Llamados a ser samaritanos
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Siguen unas pocas líneas, uno de los relatos más breves del mundo, y uno de los más bellos, en el que se condensa el drama y la solución de toda la historia humana.
Un
hombre: no sabemos su nombre, pero conocemos su rostro: herido, golpeado,
aterrorizado y ensangrentado, con la cara en el suelo, sin fuerzas. Es el
rostro eterno del hombre.
El mundo
entero pasa por el camino que va de Jerusalén a Jericó. Nadie puede decir: yo
voy por otro camino, nadie puede decir que es ajeno al destino del mundo. Nos
salvaremos todos juntos, o no habrá salvación.
Un
sacerdote bajaba por ese mismo camino. El primero en pasar es un
sacerdote, un hombre de Dios. Ve al hombre en el suelo, lo rodea y sigue su
camino.
Más allá
de la carne y el dolor del hombre no hay Dios, no hay Templo ni culto solemne,
solo hay la ilusión de poder amar a Dios sin amar al prójimo, la ilusión de
sentirnos bien por ser creyentes, el peligro de una religiosidad vacía.
La
cita con Dios es en el camino de Jericó. «Recorre al hombre y
llegarás a Dios» (San Agustín).
El
segundo que pasa es un levita... Quizás piensa: «¿Por qué Dios no interviene
para salvar a este hombre?». Dios siempre interviene, pero lo hace a
través de sus hijos, a través de mí. Su respuesta al dolor del mundo soy yo,
enviado como brazos abiertos.
En
cambio, un samaritano, un hereje, un enemigo, movido por la piedad, se acerca a
él. Son términos de una carga infinita, hermosa, que rezuman luz, rezuman
humanidad. No hay humanidad posible sin la compasión, el menos
sentimental de los sentimientos, el menos edulcorado, el más concreto: tomar
sobre mí el destino del otro.
No
es espontáneo detenerse. La compasión no es un instinto, sino una conquista.
Como el perdón: no es un sentimiento, sino una decisión.
El relato
de Lucas enumera ahora diez verbos para describir el amor: lo vio, se
compadeció, se acercó, bajó, derramó, vendó, cargó, llevó, cuidó, pagó... hasta
el décimo verbo: a mi vuelta lo pagaré...
Este
es el nuevo decálogo, los nuevos diez mandamientos, para todos, para que el
hombre sea promovido a hombre, para que la tierra sea habitada por «prójimos»,
no por adversarios.
Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó, un hombre afortunado. Porque la experiencia de
haber sido amado gratuitamente, aunque sea una sola vez en la vida, llena de
sentido la vida durante mucho tiempo, sana en profundidad a quien ha sufrido
violencia y se ha sentido pisoteado en el alma.
Pero ¿quién es mi prójimo? Jesús responde: tu prójimo es quien ha tenido compasión de ti. Entonces ama a tu prójimo, ama a tus samaritanos, a los que te han salvado, levantado, a los que han pagado por ti. Aprende el amor del amor recibido. Hazte tú también samaritano.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario