El buen samaritano y las obras de misericordia
Una parábola que nunca me canso de escuchar; un relato que sigo amando porque es generador de humanidad, porque contiene el rostro de Dios y la posible solución de todo el drama humano.
¿Quién
es mi prójimo? Es la pregunta inicial. La respuesta de Jesús produce un
cambio de sentido (¿quién de estos tres se hizo prójimo?) y
modifica radicalmente el concepto: tu prójimo no es aquel a quien
incluyes en el horizonte de tu atención, sino que tú eres prójimo cuando cuidas
de un hombre; no es aquel a quien amas, sino tú cuando amas.
El verbo
central de la parábola, aquel del que brota cada gesto posterior del
samaritano, se expresa con las palabras «tuvo compasión». Que
literalmente en el evangelio de Lucas indica ser tomado por las entrañas, como
un mordisco, un retortijón en el estómago, un espasmo, una rebelión, algo que
se mueve por dentro y que es luego la fuente de donde brota la misericordia
activa.
La
compasión es sentir dolor por el dolor del hombre, la misericordia es
inclinarse, cuidar para curar sus heridas.
En el
evangelio de Lucas, «tener compasión» es un término técnico que
indica una acción divina con la que el Señor devuelve la vida a quien no la
tiene. Tener misericordia es la acción humana que deriva de este
«sentimiento divino».
Los
tres primeros gestos del buen samaritano: ver, detenerse, tocar, esbozan las
tres primeras acciones de la misericordia.
Ver:
vio y se compadeció. Vio las heridas y se dejó herir por las heridas de
aquel hombre. El mundo es un llanto inmenso, y Dios navega en un río de
lágrimas, invisibles para quienes han perdido los ojos del corazón,
como el sacerdote y el levita. Para Jesús, en cambio, mirar y amar eran lo
mismo: él es la mirada amorosa de Dios.
Detener:
interrumpir el propio camino, los propios proyectos, dejar que sea el otro
quien dicte la agenda, detenerse ante la vida que gime y llama. He
hecho mucho por este mundo cada vez que simplemente detengo mi carrera para
decir «aquí estoy».
Tocar:
el samaritano se acerca, vierte aceite y vino, venda las heridas del hombre, lo
carga, lo lleva. Tocar es una palabra dura para nosotros, convoca al
cuerpo, nos pone a prueba. No es espontáneo tocar lo contagioso, lo infeccioso,
lo herido.
Pero
en el Evangelio, cada vez que Jesús se conmueve, se detiene y toca. Mostrando
que amar no es un hecho emocional, sino un hecho de manos, de tacto, concreto,
tangible.
El samaritano
cuida del hombre herido de una manera incluso exagerada. Pero precisamente en
este exceso, en este derroche, en el actuar en pérdida y sin contar, en este
amor unilateral y sin condiciones, se convierte en una noticia alegre y divina
para la tierra.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario