La vida en un verbo: «Amarás»
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Un hombre. Y no debe haber ningún adjetivo, justo o injusto, rico o pobre. Puede ser incluso un deshonesto, un bandido. Es el hombre, todo hombre. Su nombre es: despojado, golpeado, solo, medio muerto. Nombre eterno: dondequiera que el mundo gime con las venas abiertas; hay un inmenso peso de lágrimas en todo lo que vive.
Un
sacerdote bajaba por ese mismo camino. Y el primero que pasa, un
sacerdote, lo rodea, lo esquiva, pasa de largo. Pero ¿dónde está ese más allá?
¿Qué hay más allá? Más allá del hombre está la nada, lo absurdo, lo inútil.
Nadie
puede decirse ajeno a la suerte del hombre, nadie puede decir: yo no tengo nada
que ver. Todos estamos en el mismo camino, en la misma historia; todos nos
salvaremos o nos perderemos juntos.
En
cambio, un samaritano se compadeció de él y se acercó. Dos términos de
una carga infinita, hermosos. Palabras que rezuman humanidad. No hay
humanidad sin compasión y sin acercarse.
La
compasión es el menos sentimental de los sentimientos, el menos edulcorado, el
menos emotivo, es «sufrir juntos».
Se baja
del caballo, se inclina, y tal vez tiene miedo, tal vez teme a los bandidos que
aún están cerca o a una trampa. Pero la compasión no es un instinto, es
una conquista. La proximidad es una conquista que pone en el
centro el dolor del otro, no mi propio sentir.
Y hay
diez verbos seguidos para describir el amor: lo vio, se compadeció, se
bajó, derramó, vendó, cargó... hasta el décimo verbo: volveré para pagar, si es
necesario.
Este
es el nuevo decálogo, los nuevos diez mandamientos de todo hombre, creyente o
no, para que el hombre sea hombre, para que la tierra esté habitada por
«prójimos», para una nueva arquitectura del mundo y de la historia.
Le
preguntan a Jesús: ¿qué debo hacer para estar vivo? ¿Cómo se hace para ser
hombre? Jesús responde con un verbo: amarás, y con un relato en el que se
encierra la posible solución de la Historia, el destino del mundo y el destino
de cada uno.
Todo
nuestro futuro está en un verbo: amarás. Un verbo en futuro porque se trata de
una acción que nunca termina, porque durará mientras dure el tiempo. Porque es
un proyecto, y es el único. No es una obligación, sino una necesidad para vivir.
¿Qué
debo hacer mañana para estar vivo? Amarás. ¿Qué haré el año que viene y en mi
futuro? Amarás. ¿Y la humanidad, su destino, su historia? Solo esto: amarás.
Una
parábola en el centro del Evangelio, y en el centro de la parábola, un hombre.
Y un verbo: amarás. Ve y haz lo mismo. Y encontrarás la vida.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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