Marta, corazón del servicio; María, corazón de la escucha
La casa está llena de gente, están Jesús y los suyos; María, la joven, sentada a los pies de su amigo, los discípulos alrededor, tal vez Lázaro entre ellos; Marta, la generosa, está en la cocina, alimenta el fuego, controla las ollas, se levanta, pasa y repasa delante del grupo para preparar la mesa, atareada por todos. María estaba sentada escuchando a Jesús. Un hombre que huele a cielo y una mujer, sentados muy cerca.
Una
escena de maestro y discípula tan inusual para las costumbres de la época que
parece casi un milagro. Todos los prejuicios sobre las mujeres se han hecho
añicos, se han roto los esquemas. Se han tomado el uno al otro: él totalmente
suyo, ella totalmente suya. La imagino encantada ante las palabras del maestro
y amigo, como si fuera la primera vez.
Todos
conocemos el milagro de la primera vez. Luego, poco a poco, nos acostumbramos.
La eternidad, en cambio, es no acostumbrarse nunca, es el milagro de la primera
vez que se repite siempre, como en la casa de la amistad, en Betania.
Y luego
está Marta, la dueña de la casa, plenamente consciente de su papel sagrado. Los
invitados son como ángeles y hay que ofrecerles lo mejor; teme no poder hacerlo
y entonces «se adelanta», con la libertad de la amistad, y se
interpone entre Jesús y su hermana: «¡Dile que me ayude!».
Jesús la
siguió con la mirada, vio el reflejo de la llama en su rostro, escuchó los
ruidos que venían de allí, sintió el olor del humo y de la comida cuando ella
pasaba, era como si estuviera con Marta, en la cocina. En ese lugar que nos
recuerda nuestro cuerpo, la necesidad de comer, la lucha por la supervivencia,
el gusto por las cosas buenas, la transformación de los dones de la tierra y
del sol.
Él le
responde con afecto: Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas.
Jesús no contradice el servicio, sino la preocupación; no cuestiona su corazón
generoso, sino el hacer frenético, que le nubla la vista. Recupera el ritmo del
corazón, de la respiración, del flujo de la sangre; ten el valor de hacer volar
más despacio tus manos, porque si no, todo tu ser entra en un estado de
malestar y estrés.
María ha
elegido la parte buena: Marta no se detiene ni un minuto, María, en cambio,
está sentada, con los ojos llenos de felicidad; Marta se agita y no puede
escuchar, María, en su aparente «no hacer nada», ha puesto en el
centro de la casa a Jesús, el amigo y el profeta. Ese día debía de arderle el
corazón.
Las dos
hermanas de Betania trazan los pasos de la verdadera fe: pasar de la ansiedad
por lo que debo hacer por Dios al asombro por lo que Él hace por mí. Los pasos
de la fe de todo creyente: pasar de Dios como deber a Dios como asombro.
Yo soy
Marta, yo soy María; dentro de mí, las dos hermanas se dan la mano; laten sus
dos corazones: el corazón de la escucha y el corazón del servicio.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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