Cada ser humano es un libro
¿No es demasiado forzado representar la vida humana como si fuera un libro, una superficie estratificada en la que se han escrito todas las huellas que le han dado forma? ¿No somos acaso todos páginas impresas? ¿Es nuestra historia como un libro escrito a nuestras espaldas? ¿De qué estamos hechos si no es de los fantasmas de nuestro pasado, de los sonidos, los olores, los recuerdos, los encuentros, las sensaciones, las emociones, las palabras que han escrito nuestra vida?
Estamos escritos por todo lo que nos ha sucedido y ha sucedido a nuestro alrededor. No somos los autores del libro que somos, sino que somos el libro, no somos el poeta, sino el poema.
Sin duda, algunas de estas huellas han resultado más tenaces y resistentes que otras. Algunas de estas huellas no se dejan olvidar. Algunas páginas del libro que somos no se pueden dejar de releer. Son inolvidables, tanto en la luz como en la oscuridad. Páginas de inmensa alegría y páginas de profunda angustia. Son las páginas que han marcado con más fuerza nuestra vida, dándole forma.
El libro que somos no sería lo que es si no hubiera sido marcado por nuestras experiencias más traumáticas. Ningún libro comienza de la nada. Cada libro ya está escrito de forma invisible antes incluso de ser escrito. La memoria puede ser implacable. ¿No somos los autores de nuestra historia, sino solo los actores de un guion escrito por otros? ¿No son acaso los libros que más amamos aquellos en los que podemos encontrar nuestro papel, el personaje que hemos sido en el guion dictado por el Otro?
Al mismo tiempo, al pasar las páginas de los libros que leemos, buscamos también lo que nunca hemos visto ni conocido, buscamos, al pasar la página, el encuentro con lo desconocido. Es la doble dirección que sigue la práctica de la lectura: por un lado, buscamos en el libro nuestra huella original, nuestro guion, el poema que somos, y, por otro lado, buscamos la página inédita que nunca hemos sido.
En otras palabras, para pasar la página de un libro hay que reconocerse en lo que leemos y, al mismo tiempo, perderse en lo que leemos. El trauma es lo que nos impide pasar la página porque nos obliga a leer una sola página, porque reduce la belleza del libro a una sola página.
A veces el trauma reduce el mundo de los libros a una sola página. Cada vez que la vida sufre una herida, no tiende a pasar página, a olvidar la herida, sino más bien a repetirla. No a pesar de ser una herida, sino precisamente porque ha sido una herida.
¿Estamos realmente hechos para cambiar, para pasar página? ¿No existe acaso una actitud del ser humano a repetir siempre lo mismo, una resistencia a pasar página? Porque cada vez que pasamos página, algo muere. ¿Pasar página significa morir? ¿O olvidar? ¿Borrar nuestro pasado? ¿No es la lectura una práctica de la memoria?
En cualquier actividad humana, la creatividad nunca surge de la nada, sino que hereda una historia, un pasado. Solo se puede pasar página si se han leído las páginas que preceden a nuestro gesto de seguir adelante, de continuar leyendo el libro.
El pasado no tiene un significado dado para siempre; el significado del pasado depende de quien lo lee ahora, en el presente. Somos responsables no solo de lo que sucederá, sino también de lo que ya ha sucedido. Podemos, por ejemplo, negar la existencia del Holocausto o asumir todo su horror. Nuestra elección significa el pasado de una manera profundamente diferente. Es la responsabilidad de nuestra lectura la que determina el sentido del pasado y no el sentido del pasado ya constituido el que determina el sentido de nuestra lectura. Es pasar la página del libro lo que da sentido a las páginas anteriores.
Sin embargo, cada libro, como cada existencia, no está compuesto solo por las páginas ya escritas y leídas, sino por las que aún están por venir. Son estas páginas las que darán sentido a las páginas que las preceden. En este sentido, la última página es la que, al cerrar la historia, al hacerla realmente definitiva, escrita para siempre, da un nuevo significado a todas las páginas anteriores. Pero entonces, ¿sería la última página la que haría imposible pasar otras?
Sabemos que todos los libros que ya hemos leído siguen estando de alguna manera presentes en las historias de los libros que aún no hemos leído. Si nuestro libro —el libro de nuestra existencia— ha terminado, si se ha cerrado definitivamente, esto no significa que sus páginas no puedan ser aún pasadas por lectores desconocidos.
De hecho, no existe en ninguna parte del mundo un libro capaz de contener todos los libros, no existe por principio el “Libro de los libros”. Entonces, ni siquiera la última página será nunca realmente la última. Las palabras resisten al dominio insensato de la muerte. Nunca es el momento de la última palabra porque no todo es muerte. Son solo las palabras las que resucitarán o harán morir las palabras que hemos pronunciado. Es nuestra forma de heredar las palabras que vienen del pasado lo que las hace vivir o las apaga para siempre. Cada vez que pasamos una página, decidimos nuestro pasado porque hacemos existir nuestro futuro.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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