y de sus constantes denuncias se encuentra en Evangelii Gaudium, el manifiesto de su pontificado, en el que denuncia la cultura del usar y tirar, que considera al hombre como un bien de consumo, por lo tanto, eliminable cuando ya no sirve, una economía que produce pobreza y descarte humano mientras consume el planeta. 

También en Laudato Si’, el Papa Francisco dedica un amplio espacio a la acción humana, cuando se desvía hasta el punto de contradecir la realidad hasta destruirla, y cuando el poder tecnológico, político y económico se aleja de las referencias éticas, culturales y espirituales. 

Todo ello no hace sino agudizar las desigualdades sociales con las devastadoras consecuencias que todos conocemos: emigraciones, conflictos sociales, incluso guerras. Una visión que afecta al mundo entero y a su justicia. 

En Fratelli Tutti, el Papa levanta el velo sobre las sombras de un mundo cerrado, con la construcción de muros, no solo de ladrillo, y de nacionalismos cada vez más agresivos que imponen un modelo cultural único basado en el beneficio que divide, margina y produce nuevos esclavos a nivel mundial. El Papa nos exhorta a pensar y generar un mundo abierto al mundo entero. 

El Papa Francisco ha derramado este impulso universal en la Iglesia, proponiendo un cambio profundo y radical. La pregunta fundamental es: ¿cómo transmitir hoy el Evangelio y vivir la fe en un Occidente, y no solo en Occidente, tan descristianizado? 

Esta es la tarea encomendada al Sínodo, un camino a recorrer juntos, un camino difícil y fatigoso porque exige un cambio de mentalidad en un proceso de conversión continua para saber discernir los signos de los tiempos y construir sobre ellos otra Iglesia. 

No una Iglesia diferente. Tampoco Jesús propuso una fe diferente pero sí otra forma de vivir la fe, no ligada a una tradición que clava la Palabra en el pasado, sino fundada en su persona y en el mensaje que encarna. 

Es el Papa de las puertas abiertas, que reclama la dignidad de todo hombre como tal, antes incluso que como hombre religioso: «Hay un derecho humano, un derecho a la humanidad que está por encima de cualquier otro derecho». 

Y aquí es donde el Papa Francisco se convierte en un icono de Jesús y de su Año de Gracia, de la Buena Noticia del Reino. 

El Papa Francisco arremete sin rodeos contra el clericalismo y la cultura clerical, que han llevado al Pueblo de Dios a la afasia, al descompromiso, a la no participación. 

En la Iglesia, a menudo las estructuras institucionales, casi siempre bajo llave, con las puertas cerradas, han neutralizado el soplo del Espíritu. 

Y contra este modelo de Iglesia, el Papa utiliza expresiones muy duras, como cuando, dirigiéndose a la Curia romana para felicitarle la Navidad, invita a un serio examen de conciencia para reconocer los pecados, desde la vanagloria de sentirse superior, al alzhéimer espiritual, al acaparamiento de dinero y poder, al lucro mundano, hasta la divinización de los jefes y la esquizofrenia existencial. 

Luego, en Evangeii Gaudium, denuncia una Iglesia mundana que, bajo cortinas espirituales y pastorales, pretende dominar todos los espacios, transformando a la propia Iglesia en una pieza de arqueología o de museo, privilegio de unos pocos. 

«En definitiva una tremenda corrupción con apariencia de bien». La hipocresía convertida en sistema. 

Palabras ciertamente duras. Pero ¿quién no recuerda las pronunciadas por Jesús contra los escribas y los fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, guías ciegos, sepulcros blanqueados...!» -Mt 23-, o la violencia con la que expulsa a los mercaderes del Templo, episodio recordado por los cuatro evangelistas, o cuando, en el Templo, dirigiéndose a las autoridades religiosas, afirma provocadoramente: «Los publicanos y las prostitutas os preceden en el reino de Dios» -Mt 21,31-. 

Sin embargo, por un lado, la denuncia del pecado que habita en el hombre y, por otro, la misericordia que el Papa define como «el dintel que sostiene la vida de la Iglesia» y a la que ha dedicado el jubileo de 2016. 

Misericordia: no es una palabra abstracta, sino «un rostro que hay que reconocer, amar y servir» en el seguimiento de Jesús, «cuya persona no es otra cosa que amor». 

Esto no significa diluir el Evangelio, sino captar su esencia: es el amor fuerte, audaz, escandaloso hasta la cruz, es aquello por lo que seremos juzgados (Mt 25,31-46). 

«Es necesario, dice el Papa, hacer crecer una cultura de la misericordia que sea revolución y no teoría». 

Y no encerrarla en una celda intimista, sino redescubrir su valor social «para devolver la dignidad a millones de personas que son hermanos y hermanas, llamados con nosotros a construir una ciudad fiable», y dar vida a una «comunidad alternativa», basada en el mandamiento del amor por medio del cual todos somos hermanos. 

Es la misericordia del Padre que Jesús encarna en su vida. 

Todo lo demás es relativo, es decir, secundario. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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