jueves, 29 de mayo de 2025

Agnus Dei - Samuel Barber -.

Agnus Dei - Samuel Barber - 

Ésta es una reflexión que ha surgido de las muchas ocasiones que he escuchado esta música que ahora te propongo para que tú también hagas un ejercicio de escucha: https://www.youtube.com/watch?v=0LYnNEALm6o 

Hay una oración que en otro tiempo se dirigió a lo más profundo de nuestro ser. Es un canto de duelo por la vida que no podemos alcanzar, por el yo que no podemos ser verdaderamente. Este duelo es la historia de nuestra lucha con la vida, de nuestro yo insignificante, un yo esquivo, frágil, temeroso y plagado de sufrimiento. 

Así que esta oración es una súplica dirigida a Aquél que puede salvarnos de nuestro dolor intolerable. Está dirigida a Dios. Y está dirigida también a nosotros mismos, a esa parte de nosotros que parece débil, insegura, en constante búsqueda de afirmación, pero que en realidad desea y busca la llave de la paz. 

Esta oración se llama, en la tradición cristiana, el «cordero de Dios», y se refiere a Jesús como «Cristo». Es Aquel de quien Juan el Bautista exclamó: «Un hombre que viene después de mí me ha superado porque era antes que yo» (Juan 1,30). Es el «Cordero» porque está destinado a morir en el abrazo de la vida y de la muerte. Dios es su única realidad, su base sólida y su certeza, el que «me ha superado» porque «era antes que yo». Nuestro yo que somos y en el que creemos y confiamos es una construcción frágil y una entidad vulnerable. Tiene miedo a morir, a no tener una base sólida, y la suplica. 

«Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros». Esta súplica es una oración litúrgica que se utiliza en la Eucaristía, tomada de un pasaje del Nuevo Testamento (Juan 1,29). Esta oración, llamada en latín «Agnus Dei», fue utilizada por muchos de los más grandes compositores para numerosas piezas corales. 

En 1967, un compositor estadounidense llamado Samuel Barber, que en aquel momento luchaba contra la depresión, decidió adaptar su «Adagio para cuerdas» de 1938 a una obra coral. Su «Agnus Dei» es una hermosa expresión del anhelo de Dios, un anhelo que es el anhelo de toda la humanidad, el deseo de paz, la búsqueda incesante de una vida feliz. 

La música comienza con una larga exposición del dolor, una melodía suave que ondula se intensifica y busca suavemente una resolución. Es un lamento por la plenitud perdida que hemos buscado de mil maneras diferentes. La historia no es más que la historia de este anhelo, de las muchas formas en que todos y cada uno de los seres humanos han luchado por aliviar esta tensión en busca de la felicidad. 

La música es una súplica, una súplica al Cordero de Dios, a Aquél que Dios ha llevado al altar para ser sacrificado; Aquél que tiene en su mano la llave para liberar el sufrimiento de la prisión de la muerte. 

Hay una sensación de carencia que se reproduce suavemente en el fondo de nuestras vidas, algo que intentamos ocultar con todas nuestras fuerzas. Pero está ahí, una línea recta de anhelo que nos recuerda constantemente nuestra innata contingencia, nuestra congénita vulnerabilidad, como una melodía obstinada que nos acompaña. Así que intentamos ocultarlo, siempre, una y otra vez, ocultarlo, taparlo. 

Y este ocultamiento se ha convertido en nosotros mismos, en lo que somos. Se ha convertido en un yo, un comandante en jefe cuyo deber es llenar el vacío de dolor que contiene este aire palpitante e implacable. Y esta melodía de nuestra vida se hace cada vez más fuerte, un deseo insaciable de liberarse, clavado en las entrañas de nuestro ser. 

La música busca claramente una resolución. Finalmente la encuentra, muy por encima de la mente, cristalina detrás de la súplica, asentada en sí misma, aguda en su pureza, en su intangibilidad. La resolución es lo que aparece cuando descubrimos que el yo en el que hemos invertido todo este tiempo no está aquí, descubriendo la ilusión de su existencia. 

Así es como el Cordero de Dios «quita los pecados del mundo», liberando las creencias y acciones cuyo único propósito es validar y consolidar esta entidad ilusoria. Y así es como recibes misericordia, reconociendo tu verdadera identidad como simple ser creado, redimido, salvado… amado y querido como hijo. 

Así que, si quieres acabar con el sufrimiento, simplemente tienes que poner tus ojos fijos en el Cordero. «Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros». Dos veces en la pieza, la melodía recorre esta línea de anhelo, encontrando su resolución definitiva en la plenitud de la confesión que es el perdón. 

La segunda vez, el anhelo es menos intenso, mezclado con acentos de profunda alegría, su dolor atravesado por la transparencia de la comprensión del que es compasivo y misericordioso. El anhelo encuentra en Dios el objeto de su súplica. Y el anhelo se va disipando, al igual que el sufrimiento, sustituido por la paz que encierra la gracia del perdón. 

Las voces del coro tropiezan entonces dos veces en un tramo de silencio, intentan reanudar su actividad anhelante, pero son incapaces de hacerlo. El anhelo ha desaparecido y ahora solo expresa la paz que había estado velando. La tensión se calma. Ahora nos queda una sensación sublime, pura y gratuita de perdón. 

Las voces del coro se han fusionado para formar un río bajo, interminable y majestuoso, impregnado de la paz que contiene. Cualquier anhelo que quedara está ahora empapado de paz, seguro, y se experimenta como una celebración de la alegría tranquila a la que aspiraba el anhelo. Todo sufrimiento ha llegado a su fin definitivo: «dona nobis pacem». 

Así que, Cordero de Dios, concédeme la paz que se esconde tras mi existencia ilusoria. Hay una tensión de dolor que recorre toda la pieza coral, pero esta tensión encuentra ahora la resolución que buscaba en la gracia del perdón. Esta resolución es la paz. La paz que se encuentra en el centro de todo sufrimiento, que es su razón de ser. «Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, danos la paz». 

No me queda otra cosa más que escuchar en adoración esta música y recordar “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré”: https://www.youtube.com/watch?v=0LYnNEALm6o 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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