sábado, 21 de junio de 2025

Marta, corazón del servicio; María, corazón de la escucha.

Marta, corazón del servicio; María, corazón de la escucha

La casa está llena de gente, están Jesús y los suyos; María, la joven, sentada a los pies de su amigo, los discípulos alrededor, tal vez Lázaro entre ellos; Marta, la generosa, está en la cocina, alimenta el fuego, controla las ollas, se levanta, pasa y repasa delante del grupo para preparar la mesa, atareada por todos. María estaba sentada escuchando a Jesús. Un hombre que huele a cielo y una mujer, sentados muy cerca.

 

Una escena de maestro y discípula tan inusual para las costumbres de la época que parece casi un milagro. Todos los prejuicios sobre las mujeres se han hecho añicos, se han roto los esquemas. Se han tomado el uno al otro: él totalmente suyo, ella totalmente suya. La imagino encantada ante las palabras del maestro y amigo, como si fuera la primera vez.

 

Todos conocemos el milagro de la primera vez. Luego, poco a poco, nos acostumbramos. La eternidad, en cambio, es no acostumbrarse nunca, es el milagro de la primera vez que se repite siempre, como en la casa de la amistad, en Betania.

 

Y luego está Marta, la dueña de la casa, plenamente consciente de su papel sagrado. Los invitados son como ángeles y hay que ofrecerles lo mejor; teme no poder hacerlo y entonces «se adelanta», con la libertad de la amistad, y se interpone entre Jesús y su hermana: «¡Dile que me ayude!».

 

Jesús la siguió con la mirada, vio el reflejo de la llama en su rostro, escuchó los ruidos que venían de allí, sintió el olor del humo y de la comida cuando ella pasaba, era como si estuviera con Marta, en la cocina. En ese lugar que nos recuerda nuestro cuerpo, la necesidad de comer, la lucha por la supervivencia, el gusto por las cosas buenas, la transformación de los dones de la tierra y del sol.

 

Él le responde con afecto: Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas. Jesús no contradice el servicio, sino la preocupación; no cuestiona su corazón generoso, sino el hacer frenético, que le nubla la vista. Recupera el ritmo del corazón, de la respiración, del flujo de la sangre; ten el valor de hacer volar más despacio tus manos, porque si no, todo tu ser entra en un estado de malestar y estrés.

 

María ha elegido la parte buena: Marta no se detiene ni un minuto, María, en cambio, está sentada, con los ojos llenos de felicidad; Marta se agita y no puede escuchar, María, en su aparente «no hacer nada», ha puesto en el centro de la casa a Jesús, el amigo y el profeta. Ese día debía de arderle el corazón.

 

Las dos hermanas de Betania trazan los pasos de la verdadera fe: pasar de la ansiedad por lo que debo hacer por Dios al asombro por lo que Él hace por mí. Los pasos de la fe de todo creyente: pasar de Dios como deber a Dios como asombro.

 

Yo soy Marta, yo soy María; dentro de mí, las dos hermanas se dan la mano; laten sus dos corazones: el corazón de la escucha y el corazón del servicio.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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