De los signos del poder... al poder de los signos - lógica de Evangelio -
Es una pena por el presidente Donald Trump.
Es una pena que desde 1964 los papas hayan renunciado al uso de la tiara.
Es una pena que la inteligencia artificial no haya recurrido a fuentes iconográficas mejores y más coherentes. ¿Por qué esa sencilla sotana blanca, que no pega nada con la mitra? Hubiera quedado mejor una bonita capa ricamente ornamentada, un manto papal.
Esa imagen, ridícula también por la cruz que cuelga sobre el pecho y por el dedo erguido del ego ególatra y déspota, no habla a los ciudadanos estadounidenses, sino nos habla a nosotros, quizá nos habla sobre todo al futuro pastor de la Iglesia universal.
Durante demasiado tiempo, la Iglesia ha recurrido a los símbolos del poder imperial para su propio aparato, buscando incluso metáforas y explicaciones teológicas.
Y hoy, un aspirante a César no puede hacer otra cosa que recurrir a la iconografía católica para representarse.
No sé qué poder y qué influencia sobre las cosas del mundo aún sobreviven, en formas propias, las del servicio, o impropias. ¿No habrá que renunciar a los signos del poder para ganar el poder de los signos?
Mientras tanto, parece evidente que este viejo juguete debe romperse, debemos romperlo, para que nadie pueda instrumentalizar con fines mundanos la idea de un poder conferido desde arriba.
El único poder eclesiástico aceptable es el visiblemente débil, como escribe San Pablo, el poder de quien presta un servicio y está dispuesto a acabar crucificado. Es el único poder aceptable, porque recuerda que solo hay un Señor, solo su Palabra y su Pascua, de muerte y resurrección, pueden salvarnos.
El juguete de los signos del poder solo podrán romperlo los pastores de la Iglesia y, tal vez, también podamos romperlo nosotros, reduciendo la deferencia y aumentando la confianza afectuosa hacia quienes son para nosotros ministros ordenados -diáconos, presbíteros, obispos,…, papas- pero cristianos como todos nosotros.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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