sábado, 21 de junio de 2025

El buen samaritano y las obras de misericordia.

El buen samaritano y las obras de misericordia

Una parábola que nunca me canso de escuchar; un relato que sigo amando porque es generador de humanidad, porque contiene el rostro de Dios y la posible solución de todo el drama humano.

 

¿Quién es mi prójimo? Es la pregunta inicial. La respuesta de Jesús produce un cambio de sentido (¿quién de estos tres se hizo prójimo?) y modifica radicalmente el concepto: tu prójimo no es aquel a quien incluyes en el horizonte de tu atención, sino que tú eres prójimo cuando cuidas de un hombre; no es aquel a quien amas, sino tú cuando amas.

 

El verbo central de la parábola, aquel del que brota cada gesto posterior del samaritano, se expresa con las palabras «tuvo compasión». Que literalmente en el evangelio de Lucas indica ser tomado por las entrañas, como un mordisco, un retortijón en el estómago, un espasmo, una rebelión, algo que se mueve por dentro y que es luego la fuente de donde brota la misericordia activa.

 

La compasión es sentir dolor por el dolor del hombre, la misericordia es inclinarse, cuidar para curar sus heridas.

 

En el evangelio de Lucas, «tener compasión» es un término técnico que indica una acción divina con la que el Señor devuelve la vida a quien no la tiene. Tener misericordia es la acción humana que deriva de este «sentimiento divino».

 

Los tres primeros gestos del buen samaritano: ver, detenerse, tocar, esbozan las tres primeras acciones de la misericordia.

 

Ver: vio y se compadeció. Vio las heridas y se dejó herir por las heridas de aquel hombre. El mundo es un llanto inmenso, y Dios navega en un río de lágrimas, invisibles para quienes han perdido los ojos del corazón, como el sacerdote y el levita. Para Jesús, en cambio, mirar y amar eran lo mismo: él es la mirada amorosa de Dios.

 

Detener: interrumpir el propio camino, los propios proyectos, dejar que sea el otro quien dicte la agenda, detenerse ante la vida que gime y llama. He hecho mucho por este mundo cada vez que simplemente detengo mi carrera para decir «aquí estoy».

 

Tocar: el samaritano se acerca, vierte aceite y vino, venda las heridas del hombre, lo carga, lo lleva. Tocar es una palabra dura para nosotros, convoca al cuerpo, nos pone a prueba. No es espontáneo tocar lo contagioso, lo infeccioso, lo herido.

 

Pero en el Evangelio, cada vez que Jesús se conmueve, se detiene y toca. Mostrando que amar no es un hecho emocional, sino un hecho de manos, de tacto, concreto, tangible.

 

El samaritano cuida del hombre herido de una manera incluso exagerada. Pero precisamente en este exceso, en este derroche, en el actuar en pérdida y sin contar, en este amor unilateral y sin condiciones, se convierte en una noticia alegre y divina para la tierra.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La paz… en el pleno sentido de la palabra.

La paz… en el pleno sentido de la palabra   Confieso que empiezo a sentir cierta molestia cuando, en medio de las tragedias de las guerras a...