No os olvidéis de rezar por mí
La fragilidad del Papa Francisco en estas últimas semanas me hizo recordar la tarde del 13 de marzo de hace ya casi doce años.
Su petición a todos de que recemos por él comenzó allí mismo, aquella tarde-noche en aquel suntuoso balcón de la Basílica de San Pedro.
Él nos preguntó con franqueza, humildemente puso sus brazos sobre nosotros y con una sencillez que desarmaba dijo: “Os pido un favor”, tal como se hace cuando se confía algo importante a alguien querido. Inmediatamente nos llamó hermanos y hermanas porque su oración esa tarde fue el inicio de “un camino de fraternidad, de amor y de confianza”.
El Papa Francisco nos enseñó a pedir, a pedir la “oración de ustedes sobre mí”, como nos proponía con novedad, invitándonos al silencio de la plaza, a ese silencio que hacía inclinar la cabeza a miles de fieles, al silencio que hacía de puente con el Señor e imploraba una bendición para él. Desde la Logia central, antes de bendecir a su rebaño, el Papa Francisco nos expresó su necesidad de sentirse sostenido e hizo de la oración “los unos por los otros” su verdadero y sincero punto de partida.
Orad conmigo, orad por mí. Su santo y seña durante su pontificado.
No es fácil ni inmediato pedir oración para uno mismo. Siempre tenemos miedo de pedir atención hacia nosotros mismos, de ponernos de alguna manera en los pensamientos de alguien más. Pero ese no es el caso.
Es mucho más fácil decir “oro por ti” que pedir “ora por mí”. Es un acto muy fuerte de humildad, de petición de ayuda y de compartir profundamente fraterno. De hecho, tiene el aire de un niño filial que pone su necesidad de ayuda en manos de aquellos a quienes ama.
Ese silencio de oración conmovió al mundo entero.
La comunidad eclesial involucrada, tal como lo hicieron Hur y Aarón con los brazos de Moisés.
Hoy como ayer.
Los brazos levantados del Papa Francisco son como los brazos de Moisés en la colina, orando delante de Israel que luchaba contra Amalec en Refidim (Éxodo 17,8-16).
Brazos levantados hacia el Señor, brazos cansados a veces, brazos que piden apoyo. Y la imagen de Hur y Aarón sosteniendo las manos de Moisés, a derecha e izquierda, es precisamente lo que el Papa Francisco nos pide en este su camino y en esas sus horas de convalecencia hospitalaria.
Lo ha hecho muchas veces a lo largo de los años, con sencillez y franqueza. La batalla por la que nos pide orar es en muchos frentes diferentes: dificultades, injusticias, divisiones, escándalos, pobreza... Son todos pesos sobre sus cansados brazos.
Y él, como Moisés, pide apoyo, oración.
Hay quienes luchan en el campo y hay quienes oran, como las dos hermanas de Lázaro, Marta y María. Y el significado de esta oración comunitaria es una fuerza que da sentido a nuestra fe: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt. 18, 15-20).
El Papa Francisco, recluido ahora en el Policlínico Gemelli, nos sigue pidiendo que seamos este tipo de Iglesia. La gente allá abajo, nosotros en nuestras casas, los enfermos cerca de él… todos somos como Hur y Aarón.
Y los brazos del Papa, apoyados en todos nosotros, ponen en circulación esa fraternidad, ese amor y esa compartición de sí, que son el signo de la misma expansión, abandono y amor total de los brazos de Jesús clavado en la cruz...
Es en la pobreza, en el sufrimiento, incluso en el pecado, donde encontramos el deseo de orar verdaderamente, los unos por los otros, como dijo el Papa Francisco cuando fue elegido como nuestro pastor que ama acompañando.
“Así sus manos permanecieron firmes” continúa el Éxodo… es una oración que ya no cansa, es perseverante y fraterna, es la verdadera.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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