Marta y María, el Señor no busca siervos, sino amigos
Mientras iban de camino, una mujer llamada Marta lo acogió en su casa. Tiene el cansancio del viaje en los pies, el dolor de la gente en los ojos. Entonces, descansar en la frescura acogedora de una casa, comer en compañía sonriente, es un regalo, y Jesús lo acoge con alegría.
Cuando
una mano le abre una puerta, Él sabe que allí dentro hay un corazón que se ha
abierto. Tiene un destino, Jerusalén, pero no «pasa de largo»
cuando encuentra a alguien, se detiene. Para Él, como para el Buen Samaritano,
cada encuentro se convierte en un destino, cada persona en un objetivo
importante.
En
Betania, el maestro es acogido por mujeres que no eran aceptadas como
discípulas por los maestros de la época. Entra en su casa: la casa es escuela
de vida, el lugar donde nace y termina la vida, donde se celebran las fiestas
más bonitas, donde Dios habla en lo cotidiano, en los días de lágrimas y en los
de baile de los corazones. Y el Evangelio debe hacerse realidad no al margen de
la vida, sino en el corazón de ella.
María,
sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Sabiduría del corazón de
mujer, intuición que elige lo que es bueno para la vida, lo que da paz,
libertad, horizontes y sueños: la Palabra de Dios.
Me gusta
imaginar a María de Betania y a Jesús totalmente absortos el uno en el otro: Él
dándose, ella recibiéndolo. Y los siento a los dos felices, Él por haber
encontrado un corazón que le escucha, ella por tener un rabí solo para ella. Él
totalmente suyo, ella totalmente suya.
A María
le debía de arder el corazón aquel día. Desde ese momento, su vida cambió.
María se hizo fecunda, seno donde se guarda la semilla de la Palabra, Apóstol:
enviada a dar, en cada encuentro, lo que Jesús había sembrado en su corazón.
Marta,
Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas. Jesús, con afecto,
reprende a Marta. Y lo hace contradiciendo no el servicio, sino la
preocupación; no cuestionando el corazón generoso, sino la agitación.
Esas
palabras se repiten a todos nosotros: cuidado con el exceso que acecha, con el
exceso que puede surgir y engullirte, que agobia, que quita la libertad y
aparta la mirada de los demás.
Marta,
parece decirle Jesús, primero las personas, luego las cosas. No soporta estar
confinada en un papel de servicio, ahogada en demasiados compromisos: tú, le
dice, eres mucho más; tú puedes estar conmigo en una relación diferente. Tú
puedes compartir conmigo pensamientos, sueños, emociones, conocimiento,
sabiduría, Dios.
«María
ha elegido la mejor parte», se ha liberado y ha comenzado por el lado
correcto el camino que lleva al corazón de Dios, desde la escucha. Porque Dios
no busca servidores, sino amigos; no busca personas que hagan cosas por él,
sino personas que le dejen hacer cosas, que le dejen ser Dios.
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