jueves, 29 de mayo de 2025

Elogio de la obediencia y de la disciplina.

Elogio de la obediencia y de la disciplina 

¿La obediencia es una virtud? Yo creo que sí: la obediencia es una virtud. Y una de las más elevadas. 

Las virtudes y los valores, de hecho, no son absolutos, nada lo es en nuestro mundo cambiante; son más bien como alimentos que el organismo necesita en mayor o menor medida, unas veces más proteínas y menos carbohidratos, otras más carbohidratos y menos proteínas, según la estación, la edad y las condiciones particulares. 

En una época del remoto siglo XX, en general en la sociedad y en particular dentro de la Iglesia, se venía de siglos en los que el principio de la obediencia y su rígida jerarquía habían sido la base de todas las relaciones, la que llevaba a las esposas a obedecer a sus maridos, a los fieles a los párrocos, a los intelectuales a los políticos, los obreros a los patronos, los pobres a los ricos, las mujeres a los hombres. 

Se trataba de una lógica antigua y cristalizada gracias a la educación inculcada desde las aulas y, antes aún, la misma que había producido la servidumbre de la gleba en la Edad Media cristiana y la esclavitud en el mundo grecorromano. 

Paulatinamente se hizo de la desobediencia el principio fundamental del compromiso civil y se ha ido convirtiendo en sinónimo de autonomía y libertad, mientras que la obediencia es sinónimo de sumisión y servidumbre. De hecho, ¿quién piensa hoy en día que la obediencia es una virtud? 

Creo que es por eso que hoy en día ya nadie obedece. No me refiero solo a las relaciones mencionadas anteriormente, en la mayoría de las cuales es justo que la obediencia desaparecida siga así. No, me refiero también a otras relaciones en las que, por el contrario, la obediencia es necesaria, por ejemplo, las relaciones entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre ciudadanos y autoridades. 

Hoy en día, quizá solo en el mundo económico y en el mundo del deporte (que, en cualquier caso, siempre forma parte del mundo económico) sigue existiendo un sentido suficientemente fuerte de la jerarquía y de la obediencia debida, la que los empleados deben a los directivos, los futbolistas al entrenador, los periodistas o los músicos de orquesta al director. 

En el mundo de la escuela, en cambio, y en la mayoría de las familias, y en general en las relaciones sociales que no están condicionadas por la lógica económica, la obediencia apenas se respeta y la disciplina brilla por su ausencia. Lo notamos incluso simplemente caminando por la calle o conduciendo en el tráfico. 

Y cuanto más baja la edad de las personas, más aumenta la indisciplina. Esto ya se manifiesta en el lenguaje, donde cada vez es más raro encontrar jóvenes que traten de usted a personas mayores que ellos, o que cedan el paso a la persona mayor. De ceder el propio asiento… mejor ni hablar. 

¿Es importante para un ser humano saber respetar la disciplina? ¿Es mejor ser disciplinado o indisciplinado? 

El término disciplina deriva de uno de los verbos más nobles de la actividad humana, «discere», en latín «aprender». De ahí viene también el término «discípulo» y el significado de disciplina como «materia de estudio». 

Evidente a nivel filológico, el vínculo entre aprender y disciplina lo es aún más a nivel experiencial: todos sabemos bien que sin disciplina no hay estudio fructífero, no se aprende a tocar un instrumento correctamente, no se hace carrera en el deporte, no se avanza en la vida de forma estable y duradera. 

Quizás, por una serie de circunstancias, se pueda alcanzar el éxito, pero luego, si no se persevera en el trabajo con disciplina, obedeciendo a la lógica misma del trabajo, se cae con bastante rapidez y la posición obtenida es pronto conquistada por otros. 

También para alcanzar la verdadera felicidad es necesario no confiar en los deseos y los instintos del momento, sino cultivar su búsqueda con disciplina, como escribía Séneca a Lucilio: «Disce gaudere» -Aprende a disfrutar-. No hay nada, ni siquiera la felicidad, que se aprenda sin disciplina. 

Quizás por eso los datos actuales confirman que la ignorancia avanza al galope, que disminuye progresivamente el número de personas que leen y que comprenden lo que leen, y que asistimos al llamado analfabetismo de retorno. La cultura no es gratuita, no se basa en emociones y charlas, sino en datos, conceptos, métodos y argumentos, y sin el estudio y la disciplina necesaria para llevarla a cabo, la cultura no existe. El vínculo etimológico entre disciplina y ‘discere’ demuestra que la obediencia es una condición sine qua non para aprender. 

El punto crítico, obviamente, se refiere a la pregunta «a quién» se debe obedecer. Mi respuesta al respecto es bastante previsible y consiste en sostener que se debe obedecer a la autoridad legítima, sosteniendo también que a una autoridad que ha perdido su legitimidad ya no se le debe obedecer. 

La obediencia, es decir, no es una virtud absoluta, «perinde ac cadaver», como San Ignacio de Loyola quería que la practicaran sus jesuitas; no, la obediencia es relativa, es decir, está relacionada con una persona o una institución, y si esta persona o esta institución ya no son fieles a su tarea, es decir, si no obedecen a su vez, ya no merecen nuestra obediencia. 

Una autoridad pierde su legitimidad cuando ya no sirve al propósito para el que fue constituida, es decir, cuando no es ella misma la que obedece a su tarea. 

Si un político, al llegar al poder, pensara que para él ha terminado el tiempo de obedecer porque ahora solo existe el tiempo de ser obedecido, su poder degeneraría en tiranía y ya no merecería ninguna obediencia. 

Lo mismo ocurre con un directivo, un profesor, un entrenador, un padre o una madre, en definitiva, con cualquiera que tenga autoridad. Tener autoridad y ejercerla correctamente significa, de hecho, obedecer aún más a la propia deontología profesional y a la conciencia que la inspira. 

Todos comprendíamos ya en los bancos de la escuela, como aún hoy lo comprenden los niños, si el profesor que nos imponía la disciplina realmente la merecía, porque él mismo la ejercía sobre sí mismo preparando las clases, poniendo pasión cuando explicaba, estando presente y siendo justo cuando preguntaba, examinaba, evaluaba. 

Esto es válido para todos los roles en los que se ejerce la autoridad, que es tanto más respetable cuanto más respeta la lógica de la dignidad, de la inteligencia, del trabajo, de… de las personas de las que es responsable.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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