La semilla más pequeña
Jesús compara el Reino de Dios a un grano de mostaza (Mc 4,30-32). Es una semilla muy pequeña, y sin embargo, aun siendo tan pequeñita, está llena de vida: de su ruptura nace un brote, capaz de romper la tierra, de salir a la luz del sol y de crecer hasta hacerse «más grande que todas las plantas del jardín» (cf. Mc 4,32): la debilidad es la fuerza de la semilla, la ruptura es su potencia.
Así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, formada por pobres de corazón, por quienes no confían en sus propias fuerzas, sino en las del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; Y sin embargo, es precisamente a través de esta pequeñísima realidad que la fuerza de Cristo irrumpe y transforma lo que aparentemente es débil e insignificante.
Es el milagro del amor de Dios, que hace que cada semilla de bien esparcida en la tierra brote y crezca. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace esperanzados, a pesar de las dificultades, del sufrimiento y del mal que encontramos. La semilla brota y crece porque el amor de Dios la hace crecer.
La Palabra del Señor sorprende: cuando la encontramos, es pequeña como un grano de mostaza, breve como un versículo del Evangelio, pero luego, cuando echa raíces en nuestro corazón, surge junto con el amor y crece sin medida, hasta convertirse en un árbol poderoso: «tanto que los pájaros del cielo vienen a anidar en sus ramas».
Un grano, una semilla tan pequeña que es casi invisible, crece, toma forma y da origen a algo nuevo, vivo, grande, que ofrece al hombre refugio del sol abrasador y a los pájaros del cielo un lugar seguro donde anidar, para crear nueva vida juntos. No nos resulta fácil entrar en esta lógica de pequeñez y debilidad que son los caminos elegidos por Dios. El Señor nos invita a tener una actitud de confianza en Él, pero también nos pide colaboración para construir el Reino de Dios.
¿Estamos preparados para esto? ¿Queremos salir a la calle y ayudar a Jesús? ¿Queremos intentar poner nuestra vida, nuestras manos, nuestra lengua, nuestra inteligencia, nuestras fuerzas al servicio del Señor para ser instrumentos de su amor? Un corazón ardiente puede difundir el Evangelio a todo aquel que conoce.
Que la Virgen María, que acogió la semilla de la Palabra divina como «tierra buena» y fue instrumento dócil en las manos del Señor, nos obtenga que nuestra existencia perfume de cielo las vidas que encontremos, anunciando a todos el Evangelio, la buena noticia, la historia de la ternura de Dios. No las ideas más bellas, no las soluciones a todos los problemas: sino simplemente el Evangelio, la vida y la persona de Cristo, la plenitud de la humanidad y la ternura del Padre.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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